-Oye, ¿es verdad que el Rey viene a comer aquí a menudo?
-Sí, pero eso a ti no te importa. Acaba de fregar la cacerola que vamos atrasados.
-¿Por qué no me importa?
-Porque viene de incógnito, joder, que eres tonto. Fíjate como será la cosa, que a veces el restaurante está lleno y no se da nadie cuenta de que el Rey está comiendo tan cerca de ellos. El dueño, cuando sabe con tiempo que va a venir, reserva unas cuantas mesas alrededor con la intención de no tengan gente cerca, que ya se sabe cómo son de curiosos.
-Ah, bueno. Terminé con la cacerola ¿Qué hago ahora?
-Te callas y sigues con los peroles.
-...Con los peroles. ¿Donde se sienta cuando viene?
-En la mesa de las columnas.
-¿Con quién viene?
-¡Me estás tocando los huevos con tantas preguntas! ¿Quieres acabar de una vez, que estás en las nubes con tanta cháchara?
-¿Sabes? si yo fuera el dueño del restaurante y viniera el Rey a comer le prepararía un menú muy especial, sí, muy especial...
-¿Tú? ¿Qué ibas a preparar tú...?
-...Y "Chopín" tocaría algo a propósito para cada plato.
-Deja a "Chopín" tranquilo y no le comas el coco con fantasías, que luego desafina tocando.
-¿Tú sabes que "Chopín" tocó con la Filarmónica de Berlín? Era un virtuoso muy solicitado por las mejores orquestas, pero conoció a aquella mujer y...
-¿Ya te contó la historia? Menudo rollo se trae con el romance de la Condesa y el cornudo del Conde. Tonterías, que la gente cuando está arriba se envicia y se cansa de todo y ya no sabe que probar, eso fue lo que le pasó, que le dio mucho a la coca y a todo lo demás y menos mal que el dueño de esto lo encontró y lo tiene aquí recogido porque es tan bohemio como él que si no...
-"Chopín" es un lujo para este restaurante, lo que pasa es que muy poca gente lo sabe y el dueño es uno de los que sabe. ¿Sabes que le han ofrecido la gestoría de una gran cadena de restaurantes y ha dicho que no?
-Sí, lo sé. También lo lleva claro con lo de que él es feliz haciendo de comer para sus amigos, entre los que se encuentra el Rey.
-Yo lo entiendo. Ya me gustaría conseguir lo que tiene él.
-Tu eres otro colgado. Bueno, al grano que hay que acabar. Aquí te dejo la orden de mañana, hay despedida de soltero a base de mariscada de La Coruña. Los mariscos los traen ellos, menos mal. Nosotros ponemos el servicio y el ambiente y "Chopín" a ver como se las arregla cuando le empiecen a pedir que toque regetón o hip-hop y cosas así.
-No te preocupes, todo estará preparado cuando lleguen.
-"Chopín" toca algo para nosotros ahora que estamos solos. Te pondré un riojita para que se te calienten las manos.
El pequeño restaurante se llenó con las notas tristes de un adagio que "Chopín" parecía arrancar de sus más profundas nostalgias y recuerdos. La calle, mojada, relucía con destellos de neón y la marea de coches se retiraba en el reflujo de la cercana madrugada.
El día siguiente llegó y pasó como lo hace un tifón sobre un pueblo, arrasándolo todo y dejándolo todo maltrecho y sucio. La despedida de soltero, como toda buena despedida que se precie, terminó como el rosario de la aurora, con el striptis del novio y una especie de juramento al estilo de los Tres Mosqueteros: Todos por uno y uno con todos, para siempre.
El marisco se consumió en dosis masivas y una salmonella, o algo peor, se consumió con el mismo dando al traste con la boda y convirtiendo en un marasmo a gran parte de los invitados y, lo que era peor, a casi todo el personal del restaurante.
-De buena nos hemos librado "Chopín" con no comer marisco. Yo porque no me gusta, que si no...Bueno y ahora ¿Qué vamos a hacer tu y yo solos aquí?
-Esto no cierra, es lo menos que podemos hacer por el dueño. Ya nos las arreglaremos. Coge el teléfono a ver quién es.
-Sí...
-Soy el Rey, prepara mesa para dos y algo especial, ya sabes.
-¿Qué Rey?
-El tuyo. ¿No eres el dueño, quién eres entonces?
-...Yo...majestad...no se preocupe, todo estará a su gusto, majestad, no se preocupe.
-Eso espero, es una comida muy especial, no me defraudéis, por favor.
-¡"Chopín"..."Chopín" que viene el Rey a comer y estamos solos tú y yo ¿Qué hacemos?
-Tranquilo chaval, tu encárgate de la comida, la música es cosa mía. Vamos a reservar el resto de las mesas y así evitamos que entre nadie más.
Pasaban las dos de la tarde cuando un coche grande y oscuro paró en la puerta del restaurante, de él bajaron dos figuras, una muy alta que provocó que el corazón de "Chopín" se acelerara: era el Rey, era inconfundible su porte y andares y la otra figura, mas bajita también resultó familiar por el pañuelo en la cabeza, era Arafath. Recordaba haber oído en televisión que estaba de visita privada en Madrid. Menudos comensales y ellos solos allí para atenderlos.
"Chopín" abrió la puerta y saludó con una elegante inclinación a los clientes.
-Majestad, El dueño lamenta enormemente no poder estar para servirle, una repentina enfermedad lo retiene en cama.
-¿Cómo no lo dijisteis por teléfono?
-No se preocupe su Majestad, les atenderemos como se merecen. Tomen asiento, por favor.
"Chopín" se sentó al piano y hacía como si lo estuviera afinando. Nunca había sonado mejor aquel piano que lo hacía hoy, las notas, dispersas y desordenadas se fueron poniendo de acuerdo hasta sonar como el más delicado preludio.
La mesa de los ilustres comensales se fue llenando de platillos que, tras ser contemplados como se haría con una joya en su estuche, eran consumidos con gran deleite. Así pasaron por allí los capullos de salmón al hinojo, las tartaletas de foie al gratén de nata ácida, las florecillas de gambas al curry y una exquisita variedad de entrantes. Tras una pequeña pausa, la música cambió, se hizo más grave al violín que sonaba en las manos de "Chopín". El Adagio para cuerda de Barber acompañó a un gazpacho frío, tan frío, suave y fino como la música que llenaba la confortable estancia. Los comensales cambiaban breves palabras en francés, pero se podía decir que la comida los tenía absorbidos por completo.
El plato principal fue pescado. Chipirones rellenos de tocinillo de jamón de Jabugo en salsa de berdigones que resplandecían como oro viejo junto a una guarnición que imitaba corales y gorgonias marinas.
La música ahora fue una pieza de Albéniz, El Puerto, de la Suite Iberia, que parecía poner el punto salobre, el olor a brea y la brisa del atardecer andaluz en aquel magnífico plato.
Los postres debían ser algo especial, estar a la altura de las circunstancias y la comida y así fue. Un helado de mango flambeado en salsa tibia de grosellas salvajes puso el punto final a la comida y la música que lo acompañó fue Le Cid, de Massenet, nada podía ser mas sugerente y sugestivo que esa melodía que parecía escapar de las manos del transfigurado "Chopín".
La cosa no había ido mal, el Rey parecía contento y Arafath gesticulaba con la cabeza aprobando la comida.
La sobremesa no podía ser otra: un Cohíba para el Rey y un te muy dulce para el ilustre invitado. Como fondo la más delicada y frágil sonata de Scarlatti y aquello estaba a punto de acabar.
El Rey y su acompañante se levantaron y se dirigieron a la puerta, "Chopín" los acompañó y despidió y ya al salir, el Rey dijo:
-Ha sido todo maravilloso, felicita a los cocineros de mi parte y que se mejore el dueño. Ya le llamaré para darle las gracias por todo. No olvidaré fácilmente esta comida, de verdad.
Sentado frente a "Chopín" y mirándose los dos a la cara no pudieron más que reírse con una mezcla de nerviosismo y orgullo. Los dos habían cumplido un sueño muchas veces imaginado.