Transcribo un artículo encontrado en el ejemplar de Ecos de Flores correspondiente al 1 de Junio de 1960, se titula Nuestra plagaría y dice:
“Señor, hoy te pedimos por la decencia en el vestir de las jóvenes de todo el mundo, pero principalmente, señor, por las de Encinasola. Bien sabemos señor que no son de las peores, pero siempre quedan algunas que, con sus vestidos estrechos, cortos y faltos de mangas, van sembrando el mal, sirviendo de escándalo a tantos jóvenes y niños; quizás, señor, sin darse cuenta del mucho mal que ocasionan. Dale luz, señor, que vean claro, que se den cuanta de esas cosas, que entiendan tus palabras del Evangelio: “¡Ay del que escandalice, más le valiera atarse una piedra de molino al cuello y arrojarse al fondo del mar!”.
Que sentencia más dura señor ¡Que no les tendrás reservados a los que escandalizan que de esta manera les aconsejas!
Ábrele señor los ojos de su mente y que vean que más vale pasar un poquitín de calor en esta vida, que achicharrarse eternamente en el infierno.
Andrés Miranda García.
2/07/2009
12/18/2008
Cuento de Navidad
"Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". Muy bonito pero falso. Hace frío. He decidido pasar la noche en un hipermercado, ya veré cómo me las arreglo para burlar la vigilancia, pero tengo que pasar la noche allí. Será una experiencia nueva, no creo que muchos hayan pasado esta noche en un sitio así, salvo los guardas, digo yo.
Es Nochebuena y estoy harto de todo, los amigos han decidido hacer un botellón en un almacén de las afueras, acabarán al amanecer vomitando todo el alcohol que les sobre, que será mucho. El que haya ligado terminará echando un polvo en cualquier sitio solitario y durante un tiempo recordará el amanecer de la Navidad como algo bonito con una chica entre los brazos y el que no consiga nada, dormirá la mona como pueda y después se pasará el día atontado con la resaca. Siempre es lo mismo, y eso es casi lo mejor que puede pasar. El año pasado alguien se hizo con unas papelinas y la cosa acabó mal, les salió mal el rollo y les dio violento, querían quemarlo todo, querían destruir el mundo y empezar de nuevo otra vez.
La puerta del hipermercado es todo un espectáculo, la gente se amontona para ver la atracción que tienen montada; como todos los años, con motivos de cuentos famosos, este año es La Casita de chocolate y Hansel y Gretel enseñan a los niños la canción de moda para esta ocasión. Los niños, y los menos niños, mueven la cabeza y los pies como osos de circo siguiendo el compás. Las luces centellean con espasmos de neón y los personajes del cuento mueven la boca de autómatas y los brazos de muñecos mecánicos.
Las flores se mueven, los cervatillos también, los árboles parecen bostezar con sus bocas leñosas y unos pajarillos revolotean a intervalos regulares sujetos por invisibles cables de acero a las ramas de los árboles de cartón piedra.
El suelo está húmedo y el frío arrecia. Falta poco para que cierren, voy a entrar y trataré de buscar un sitio donde esconderme.
El calor es agobiante, un olor mezcla de gentes, perfume, ropa nueva y cuero hace que la atmósfera sea casi irrespirable. Los altavoces de ambiente repiten machaconamente que en breves instantes cerrará el establecimiento y que nos desean las mejores de las fiestas posibles en unión de nuestras familias y con nuestros bolsillos vacíos, que para eso está ellos y tienen montado este tinglado, para sacarnos los cuartos. Cuando cesa la voz aterciopelada de la señorita de locutorio, un típico y tópico "Navidades Blancas" llena el aire de campanitas y gorgoritos de falsos niños.
Las caras de las dependientas parecen máscaras de teatro griego con los labios desdibujados, los pómulos marchitos y los ojos mostrando las inescondibles ojeras bajo los potentes focos, ajadas después de ocho horas de trabajo, tratando de ser amables y sonriendo, contestando a la señora plomo que no sabe lo que quiere, o sí lo sabe, pero no existe: quiere un pez grande y bueno que pese poco y sea barato. Alguna, aprovechando unos segundos de descanso, saca un pie del zapato y lo pone sobre el frío mármol buscando un instante de refrescante relax.
Los dependientes sudan, las frentes perladas delatan horas de cansancio, las manos manchadas de tinta denotan la cantidad de talones de venta hechos y algunos no pueden evitar emitir cierto olor a sudor al pasar cerca de ellos.
Las compradoras de última hora agotan hasta el final de la jornada tratando de encontrar el grial del hipermercado, la cuadratura del círculo de la economía, la piedra filosofal del consumismo salvaje. En algunos departamentos empiezan a pagar las luces, tengo que buscar ya un sitio seguro.
Los departamentos de regalos, perfumes y artículos de lujo son las vedetes del "espectáculo", rutilantes de luz y colores centran las miradas de todos. La mezcla de esencias y olores puede resultar mareante y la dependienta se esfuerza en recalcar la elegancia y sutileza del aroma que trata de vender. Algunos ojos laman la atención al no poder disimular el deseo en la mirada que acaricia los objetos, la impotencia, la frustración al saber que esas cosas, al alcance de otros, a ellos les están prohibidas.
El silencio se va haciendo el amo del espacio, ya cesó el villancico machacón y un sonido de pasos amortiguados se esparce a nivel del suelo. Algún niño llora al no poder conseguir algo y ha llegado el momento de esconderme. Los probadores no me parecen buen sitio, creo que los servicios tienen doble techo, veré qué tal quedaría allí.
La postura es bastante incómoda, pero el sitio ha resultado bueno. El vigilante pasó hace rato, venía tarareando un villancico y miró en todas partes, pero no me vio. También tiene tarea pasa la noche aquí solo, yo la voy a pasar pero porque quiero, pero éste lo hace por obligación y seguro que tiene familia y quisiera estar con ella, pero esto es lo que hay, a joderse.
Voy a salir de aquí, hace rato que no se oye ningún ruido, no creo que pase nada. No sé si estoy loco o algo parecido, la idea de pasar aquí la noche es una gilipollez, pero tenía ganas de hacerlo y esta noche tiene un encanto especial para ello, cuando todos estén por ahí brindando con cava y deseándose lo mejor, dándose golpecitos en la espalda y besándose como buenos hipócritas, yo estaré aquí solo, haciendo lo que quiera, lo que me de la gana.
Qué diferente es todo ahora, el silencio es total. Algún crujido de vez en cuando, el soplido del aire acondicionado. Los ruidos de la calle llegan muy amortiguados, como sordos. La oscuridad es casi total, pero después de un rato y con los pilotos de emergencia acabas viendo lo suficiente para poder moverte por aquí.
Me gusta la sensación que siento, me excita saber que estoy solo aquí, como si esto fuera todo para mí nada más, pero no quiero tocar nada, me parece que fuera a romper una especie de magia que mantiene este extraño mundo intacto, inmóvil, estático.
Tengo hambre, voy a buscar algo de comida. Siempre pensé que en estas circunstancia me hartaría de comer cosas caras y ricas, pero creo que tomaré cualquier cosa que vea en las estanterías, lo que menos me preocupa ahora es eso, sólo pretendo calmar el hambre que siento, que tal vez sea hasta nerviosa.
Ahora me pondré un buen whisky, eso sí, tiene que ser bueno. A ver donde encuentro hielo, si no con agua fresca. Luego daré una vuelta por todo esto, suelo venir por aquí con frecuencia, pero ahora es todo muy diferente y la verdad es que me gusta; creí que me daría miedo estar solo, pero no, no me da miedo, me siento a gusto así.
Voy a escuchar música, la pondré bajita no sea que la escuche alguien. No sé qué poner, tengo toda la música que se puede tener a mi disposición y no se cual escuchar. Clásica, no, ya resulta esto bastante lúgubre para encima ponerle banda sonora. Tal vez un poco de jazz, sí, eso es, algo de Coltrane, un saxo bien tocado debe sonar bien en este entorno tan curioso. Me ha parecido escuchar algo, pero no será nada, no me comeré el coco o saldré corriendo de aquí. Tendría gracia. Habrá sido un crujido de cualquier estantería. Vino de aquella parte, será mejor que vaya a ver que puede haber sido y me quedaré tranquilo, si no, no dejaré de darle vueltas al asunto. Sería gracioso que otro hubiera tenido la misma idea que yo y nos encontráramos aquí los dos. Si es una chica...todavía, nos lo podríamos montar aquí de maravillas, pero eso sólo ocurre en las películas americanas.
Otra vez el ruido y viene de aquel grupo de maniquíes. Tranquilo y no dejes volar la imaginación, no pienses tonterías que no es el momento ni el sitio. Lo mejor es ver que pasa y salir de dudas. Me esconderé tras la columna que está tras ellos y observaré en silencio.
Sólo me tomé un whisky, bien despachado pero sólo uno y no creo que esté mareado, pero lo que estoy viendo no es normal: los maniquíes se mueven y hasta parece que hablan. Esto no puede ser, aquí hay un grupo de maniquíes vestidos de fiesta, ellas lucen trajes de brillos y lentejuelas de vistosos colores y ellos trajes y smokings de gala. Se acerca un grupo que estaba en el departamento de deportes, se van a los probadores y salen también vestidos de fiesta. Creo que me he vuelto loco. Viene uno con un carrito cargado de comidas y bebidas y acercan un mostrador que convierten en mesa. Poco a poco va aumentando el grupo, ya debe haber quince o veinte. Han traído música y empiezan a bailar. No los puedo ver bien, pero conservan sus caras de maniquíes, sus sonrisas de poliester y sus pelos de nylon, sus manos son casi rígidas pero les permiten asir las copas y los canapés que han preparado. Sus andares son graciosos y sus ojos no se mueven.
Me he acercado un poco más y ahora escucho sus conversaciones. Es alucinante, esto me lo cuentan y digo que es un mal rollo o una broma de mal gusto, pero es real, lo estoy viendo y no estoy soñando ni borracho ni nada por el estilo. Todos no tienen la misma categoría, al parecer ésta depende del departamento donde son colocados y los de los expositores de pieles y alta costura parecen ser los más arrogantes, los demás son más sencillos, algunos incluso no son bien mirados en el grupo.
Hay una rubia muy llamativa que parece bailar con un maniquí moreno muy apuesto y le dice cosas al oído. Los diálogos parecen sacados de las películas que ponen en promoción en el departamento de cine y video. Una dice llamarse Kin, por la Basinger, supongo, le dice a su pareja, que se llama Robert y se parece a De Niro: ¿Sabes de lo que tengo ganas? ¿De qué? Le pregunta él con los ojos fijos en otro sitio. De perderme en tus brazos y aparecer mañana. Responde ella dejando caer la cabeza sobre el hombro de él.
Esto es alucinante. Hacen que se besan y algunos se mueven como si hicieran el amor en un rincón oscuro. Me la voy a jugar, me mezclaré con ellos y a ver que ocurre.
_¿Eres nuevo aquí, no?
_¿Cómo? Sí...Perdona, soy nuevo, eso es.
_¿En que departamento estabas antes? No te he visto nunca.
_Estaba en... viajes, eso, en viajes.
_No sabía que en viajes hubiera alguno de nosotros, pero me alegro de conocerte.
_Sí, me pusieron allí con un macuto, anunciando las rutas del Nepal para estos días de vacaciones.
_Que bien se lo montan los humanos, debe ser maravilloso conocer otras partes, viajar, conocer gentes...
La chica, perdón, el maniquí es preciosa, tiene los ojos esmeralda y una nariz perfecta, los pechos menudos y en su sitio. Iba a decir firmes, pero es una estupidez. Voy a tratar de averiguar qué es lo que ocurre aquí.
_¿Hacéis esto muy a menudo?
_No, sólo en fiestas o en noches como estas, ya sabes. Tratamos de imitar a los humanos, hablamos como ellos y hacemos los que les vemos hacer a ellos, pero nos falta algo: sentir lo que sienten ellos. Algunos dicen que es debido a que no tenemos alma, es posible, no sé...Te estoy mirando y debes pertenecer a las últimas remesas de fabricación, estás muy bien acabado, pareces humano, tus ojos no están fijos y tus manos se mueven mejor que las nuestras ¿Tienes sexo?
Reconozco que la pregunta me dejó fuera de juego y no sabía que responder, pero reaccioné a tiempo.
_Sí...Veras, soy de un grupo que se creó con total realismo, me necesitaban en deportes, para exhibir los tangas, ya sabes, esos bañadores tan pequeños y para eso hacia falta...tener sexo, así que me lo pusieron.
_Pero...¿Te funciona?
_Mujer...eso no se pregunta. No...no me funciona, sólo es para abultar.
_Perdona, creo que he sido un poco brusca, lo siento, es que esta noche estamos todos un poco nerviosos, nos gustaría sentir lo que sienten los humanos, gozar de la vida, disfrutar del amor...
_Los humanos también sufren..._Interrumpí por decir algo.
_Sí y hasta eso debe ser hermoso. Cuando son padres, cuando se casan, cuando se enamoran. Cuando se mueren debe ser triste, pero dejan familiares que los recuerdan con cariño y hablan bien de ellos y además los entierran con dignidad y les rezan y les dicen cosas bonitas. En cambio nosotros, cuando estamos ajados y viejos o pasamos de moda, nos arrumban en cualquier rincón oscuro de un almacén y nos tiran a la basura o, en el mejor de los casos, nos queman con los papeles de las oficinas y es indigno, de verdad. Esta noche, por encima de todo, me gustaría ser humana y estar con un hombre que me quisiera, o al menos que me deseara y bailar a la luz de unas velas y decirnos cosas bonitas, como en las películas del departamento de cine y video. Esta noche es para amar, como dice el villancico, "Noche de paz, noche de amor..."
_Si tan feliz te hace, podemos intentarlo. Pongamos las velas, oigamos la música y bailemos hasta el amanecer llevados de la mano del amor...
El día de Navidad desperté casi a medio día, se me debió ir la mano con el cava y tuve unos sueños rarísimos, pero recuerdo haberlo pasado bastante bien. Encontré la manera de salir del hipermercado pues ya estaba harto de estar solo. Durante días no me pude quitar de la cabeza el recuerdo de una extraña Nochebuena.
Meses después, en primavera, fui a ver una camisa que quería comprar, al pasar por el departamento de embarazadas algo me hizo pararme, era un maniquí, una muñeca muy guapa, de ojos esmeralda y perfecta nariz. Lucía una incipiente curva de preñez y sus ojos irradiaban felicidad, pero lo que me sorprendió es que parecía seguirme con la mirada y al fijarme en ella tuve la sensación de que aquella cara me resultaba familiar y extrañamente la asocié a la Nochebuena.
A veces pienso que el aire de los grandes almacenes está viciado y llega a producir alucinaciones.
Andres Miranda Garcia.
Es Nochebuena y estoy harto de todo, los amigos han decidido hacer un botellón en un almacén de las afueras, acabarán al amanecer vomitando todo el alcohol que les sobre, que será mucho. El que haya ligado terminará echando un polvo en cualquier sitio solitario y durante un tiempo recordará el amanecer de la Navidad como algo bonito con una chica entre los brazos y el que no consiga nada, dormirá la mona como pueda y después se pasará el día atontado con la resaca. Siempre es lo mismo, y eso es casi lo mejor que puede pasar. El año pasado alguien se hizo con unas papelinas y la cosa acabó mal, les salió mal el rollo y les dio violento, querían quemarlo todo, querían destruir el mundo y empezar de nuevo otra vez.
La puerta del hipermercado es todo un espectáculo, la gente se amontona para ver la atracción que tienen montada; como todos los años, con motivos de cuentos famosos, este año es La Casita de chocolate y Hansel y Gretel enseñan a los niños la canción de moda para esta ocasión. Los niños, y los menos niños, mueven la cabeza y los pies como osos de circo siguiendo el compás. Las luces centellean con espasmos de neón y los personajes del cuento mueven la boca de autómatas y los brazos de muñecos mecánicos.
Las flores se mueven, los cervatillos también, los árboles parecen bostezar con sus bocas leñosas y unos pajarillos revolotean a intervalos regulares sujetos por invisibles cables de acero a las ramas de los árboles de cartón piedra.
El suelo está húmedo y el frío arrecia. Falta poco para que cierren, voy a entrar y trataré de buscar un sitio donde esconderme.
El calor es agobiante, un olor mezcla de gentes, perfume, ropa nueva y cuero hace que la atmósfera sea casi irrespirable. Los altavoces de ambiente repiten machaconamente que en breves instantes cerrará el establecimiento y que nos desean las mejores de las fiestas posibles en unión de nuestras familias y con nuestros bolsillos vacíos, que para eso está ellos y tienen montado este tinglado, para sacarnos los cuartos. Cuando cesa la voz aterciopelada de la señorita de locutorio, un típico y tópico "Navidades Blancas" llena el aire de campanitas y gorgoritos de falsos niños.
Las caras de las dependientas parecen máscaras de teatro griego con los labios desdibujados, los pómulos marchitos y los ojos mostrando las inescondibles ojeras bajo los potentes focos, ajadas después de ocho horas de trabajo, tratando de ser amables y sonriendo, contestando a la señora plomo que no sabe lo que quiere, o sí lo sabe, pero no existe: quiere un pez grande y bueno que pese poco y sea barato. Alguna, aprovechando unos segundos de descanso, saca un pie del zapato y lo pone sobre el frío mármol buscando un instante de refrescante relax.
Los dependientes sudan, las frentes perladas delatan horas de cansancio, las manos manchadas de tinta denotan la cantidad de talones de venta hechos y algunos no pueden evitar emitir cierto olor a sudor al pasar cerca de ellos.
Las compradoras de última hora agotan hasta el final de la jornada tratando de encontrar el grial del hipermercado, la cuadratura del círculo de la economía, la piedra filosofal del consumismo salvaje. En algunos departamentos empiezan a pagar las luces, tengo que buscar ya un sitio seguro.
Los departamentos de regalos, perfumes y artículos de lujo son las vedetes del "espectáculo", rutilantes de luz y colores centran las miradas de todos. La mezcla de esencias y olores puede resultar mareante y la dependienta se esfuerza en recalcar la elegancia y sutileza del aroma que trata de vender. Algunos ojos laman la atención al no poder disimular el deseo en la mirada que acaricia los objetos, la impotencia, la frustración al saber que esas cosas, al alcance de otros, a ellos les están prohibidas.
El silencio se va haciendo el amo del espacio, ya cesó el villancico machacón y un sonido de pasos amortiguados se esparce a nivel del suelo. Algún niño llora al no poder conseguir algo y ha llegado el momento de esconderme. Los probadores no me parecen buen sitio, creo que los servicios tienen doble techo, veré qué tal quedaría allí.
La postura es bastante incómoda, pero el sitio ha resultado bueno. El vigilante pasó hace rato, venía tarareando un villancico y miró en todas partes, pero no me vio. También tiene tarea pasa la noche aquí solo, yo la voy a pasar pero porque quiero, pero éste lo hace por obligación y seguro que tiene familia y quisiera estar con ella, pero esto es lo que hay, a joderse.
Voy a salir de aquí, hace rato que no se oye ningún ruido, no creo que pase nada. No sé si estoy loco o algo parecido, la idea de pasar aquí la noche es una gilipollez, pero tenía ganas de hacerlo y esta noche tiene un encanto especial para ello, cuando todos estén por ahí brindando con cava y deseándose lo mejor, dándose golpecitos en la espalda y besándose como buenos hipócritas, yo estaré aquí solo, haciendo lo que quiera, lo que me de la gana.
Qué diferente es todo ahora, el silencio es total. Algún crujido de vez en cuando, el soplido del aire acondicionado. Los ruidos de la calle llegan muy amortiguados, como sordos. La oscuridad es casi total, pero después de un rato y con los pilotos de emergencia acabas viendo lo suficiente para poder moverte por aquí.
Me gusta la sensación que siento, me excita saber que estoy solo aquí, como si esto fuera todo para mí nada más, pero no quiero tocar nada, me parece que fuera a romper una especie de magia que mantiene este extraño mundo intacto, inmóvil, estático.
Tengo hambre, voy a buscar algo de comida. Siempre pensé que en estas circunstancia me hartaría de comer cosas caras y ricas, pero creo que tomaré cualquier cosa que vea en las estanterías, lo que menos me preocupa ahora es eso, sólo pretendo calmar el hambre que siento, que tal vez sea hasta nerviosa.
Ahora me pondré un buen whisky, eso sí, tiene que ser bueno. A ver donde encuentro hielo, si no con agua fresca. Luego daré una vuelta por todo esto, suelo venir por aquí con frecuencia, pero ahora es todo muy diferente y la verdad es que me gusta; creí que me daría miedo estar solo, pero no, no me da miedo, me siento a gusto así.
Voy a escuchar música, la pondré bajita no sea que la escuche alguien. No sé qué poner, tengo toda la música que se puede tener a mi disposición y no se cual escuchar. Clásica, no, ya resulta esto bastante lúgubre para encima ponerle banda sonora. Tal vez un poco de jazz, sí, eso es, algo de Coltrane, un saxo bien tocado debe sonar bien en este entorno tan curioso. Me ha parecido escuchar algo, pero no será nada, no me comeré el coco o saldré corriendo de aquí. Tendría gracia. Habrá sido un crujido de cualquier estantería. Vino de aquella parte, será mejor que vaya a ver que puede haber sido y me quedaré tranquilo, si no, no dejaré de darle vueltas al asunto. Sería gracioso que otro hubiera tenido la misma idea que yo y nos encontráramos aquí los dos. Si es una chica...todavía, nos lo podríamos montar aquí de maravillas, pero eso sólo ocurre en las películas americanas.
Otra vez el ruido y viene de aquel grupo de maniquíes. Tranquilo y no dejes volar la imaginación, no pienses tonterías que no es el momento ni el sitio. Lo mejor es ver que pasa y salir de dudas. Me esconderé tras la columna que está tras ellos y observaré en silencio.
Sólo me tomé un whisky, bien despachado pero sólo uno y no creo que esté mareado, pero lo que estoy viendo no es normal: los maniquíes se mueven y hasta parece que hablan. Esto no puede ser, aquí hay un grupo de maniquíes vestidos de fiesta, ellas lucen trajes de brillos y lentejuelas de vistosos colores y ellos trajes y smokings de gala. Se acerca un grupo que estaba en el departamento de deportes, se van a los probadores y salen también vestidos de fiesta. Creo que me he vuelto loco. Viene uno con un carrito cargado de comidas y bebidas y acercan un mostrador que convierten en mesa. Poco a poco va aumentando el grupo, ya debe haber quince o veinte. Han traído música y empiezan a bailar. No los puedo ver bien, pero conservan sus caras de maniquíes, sus sonrisas de poliester y sus pelos de nylon, sus manos son casi rígidas pero les permiten asir las copas y los canapés que han preparado. Sus andares son graciosos y sus ojos no se mueven.
Me he acercado un poco más y ahora escucho sus conversaciones. Es alucinante, esto me lo cuentan y digo que es un mal rollo o una broma de mal gusto, pero es real, lo estoy viendo y no estoy soñando ni borracho ni nada por el estilo. Todos no tienen la misma categoría, al parecer ésta depende del departamento donde son colocados y los de los expositores de pieles y alta costura parecen ser los más arrogantes, los demás son más sencillos, algunos incluso no son bien mirados en el grupo.
Hay una rubia muy llamativa que parece bailar con un maniquí moreno muy apuesto y le dice cosas al oído. Los diálogos parecen sacados de las películas que ponen en promoción en el departamento de cine y video. Una dice llamarse Kin, por la Basinger, supongo, le dice a su pareja, que se llama Robert y se parece a De Niro: ¿Sabes de lo que tengo ganas? ¿De qué? Le pregunta él con los ojos fijos en otro sitio. De perderme en tus brazos y aparecer mañana. Responde ella dejando caer la cabeza sobre el hombro de él.
Esto es alucinante. Hacen que se besan y algunos se mueven como si hicieran el amor en un rincón oscuro. Me la voy a jugar, me mezclaré con ellos y a ver que ocurre.
_¿Eres nuevo aquí, no?
_¿Cómo? Sí...Perdona, soy nuevo, eso es.
_¿En que departamento estabas antes? No te he visto nunca.
_Estaba en... viajes, eso, en viajes.
_No sabía que en viajes hubiera alguno de nosotros, pero me alegro de conocerte.
_Sí, me pusieron allí con un macuto, anunciando las rutas del Nepal para estos días de vacaciones.
_Que bien se lo montan los humanos, debe ser maravilloso conocer otras partes, viajar, conocer gentes...
La chica, perdón, el maniquí es preciosa, tiene los ojos esmeralda y una nariz perfecta, los pechos menudos y en su sitio. Iba a decir firmes, pero es una estupidez. Voy a tratar de averiguar qué es lo que ocurre aquí.
_¿Hacéis esto muy a menudo?
_No, sólo en fiestas o en noches como estas, ya sabes. Tratamos de imitar a los humanos, hablamos como ellos y hacemos los que les vemos hacer a ellos, pero nos falta algo: sentir lo que sienten ellos. Algunos dicen que es debido a que no tenemos alma, es posible, no sé...Te estoy mirando y debes pertenecer a las últimas remesas de fabricación, estás muy bien acabado, pareces humano, tus ojos no están fijos y tus manos se mueven mejor que las nuestras ¿Tienes sexo?
Reconozco que la pregunta me dejó fuera de juego y no sabía que responder, pero reaccioné a tiempo.
_Sí...Veras, soy de un grupo que se creó con total realismo, me necesitaban en deportes, para exhibir los tangas, ya sabes, esos bañadores tan pequeños y para eso hacia falta...tener sexo, así que me lo pusieron.
_Pero...¿Te funciona?
_Mujer...eso no se pregunta. No...no me funciona, sólo es para abultar.
_Perdona, creo que he sido un poco brusca, lo siento, es que esta noche estamos todos un poco nerviosos, nos gustaría sentir lo que sienten los humanos, gozar de la vida, disfrutar del amor...
_Los humanos también sufren..._Interrumpí por decir algo.
_Sí y hasta eso debe ser hermoso. Cuando son padres, cuando se casan, cuando se enamoran. Cuando se mueren debe ser triste, pero dejan familiares que los recuerdan con cariño y hablan bien de ellos y además los entierran con dignidad y les rezan y les dicen cosas bonitas. En cambio nosotros, cuando estamos ajados y viejos o pasamos de moda, nos arrumban en cualquier rincón oscuro de un almacén y nos tiran a la basura o, en el mejor de los casos, nos queman con los papeles de las oficinas y es indigno, de verdad. Esta noche, por encima de todo, me gustaría ser humana y estar con un hombre que me quisiera, o al menos que me deseara y bailar a la luz de unas velas y decirnos cosas bonitas, como en las películas del departamento de cine y video. Esta noche es para amar, como dice el villancico, "Noche de paz, noche de amor..."
_Si tan feliz te hace, podemos intentarlo. Pongamos las velas, oigamos la música y bailemos hasta el amanecer llevados de la mano del amor...
El día de Navidad desperté casi a medio día, se me debió ir la mano con el cava y tuve unos sueños rarísimos, pero recuerdo haberlo pasado bastante bien. Encontré la manera de salir del hipermercado pues ya estaba harto de estar solo. Durante días no me pude quitar de la cabeza el recuerdo de una extraña Nochebuena.
Meses después, en primavera, fui a ver una camisa que quería comprar, al pasar por el departamento de embarazadas algo me hizo pararme, era un maniquí, una muñeca muy guapa, de ojos esmeralda y perfecta nariz. Lucía una incipiente curva de preñez y sus ojos irradiaban felicidad, pero lo que me sorprendió es que parecía seguirme con la mirada y al fijarme en ella tuve la sensación de que aquella cara me resultaba familiar y extrañamente la asocié a la Nochebuena.
A veces pienso que el aire de los grandes almacenes está viciado y llega a producir alucinaciones.
Andres Miranda Garcia.
10/26/2008
UN MAL VIAJE
La radio llevaba toda la mañana diciéndolo, advirtiendo a los conductores de la imposibilidad de viajar por la sierra, una densa niebla hacia nula la visibilidad y era totalmente desaconsejado tomar la ruta alta pero yo tenía prisa y por allí se adelantaban un par de horas con respecto a la otra carretera, que, además, después de saber todo eso, estaría imposible de camiones y tráfico pesado.
Desde hacía varias elecciones nos estaban prometiendo un túnel que atravesaría la montaña, el desdoblamiento de la carretera del valle y no sé cuantas cosas más, pero como dijo alguien, “prometer hasta meter, una vez metido ni lo prometido”, y si los que ganaban las elecciones se olvidaban de nosotros, los que las perdían ya nos podemos imaginar.
Los picos de la sierra no se veían cuando empecé a subir, esperaba que tal vez cambiara el viento y despejara un poco el ambiente, pero no ocurrió nada de eso, sino todo lo contrario, lo que eran jirones de nubes de algodón, se fueron convirtiendo en grumos de borra tormentosa y gris y yo seguía ascendiendo imparable.
No sé si fue que empezó a llover o que yo estaba dentro de una nube, lo cierto fue que el limpiaparabrisas no daba abasto para mantener el cristal limpio y, entre unas cosas y otras, apenas veía. Pensé volverme atrás, pero luego me dije que para lo que faltaba merecía la pena intentarlo.
Me estaba poniendo nervioso y subí el volumen de la radio. Fue peor el remedio que la enfermedad, el servicio meteorológico anunciaba que habían cortado al tráfico la carretera por la que yo estaba subiendo y, de seguir así la tormenta, cortarían la otra entrada con lo que me dejarían atrapado en medio de ningún sitio y a merced de los elementos que se estaban despachando a sus anchas en lo alto de aquellos montes.
Aceleré. Ya había empezado a bajar y eso indicaba que llegaría pronto a mi destino. Aunque conocía aquellas curvas no por eso les perdía el respeto y sabía que podían resultar muy peligrosas mojadas o cubiertas de hielo, cosa frecuente a esas alturas. Por si no tenía bastante, un fuerte viento racheado empujaba el coche hacia el exterior de la curva.
Por más que intento recordar una y otra vez lo que ocurrió en aquellos instantes, sólo vienen a mi mente dos luces cegadoras y un fuerte impacto contra mi coche, chirriar de neumáticos y después, durante unos segundos, nada, pero sentía como si estuviera cayendo, como si volara. Finalmente sentí que rodaba dentro del coche y traté de protegerme la cabeza y la cara.
Lo siguiente que recuerdo con claridad son los tubos fluorescentes del hospital dando vueltas sobre mi cabeza y unas voces que parecían venir de otro sitio mucho más lejano y distorsionadas por una especie de efecto doppler.
Un camión me había echado de la carretera haciéndome caer ladera abajo rodando a lo largo de casi doscientos metros. Las vueltas me hicieron salir despedido del coche y entonces debí golpearme en la cabeza con una enorme piedra perdiendo el conocimiento. Total, fisura de cráneo, fractura de tibia y peroné de la pierna izquierda y la mano derecha con los metatarsianos y dos dedos rotos también. Casi muero desangrado y estuve dos días en estado de coma debido al shock por la perdida de sangre.
He estado dos meses en el hospital y todavía estoy en rehabilitación, pero he quedado bastante bien, eso dicen los médicos, y creo que es verdad. Cuando salí del estado de coma fui despertando muy lentamente, casi sintiendo como cada fibra de mi cuerpo iba recuperando la vida, como cada neurona se cargaba de electricidad y le decía a las que estaban a los lados que hicieran lo mismo. Después fui moviendo cada músculo, cada tendón que podía si el dolor me lo permitía, y comprobaba que respondía a los estímulos de mi voluntad.
Los recuerdos también fueron volviendo lentamente como fotografías que al revelarse van tomando formas sombras y luces en el papel y traté de revivir cada momento de aquel fatídico viaje hasta sentir el tremendo golpe en la cabeza que me hizo perder el conocimiento. Los primeros días los recuerdos se quedaban ahí, pero después, conforme fue pasando el tiempo, acudían a mi mente recuerdos extraños e incomprensibles para mí.
Pregunté quién me había rescatado y al parecer, el conductor del camión llamó al 112 desde el móvil y les dijo lo que había ocurrido y dónde estaba yo, gracias a eso me pudieron salvar, unos minutos más y no lo cuento entre la hipotermia y la perdida de sangre. No tardó en llegar una ambulancia y fueron unos enfermeros los que me recogieron de aquel fangal y me llevaron al hospital, sin embargo, en esos extraños recuerdos que me vienen como a flashes aparecen una mujer y un par de niños que se acercan a mí y me hablan. Cada vez que me empeño en recordarlos los veo un poco mejor, con más claridad, y los escucho mejor también. Oigo a uno de los niños preguntar a la madre “Mamá, ¿qué le ha ocurrido a ese señor?”, y ella le responde con una gran dulzura y paciencia “Lo mismo que a nosotros, hijo, pero él todavía no se ha ido, todavía están a tiempo de salvarlo”. “¿A nosotros nos salvaron, mamá?”, volvía a preguntar el pequeño. “No, hijo, no tuvimos esa suerte, lo nuestro ocurrió de noche y nadie nos vio. Cuando nos encontraron por la mañana ya no había solución”. “¿Hasta cuando estaremos aquí, mamá?”. “No lo sé, hijo, pero hay muchos más como nosotros y algún día pasarán por aquí y nos iremos con ellos”. “¿A dónde, mamá?”. “A un lugar muy hermoso, pero ahora estaremos aquí con este señor hasta que se venga con nosotros o lo salven”.
Un día vino a verme un psicólogo del hospital y estuvo haciéndome preguntas para ver si me había afectado el accidente, entonces le conté ese extraño recuerdo y me dijo que, al parecer, algunas persona que se encuentran muy cercanas a la muerte tienen experiencias de ese tipo, pero no hay nada estudiado sobre el tema y lo mejor es no darle demasiada importancia al asunto, con el tiempo lo iré olvidando todo y lo mismo que se curan las heridas físicas, también lo hacen las psíquicas. Eso espero.
Pero aquel recuerdo no sólo no lo olvidaba, sino que me obsesionaba. Escribí el dialogo para no olvidar ni una palabra, hice bocetos de las caras de la señora y los niños y estaba decidido a llegar hasta el fondo de la cuestión, aunque acabara loco o tomado por loco.
Por fin salí del hospital y me pareció estrenar la vida otra vez al ver el sol, aspirar el aire fresco y sentir la humedad en la cara de nuevo. Tardé unos días en reubicarme de nuevo y acostumbrarme a convivir en casa con las muletas y las incomodidades propias de la convalecencia, por no hablar de la rehabilitación y la paliza de masajes y demás martirios, pero todo lo daba por bien empleado al ver cómo me iba recuperando, como recuperaba el dominio de mis movimientos, de mis reflejos, de mi cuerpo en una palabra.
Creo que lo que más me incentivaba, el mayor acicate para recuperarme cuanto antes, era el deseo de poder salir solo a la calle e ir a la hemeroteca con mis bocetos y mis apuntes de aquella mujer con los niños que había aparecido en tan extrañas y críticas circunstancias en mi, llamémosle así, sueño. Con toda seguridad, de haber sabido alguien mis intenciones al respecto, hubieran tratado por todos los medios de impedírmelo con la excusa de que era mejor olvidar lo malo después de lo bien que había salido todo, y si no, con aquello de que para que remover cosas tan tristes y desagradables cuando, con toda seguridad, todo era fruto de la fiebre y el delirio o, cuando más, una de esas extrañas experiencias ante la proximidad de la muerte.
Lo que no sabía nadie era que por nada del mundo desistiría en mi deseo de buscar algo, no sabía muy bien qué, pero algo debía buscar referente a aquellas personas y lo haría en cuanto pudiera, se había convertido para mi en una obsesión, lo reconozco, y como tal no podía dejar de pensar en todo ello, no conseguía quitármelo de la cabeza.
Por fin llegó el día y pude encaminarme a la hemeroteca solo. A todos les dije que quería dar una vuelta por unos grandes almacenes a ver como estaba la ropa ya que tanto reposo me había hecho poner unos quilitos y la que tenía me quedaba estrecha. Lo anterior no era mentira, pero no era el motivo de mi ansiada salida en solitario.
En tantas horas de reposo obligado, obsesionado con la idea en cuestión, planifiqué qué y por dónde debía empezar a buscar, entonces recordé las ropas que llevaban la mujer y los niños y eran de verano, así que lo que quiera que fuese lo que ocurrió debió ser en esa época del año. Uno de los niños llevaba una camiseta en la que figuraba el logotipo de “Atenas 2004”, la última olimpiada celebrada, así que empezaría a primeros de ese año a buscar.
En la hemeroteca todo fueron facilidades y no tardé en encontrarme ante la ingente tarea de revisar día por día todos los periódicos desde enero del 2004. Ante mi vista fueron pasando a la mayor velocidad posible para ser leídos todos los titulares de la sección de sucesos, ya que algo me decía que por ahí podría encontrar algún detalle interesante.
Los días pasaban ante mí como ante los astronautas en las naves, eran cuestión de minutos y así semanas y semanas haciendo meses. Empezaba a pensar que aquello era demasiado para mí, me cansaba la vista y me empezaba a aburrir, pero tenía que seguir, tenía que intentarlo.
Al empezar el verano aminoré la velocidad de los microfilmes, empecé a leer con más detenimiento y en los primeros días de junio creí quedar sin respiración: allí estaba aquella mujer, estaba absolutamente seguro que era ella. La fotografía debía ser anterior a los sucesos y aparecía más joven que como yo la vi, pero era ella, no me cabía la menor duda.
Empecé a leer todo lo despacio que mi nerviosismo me permitía: “A primeras horas de la mañana de ayer se descubrió en el Barranco del Aliviadero un coche despeñado la noche anterior, en su interior se encontraron los cuerpos sin vida de una mujer y dos niños pequeños. A la espera de las autopsias podemos adelantar que la causa del fallecimiento pudo ser la pérdida de sangre debida a las múltiples heridas sufridas al caer rodando desde una altura considerable. De momento se desconoce la identidad de la mujer y los pequeños, pero es posible que se tratara de una madre y sus hijos…”
No podía seguir leyendo, las lágrimas me lo impedían. Aquella mujer era la que yo vi, sin duda. En una fotografía interior aparecían los cuerpos tapados con unas mantas, pero saliendo de una de ellas se adivinaba el logotipo de la camiseta de uno de los pequeños. Eran ellos y yo los había visto después de muertos, mucho después, mientras estaba con un pie en el otro mundo.
Ya había salido de mis dudas y lamentaba no poder contarle a nadie a las conclusiones a las que había llegado por temor a que me tomaran por loco. Lo único que me quedaba que hacer, que sentía que debía hacer, era volver al sitio del accidente y llevar unas flores frescas para aquella mujer y sus hijos. Era una locura, lo sabía, y nadie debía saberlo o acabarían diciendo que el accidente me había afectado más de lo que parecía, pero tenía que hacerlo, de alguna manera pensaba que se lo debía a aquellos desgraciados seres.
Una mañana me levanté muy temprano, cogí el coche de mi padre ya que podía conducir y me dirigí a la fatídica curva. Aparqué lo más cerca que pude y baje por el monte con mucho cuidado ya que mis piernas no estaban aún para heroicidades. Cuando llegué al sitio busque una piedra y me senté en ella, dejé las flores en el suelo y elevé una sencilla oración a quién me estuviera escuchando en aquellos montes perdidos. Me quedé allí un rato con los ojos bañados en lágrimas, como si esperara alguna contestación, una señal de alguna clase y hubo algo que no supe entonces ni sé ahora como interpretar, pero de un cielo inmaculado, bañado por un sol radiante, me cayeron unas gotas de agua, unas pocas nada más, como si hubieran sido las lágrimas de aquella pobre mujer que murió sola con sus hijos una aciaga noche de verano.
Andrés Miranda Garcia.
Desde hacía varias elecciones nos estaban prometiendo un túnel que atravesaría la montaña, el desdoblamiento de la carretera del valle y no sé cuantas cosas más, pero como dijo alguien, “prometer hasta meter, una vez metido ni lo prometido”, y si los que ganaban las elecciones se olvidaban de nosotros, los que las perdían ya nos podemos imaginar.
Los picos de la sierra no se veían cuando empecé a subir, esperaba que tal vez cambiara el viento y despejara un poco el ambiente, pero no ocurrió nada de eso, sino todo lo contrario, lo que eran jirones de nubes de algodón, se fueron convirtiendo en grumos de borra tormentosa y gris y yo seguía ascendiendo imparable.
No sé si fue que empezó a llover o que yo estaba dentro de una nube, lo cierto fue que el limpiaparabrisas no daba abasto para mantener el cristal limpio y, entre unas cosas y otras, apenas veía. Pensé volverme atrás, pero luego me dije que para lo que faltaba merecía la pena intentarlo.
Me estaba poniendo nervioso y subí el volumen de la radio. Fue peor el remedio que la enfermedad, el servicio meteorológico anunciaba que habían cortado al tráfico la carretera por la que yo estaba subiendo y, de seguir así la tormenta, cortarían la otra entrada con lo que me dejarían atrapado en medio de ningún sitio y a merced de los elementos que se estaban despachando a sus anchas en lo alto de aquellos montes.
Aceleré. Ya había empezado a bajar y eso indicaba que llegaría pronto a mi destino. Aunque conocía aquellas curvas no por eso les perdía el respeto y sabía que podían resultar muy peligrosas mojadas o cubiertas de hielo, cosa frecuente a esas alturas. Por si no tenía bastante, un fuerte viento racheado empujaba el coche hacia el exterior de la curva.
Por más que intento recordar una y otra vez lo que ocurrió en aquellos instantes, sólo vienen a mi mente dos luces cegadoras y un fuerte impacto contra mi coche, chirriar de neumáticos y después, durante unos segundos, nada, pero sentía como si estuviera cayendo, como si volara. Finalmente sentí que rodaba dentro del coche y traté de protegerme la cabeza y la cara.
Lo siguiente que recuerdo con claridad son los tubos fluorescentes del hospital dando vueltas sobre mi cabeza y unas voces que parecían venir de otro sitio mucho más lejano y distorsionadas por una especie de efecto doppler.
Un camión me había echado de la carretera haciéndome caer ladera abajo rodando a lo largo de casi doscientos metros. Las vueltas me hicieron salir despedido del coche y entonces debí golpearme en la cabeza con una enorme piedra perdiendo el conocimiento. Total, fisura de cráneo, fractura de tibia y peroné de la pierna izquierda y la mano derecha con los metatarsianos y dos dedos rotos también. Casi muero desangrado y estuve dos días en estado de coma debido al shock por la perdida de sangre.
He estado dos meses en el hospital y todavía estoy en rehabilitación, pero he quedado bastante bien, eso dicen los médicos, y creo que es verdad. Cuando salí del estado de coma fui despertando muy lentamente, casi sintiendo como cada fibra de mi cuerpo iba recuperando la vida, como cada neurona se cargaba de electricidad y le decía a las que estaban a los lados que hicieran lo mismo. Después fui moviendo cada músculo, cada tendón que podía si el dolor me lo permitía, y comprobaba que respondía a los estímulos de mi voluntad.
Los recuerdos también fueron volviendo lentamente como fotografías que al revelarse van tomando formas sombras y luces en el papel y traté de revivir cada momento de aquel fatídico viaje hasta sentir el tremendo golpe en la cabeza que me hizo perder el conocimiento. Los primeros días los recuerdos se quedaban ahí, pero después, conforme fue pasando el tiempo, acudían a mi mente recuerdos extraños e incomprensibles para mí.
Pregunté quién me había rescatado y al parecer, el conductor del camión llamó al 112 desde el móvil y les dijo lo que había ocurrido y dónde estaba yo, gracias a eso me pudieron salvar, unos minutos más y no lo cuento entre la hipotermia y la perdida de sangre. No tardó en llegar una ambulancia y fueron unos enfermeros los que me recogieron de aquel fangal y me llevaron al hospital, sin embargo, en esos extraños recuerdos que me vienen como a flashes aparecen una mujer y un par de niños que se acercan a mí y me hablan. Cada vez que me empeño en recordarlos los veo un poco mejor, con más claridad, y los escucho mejor también. Oigo a uno de los niños preguntar a la madre “Mamá, ¿qué le ha ocurrido a ese señor?”, y ella le responde con una gran dulzura y paciencia “Lo mismo que a nosotros, hijo, pero él todavía no se ha ido, todavía están a tiempo de salvarlo”. “¿A nosotros nos salvaron, mamá?”, volvía a preguntar el pequeño. “No, hijo, no tuvimos esa suerte, lo nuestro ocurrió de noche y nadie nos vio. Cuando nos encontraron por la mañana ya no había solución”. “¿Hasta cuando estaremos aquí, mamá?”. “No lo sé, hijo, pero hay muchos más como nosotros y algún día pasarán por aquí y nos iremos con ellos”. “¿A dónde, mamá?”. “A un lugar muy hermoso, pero ahora estaremos aquí con este señor hasta que se venga con nosotros o lo salven”.
Un día vino a verme un psicólogo del hospital y estuvo haciéndome preguntas para ver si me había afectado el accidente, entonces le conté ese extraño recuerdo y me dijo que, al parecer, algunas persona que se encuentran muy cercanas a la muerte tienen experiencias de ese tipo, pero no hay nada estudiado sobre el tema y lo mejor es no darle demasiada importancia al asunto, con el tiempo lo iré olvidando todo y lo mismo que se curan las heridas físicas, también lo hacen las psíquicas. Eso espero.
Pero aquel recuerdo no sólo no lo olvidaba, sino que me obsesionaba. Escribí el dialogo para no olvidar ni una palabra, hice bocetos de las caras de la señora y los niños y estaba decidido a llegar hasta el fondo de la cuestión, aunque acabara loco o tomado por loco.
Por fin salí del hospital y me pareció estrenar la vida otra vez al ver el sol, aspirar el aire fresco y sentir la humedad en la cara de nuevo. Tardé unos días en reubicarme de nuevo y acostumbrarme a convivir en casa con las muletas y las incomodidades propias de la convalecencia, por no hablar de la rehabilitación y la paliza de masajes y demás martirios, pero todo lo daba por bien empleado al ver cómo me iba recuperando, como recuperaba el dominio de mis movimientos, de mis reflejos, de mi cuerpo en una palabra.
Creo que lo que más me incentivaba, el mayor acicate para recuperarme cuanto antes, era el deseo de poder salir solo a la calle e ir a la hemeroteca con mis bocetos y mis apuntes de aquella mujer con los niños que había aparecido en tan extrañas y críticas circunstancias en mi, llamémosle así, sueño. Con toda seguridad, de haber sabido alguien mis intenciones al respecto, hubieran tratado por todos los medios de impedírmelo con la excusa de que era mejor olvidar lo malo después de lo bien que había salido todo, y si no, con aquello de que para que remover cosas tan tristes y desagradables cuando, con toda seguridad, todo era fruto de la fiebre y el delirio o, cuando más, una de esas extrañas experiencias ante la proximidad de la muerte.
Lo que no sabía nadie era que por nada del mundo desistiría en mi deseo de buscar algo, no sabía muy bien qué, pero algo debía buscar referente a aquellas personas y lo haría en cuanto pudiera, se había convertido para mi en una obsesión, lo reconozco, y como tal no podía dejar de pensar en todo ello, no conseguía quitármelo de la cabeza.
Por fin llegó el día y pude encaminarme a la hemeroteca solo. A todos les dije que quería dar una vuelta por unos grandes almacenes a ver como estaba la ropa ya que tanto reposo me había hecho poner unos quilitos y la que tenía me quedaba estrecha. Lo anterior no era mentira, pero no era el motivo de mi ansiada salida en solitario.
En tantas horas de reposo obligado, obsesionado con la idea en cuestión, planifiqué qué y por dónde debía empezar a buscar, entonces recordé las ropas que llevaban la mujer y los niños y eran de verano, así que lo que quiera que fuese lo que ocurrió debió ser en esa época del año. Uno de los niños llevaba una camiseta en la que figuraba el logotipo de “Atenas 2004”, la última olimpiada celebrada, así que empezaría a primeros de ese año a buscar.
En la hemeroteca todo fueron facilidades y no tardé en encontrarme ante la ingente tarea de revisar día por día todos los periódicos desde enero del 2004. Ante mi vista fueron pasando a la mayor velocidad posible para ser leídos todos los titulares de la sección de sucesos, ya que algo me decía que por ahí podría encontrar algún detalle interesante.
Los días pasaban ante mí como ante los astronautas en las naves, eran cuestión de minutos y así semanas y semanas haciendo meses. Empezaba a pensar que aquello era demasiado para mí, me cansaba la vista y me empezaba a aburrir, pero tenía que seguir, tenía que intentarlo.
Al empezar el verano aminoré la velocidad de los microfilmes, empecé a leer con más detenimiento y en los primeros días de junio creí quedar sin respiración: allí estaba aquella mujer, estaba absolutamente seguro que era ella. La fotografía debía ser anterior a los sucesos y aparecía más joven que como yo la vi, pero era ella, no me cabía la menor duda.
Empecé a leer todo lo despacio que mi nerviosismo me permitía: “A primeras horas de la mañana de ayer se descubrió en el Barranco del Aliviadero un coche despeñado la noche anterior, en su interior se encontraron los cuerpos sin vida de una mujer y dos niños pequeños. A la espera de las autopsias podemos adelantar que la causa del fallecimiento pudo ser la pérdida de sangre debida a las múltiples heridas sufridas al caer rodando desde una altura considerable. De momento se desconoce la identidad de la mujer y los pequeños, pero es posible que se tratara de una madre y sus hijos…”
No podía seguir leyendo, las lágrimas me lo impedían. Aquella mujer era la que yo vi, sin duda. En una fotografía interior aparecían los cuerpos tapados con unas mantas, pero saliendo de una de ellas se adivinaba el logotipo de la camiseta de uno de los pequeños. Eran ellos y yo los había visto después de muertos, mucho después, mientras estaba con un pie en el otro mundo.
Ya había salido de mis dudas y lamentaba no poder contarle a nadie a las conclusiones a las que había llegado por temor a que me tomaran por loco. Lo único que me quedaba que hacer, que sentía que debía hacer, era volver al sitio del accidente y llevar unas flores frescas para aquella mujer y sus hijos. Era una locura, lo sabía, y nadie debía saberlo o acabarían diciendo que el accidente me había afectado más de lo que parecía, pero tenía que hacerlo, de alguna manera pensaba que se lo debía a aquellos desgraciados seres.
Una mañana me levanté muy temprano, cogí el coche de mi padre ya que podía conducir y me dirigí a la fatídica curva. Aparqué lo más cerca que pude y baje por el monte con mucho cuidado ya que mis piernas no estaban aún para heroicidades. Cuando llegué al sitio busque una piedra y me senté en ella, dejé las flores en el suelo y elevé una sencilla oración a quién me estuviera escuchando en aquellos montes perdidos. Me quedé allí un rato con los ojos bañados en lágrimas, como si esperara alguna contestación, una señal de alguna clase y hubo algo que no supe entonces ni sé ahora como interpretar, pero de un cielo inmaculado, bañado por un sol radiante, me cayeron unas gotas de agua, unas pocas nada más, como si hubieran sido las lágrimas de aquella pobre mujer que murió sola con sus hijos una aciaga noche de verano.
Andrés Miranda Garcia.
9/18/2008
LA FOTO
—¿Ya estás otra vez con la foto esa en las manos? Mira que eres pesado. La vas a gastar de tanto mirarla. Ya la tienes amarilla de tanto manosearla. ¡Déjala ya, papá!
—¿Qué te molestará a ti que yo mire esta foto, dime? No sé que más te da. Además, déjame tranquilo, ¡coño!
—A mí me da lo mismo, pero no es sano. Creo que te has quedado pillado con esa foto. No te olvides de tomarte las pastillas que después te pones hecho una calamidad.
—Sí, claro, las pastillitas, todo lo queréis arreglar con las pastillitas de los cojones… que si la verde, que si la azul, que si la blanca grande… me tenéis hasta los huevos de tantas pastillas y total para nada, cada vez estoy peor, ya creo que hasta estoy perdiendo la vista…
—No me extraña, siempre mirando la misma foto, que ya casi no se ve de vieja que está. Descansa un rato, anda, que tienes que comer dentro de poco.
— Comer… cualquier cosa. Tráeme un potaje de habichuelas con una cabeza de ajos como la cabeza de un chiquillo y una hoja de laurel como una alpargata y luego hablamos de comida… ¡Qué sabes tu de comidas!
—Lo justo para saber lo que tu tienes que comer, y de habichuelas nada. Hoy te toca un poquito de arroz blanco y merluza hervida.
—Pues te lo podías meter por el…
—¡Papá! Ya está bien. No hagas que me enfade que ya está bien, ¿no te parece?
—Sí, hija, perdóname, es que a veces pierdo la paciencia. ¡A ver si me muero de una puta vez y os dejo a todos tranquilos!
—Vale, ahora de víctima ¡pobrecito! Deja de decir tonterías y ve levantándote, lávate y aféitate y te quedas en el salón hasta la hora de almorzar.
—¡Sí, señora generala, como usted ordene!
—Como vaya para allá te voy a dar señora generala. ¡Vamos con el hombre!
Ahora que se ha ido a la cocina, me dejará tranquilo para ver la foto a gusto… no sé si es que el azúcar me está acabando de dejar ciego, pero me empiezo a ver borroso y a algunos casi no los veo ya, no sé por qué veo a unos sí a otros no.
La fotografía tiene más de sesenta años, los mismos que han pasado por todos los que aparecemos en ella y han sido implacables con la mayoría de nosotros.
Muchos rostros carecen de nombre por culpa del olvido, del tiempo amontonado sobre esas sonrisas imberbes. Hay nombres que revolotean dudosos sobre las caras sin estar seguros de donde posarse para identificar esos rostros y convertirlos en alguien concreto. Muchos habrán muerto, que duda cabe, otros vivirán en otras ciudades, jubilados como yo y, posiblemente, chochos y enfermos como yo también. Hace mucho que no veo a ninguno de ellos ni sé nada de nadie de aquellos tiempos. Antes, cuando salía, veía a alguno y nos parábamos a hablar de nuestras cosas, a recordar travesuras y pasar lista de los iban faltando, pero ahora que no me puedo mover de casa no veo a nadie ni sé nada de nadie. Me ponen la televisión desde por la mañana para que me entretenga y lo único que consiguen es hacer más patente aún mi soledad y aburrimiento, mi hastío, mis ganas de morirme lo más pronto posible…
Puede parecer extraño, pero lo único que me mantiene unido al mundo, aunque sea al de mis recuerdos, es la foto.
Recuerdo que el primero que aparece de pie por la izquierda fue chofer de un alcalde hace muchos años. Creció bastante y se convirtió en un hombre fuerte y potente, menos mal, porque con esas rodillas de burro parecía que no saldría de la escasez y las necesidades. Del que está a su lado no me acuerdo en absoluto, pero se ve guapo con su camisa resplandeciente, posiblemente se la pondrían para hacerse ese día la foto, como otros que aparecen con corbata, que sería de elástico, pero corbata al fin, la de los domingos con toda seguridad.
El que esta a la izquierda del anterior es de los que apenas se ven desde hace una semana más o menos porque antes se veía perfectamente, no sé que estará ocurriendo con está foto, será lo que dice mi hija, que la estoy gastando de tanto mirarla. Del siguiente tampoco me acuerdo y el que le sigue era de San Juan del Puerto y luego se puso alto y fuerte también, pero hace unos meses empezó a ponerse borroso y ya casi no se ve.
La última vez que estuve viendo la foto con un conocido, me dijo que el siguiente había muerto joven, de un infarto creo que me dijo, pero su cara hace mucho que desapareció como borrada, quemada.
Otro de los que aparecen en la foto fue taxista y hace tiempo que dejé de verlo, pero sigue viéndose bien todavía…
No sé que me ocurre, me canso enseguida, me falta el aliento, es como si me estuviera consumiendo a gran velocidad, como si el proceso se estuviera acelerando y mi fin se acercara rápidamente. A ver si es verdad.
—Vamos, a comer que se enfría el arroz y luego protestas
—Para el caso que me haces…
—Hoy te has levantado con el pie izquierdo, ¿no? Pues no tengo todo el día para estarte escuchando, así que come rápido que tengo que ir al médico para ti.
—¿Le vas a pedir más pastillitas? Matarratas, dile que me recete matarratas y así acabamos de una vez.
—No te hago ya ni caso de lo harta que me tienes. Cuando acabes retira el plato y lo dejas en el fregadero y no me llenes el comedor de migas de pan que acuden las hormigas. Adiós, papá.
—Adiós hija, anda que te den…
No es mala después de todo conmigo, yo soy un cascarrabias y ella tiene demasiadas cosas que hacer y encima nadie le ayuda. Yo antes le hacía los mandados pero desde que apenas veo no se fía de dejarme salir solo a la calle, y menos aún de que maneje dinero con tanta calderilla como tenemos ahora con esto del euro.
Bueno, en cuanto acabe de comer me voy a mi habitación y seguiré viendo la foto. Me podía quedar aquí, pero allí me concentro mejor y hay más claridad junto a la ventana, que aquí con tanta cortina no se ve casi nada.
Del primero de la fila del centro no me acuerdo, el segundo era pelirrojo y tenía muy mala leche, era muy peleón… ¿cómo se llamaba, joder? Qué más da… El otro no sé quién era, además, apenas se ve ya. El de al lado es Ignacio, su padre era acomodador del Gran Teatro y le daba carteleras de películas en pequeño, el las coleccionaba y nos daba las repetidas a los amigos. Más adelante está Jesús, los padres tenían una pensión cerca de donde yo vivía, es de los últimos que recuerdo haber visto por la calle. Luego está Basilio, éste se metía mucho conmigo, me decía metralleta por que tartamudeaba a veces y yo le decía mono porque recordaba a un chimpancé con sus enormes orejas despegadas.
Don Juan, el profesor, hace mucho que desapareció de la foto. Era un buen hombre y muy paciente con aquella cábila de críos revoltosos y mal educados… Será mejor que la guarde, ya ha vuelto mi hija y si me ve con la foto se liará conmigo otra vez.
—Bueno, ¿Qué ha dicho el médico?
—Que sigas con el tratamiento.
—Y para eso tanto estudiar medicina… Estos médicos del seguro son de lo que no hay, vengan pastillas, vengan medicinas y venga comida blanda y así acaban con uno poco a poco, de hambre y envenenado con tantas píldoras.
—No empieces otra vez con lo mismo que me tienes harta. ¿Qué quieres a tu edad y con lo que tienes?
—¿Y qué es lo que tengo?
En la casa se hizo un silencio denso, intencionado. La hija, en la cocina, se esforzaba por que el padre no se diera cuenta de que estaba llorando, pero era consciente de que aquel esperaba una respuesta en la otra parte de la casa. El médico no le había dicho que siguiera con el tratamiento, sino todo lo contrario, que lo dejara en vista de lo avanzado de la metástasis. Ya sería suficiente con que tomara unos calmantes cuando el dolor apretara, que lo haría, y algún placebo para disimular. Cuando le diagnosticaron el cáncer de hígado, apenas dos meses antes, el médico le dio tres o cuatro meses de vida y advirtió que el final se precipitaría casi de forma desprevenida, así que tenían que estar preparados y los plazos se estaban cumpliendo a la perfección.
—Ya lo sabes: tienes tocado el hígado, posiblemente una hepatitis mal curada y ahora te ha dado la cara, eso dice el médico.
—Yo nunca he tenido hepatitis, eso son cuentos del doctor ese, que le darían el título con los puntos del avecrem… ¡no te jodes! Lo que yo tengo es otra cosa, a ver si te crees que soy tonto, pero me tenéis engañado con tantas pastillitas.
—Papá, por favor, estoy muy cansada. Lo último que me apetece ahora mismo es ponerme a discutir contigo si una vez tuviste hepatitis o no. Descansa un rato y déjame descansar a mí.
—Sí hija, perdona… Será mejor que me vaya a mi habitación.
—Sí, anda, eso, dale otro sobeo a la fotito.
—Pues mira, sí, eso voy a hacer, darle otro sobeo a la fotito, como tu dices. Es lo último que me queda, las gentes que apenas veo ya en ella son las únicas que veo desde hace mucho tiempo. La televisión me aburre con tanto anuncio, tu marido no tiene conversación, tus hijos nunca están aquí y tu… bueno, tu ya tienes bastante.
La hija no contestó, se encerró en su habitación y se desahogó llorando no sólo ante la certeza de que su padre se moría y la impotencia de no poder hacer nada por evitarlo, se le agolpaban los recuerdos de su madre muerta en parecidas condiciones tras una penosa y larga enfermedad. Se le amontonaba el tedio, el aburrimiento, la rutina, la desesperación, el sentirse estafada por la vida y tener que asumir que a fin de cuentas la vida quizás fuera sólo eso: unos cuantos ratos buenos y lo demás sufrir, aguantar, tragar y seguir adelante tirando del carro de la familia, de una familia que se estaba convirtiendo en una fonda de gentes que venían a ducharse, cambiarse de ropa y comer algo, pero todo en el más estricto silencio y secretismo. Todo el mundo parecía querer llevar una vida secreta y oculta, repleta de mensajes crípticos de móviles y correos por Internet, pero no se podía preguntar nada o te convertían en cotilla, curiosa, alcahueta y no se sabe cuántas cosas más.
¿Qué había sido de sus sueños de juventud? ¿Dónde habían ido a parar sus ilusiones? ¿Qué había quedado de sus reinos imaginarios, de su príncipe valiente? Nada, rutina, monotonía, hastío, cansancio, desengaño. Nada.
Me miro en la foto y cada vez me reconozco menos. Estoy sentado, tengo la cabeza ladeada y el pelo me brilla caído sobre la frente, el pelo, mi pelo, cuantos años hace que desapareció. Primero se puso blanco y después se fue cayendo hasta dejarme casi calvo por completo. A mi izquierda está Barroso, recuerdo que coincidimos en el Servicio Militar, el era brigada y me llevó a su compañía, la catorce creo que era, y allí hice todo el periodo de instrucción. Después no lo he visto más ni he sabido más de él, pero es de los que más claros se ven en la foto.
A mi derecha está Gámez, nuestros padres eran amigos. También lo he visto no hace mucho y no ha perdido ese aire pícaro que siempre tuvo de pequeño. A su lado está Blanco, uno de los primeros que se dejó el pelo largo en el colegio y recuerdo que los curas nos tuvieron que reñir porque nos metíamos con él. Blanco no tenía padre y eso le daba un aire de fragilidad maldita; no tener padre a esa edad y en aquellos tiempos era algo muy duro, siempre lo ha sido, pero entonces era mucho más. Luego cayó en la droga pero al final salió vivo, acanallado y duro pero vivo.
Al lado de Blanco esta uno que fue vecino mío durante unos años, apenas se ve ya, recuerdo que trabajaba a turnos, como yo, y a veces coincidíamos a la hora de esperar el autocar. No sé que habrá sido de él pero su cara casi ha desaparecido de la foto.
Después hay otro del que no recuerdo absolutamente nada y a continuación están los que llamábamos Zipi y Zape, menudos eran los dos, el rubio se llamaba León y el moreno Garzón y juntos ideaban todas las diabluras imaginables…
Cada vez veo menos y si fijo la vista me fatigo enseguida. Creo que esto se está acabando y quizás sea lo mejor, acabar de una vez con esta vejez, con estos achaques y tantas medicinas y tanto médico, que yo creo que los médicos a las gentes de mi edad ya no nos hacen ni caso, total… para lo que nos queda en el convento…
Hoy me veo menos que nunca en la foto, la cara se me ha borrado por completo. Será de las gafas, o del azúcar que me está dejando ciego. No me encuentro bien, estoy un poco mareado y se me va la vista. Voy a descansar un rato a ver si me pongo mejor.
La hija volvió como media hora después y, como si hubiera presentido algo, entró corriendo en la salita donde estaba el padre y allí lo encontró, como dormido, con la foto en las manos y la cabeza caída sobre el pecho. Había muerto y ella se sentó a su lado, le tomó las manos y dio rienda suelta al llanto que tantas veces había reprimido en presencia del viejo.
—¿Qué te molestará a ti que yo mire esta foto, dime? No sé que más te da. Además, déjame tranquilo, ¡coño!
—A mí me da lo mismo, pero no es sano. Creo que te has quedado pillado con esa foto. No te olvides de tomarte las pastillas que después te pones hecho una calamidad.
—Sí, claro, las pastillitas, todo lo queréis arreglar con las pastillitas de los cojones… que si la verde, que si la azul, que si la blanca grande… me tenéis hasta los huevos de tantas pastillas y total para nada, cada vez estoy peor, ya creo que hasta estoy perdiendo la vista…
—No me extraña, siempre mirando la misma foto, que ya casi no se ve de vieja que está. Descansa un rato, anda, que tienes que comer dentro de poco.
— Comer… cualquier cosa. Tráeme un potaje de habichuelas con una cabeza de ajos como la cabeza de un chiquillo y una hoja de laurel como una alpargata y luego hablamos de comida… ¡Qué sabes tu de comidas!
—Lo justo para saber lo que tu tienes que comer, y de habichuelas nada. Hoy te toca un poquito de arroz blanco y merluza hervida.
—Pues te lo podías meter por el…
—¡Papá! Ya está bien. No hagas que me enfade que ya está bien, ¿no te parece?
—Sí, hija, perdóname, es que a veces pierdo la paciencia. ¡A ver si me muero de una puta vez y os dejo a todos tranquilos!
—Vale, ahora de víctima ¡pobrecito! Deja de decir tonterías y ve levantándote, lávate y aféitate y te quedas en el salón hasta la hora de almorzar.
—¡Sí, señora generala, como usted ordene!
—Como vaya para allá te voy a dar señora generala. ¡Vamos con el hombre!
Ahora que se ha ido a la cocina, me dejará tranquilo para ver la foto a gusto… no sé si es que el azúcar me está acabando de dejar ciego, pero me empiezo a ver borroso y a algunos casi no los veo ya, no sé por qué veo a unos sí a otros no.
La fotografía tiene más de sesenta años, los mismos que han pasado por todos los que aparecemos en ella y han sido implacables con la mayoría de nosotros.
Muchos rostros carecen de nombre por culpa del olvido, del tiempo amontonado sobre esas sonrisas imberbes. Hay nombres que revolotean dudosos sobre las caras sin estar seguros de donde posarse para identificar esos rostros y convertirlos en alguien concreto. Muchos habrán muerto, que duda cabe, otros vivirán en otras ciudades, jubilados como yo y, posiblemente, chochos y enfermos como yo también. Hace mucho que no veo a ninguno de ellos ni sé nada de nadie de aquellos tiempos. Antes, cuando salía, veía a alguno y nos parábamos a hablar de nuestras cosas, a recordar travesuras y pasar lista de los iban faltando, pero ahora que no me puedo mover de casa no veo a nadie ni sé nada de nadie. Me ponen la televisión desde por la mañana para que me entretenga y lo único que consiguen es hacer más patente aún mi soledad y aburrimiento, mi hastío, mis ganas de morirme lo más pronto posible…
Puede parecer extraño, pero lo único que me mantiene unido al mundo, aunque sea al de mis recuerdos, es la foto.
Recuerdo que el primero que aparece de pie por la izquierda fue chofer de un alcalde hace muchos años. Creció bastante y se convirtió en un hombre fuerte y potente, menos mal, porque con esas rodillas de burro parecía que no saldría de la escasez y las necesidades. Del que está a su lado no me acuerdo en absoluto, pero se ve guapo con su camisa resplandeciente, posiblemente se la pondrían para hacerse ese día la foto, como otros que aparecen con corbata, que sería de elástico, pero corbata al fin, la de los domingos con toda seguridad.
El que esta a la izquierda del anterior es de los que apenas se ven desde hace una semana más o menos porque antes se veía perfectamente, no sé que estará ocurriendo con está foto, será lo que dice mi hija, que la estoy gastando de tanto mirarla. Del siguiente tampoco me acuerdo y el que le sigue era de San Juan del Puerto y luego se puso alto y fuerte también, pero hace unos meses empezó a ponerse borroso y ya casi no se ve.
La última vez que estuve viendo la foto con un conocido, me dijo que el siguiente había muerto joven, de un infarto creo que me dijo, pero su cara hace mucho que desapareció como borrada, quemada.
Otro de los que aparecen en la foto fue taxista y hace tiempo que dejé de verlo, pero sigue viéndose bien todavía…
No sé que me ocurre, me canso enseguida, me falta el aliento, es como si me estuviera consumiendo a gran velocidad, como si el proceso se estuviera acelerando y mi fin se acercara rápidamente. A ver si es verdad.
—Vamos, a comer que se enfría el arroz y luego protestas
—Para el caso que me haces…
—Hoy te has levantado con el pie izquierdo, ¿no? Pues no tengo todo el día para estarte escuchando, así que come rápido que tengo que ir al médico para ti.
—¿Le vas a pedir más pastillitas? Matarratas, dile que me recete matarratas y así acabamos de una vez.
—No te hago ya ni caso de lo harta que me tienes. Cuando acabes retira el plato y lo dejas en el fregadero y no me llenes el comedor de migas de pan que acuden las hormigas. Adiós, papá.
—Adiós hija, anda que te den…
No es mala después de todo conmigo, yo soy un cascarrabias y ella tiene demasiadas cosas que hacer y encima nadie le ayuda. Yo antes le hacía los mandados pero desde que apenas veo no se fía de dejarme salir solo a la calle, y menos aún de que maneje dinero con tanta calderilla como tenemos ahora con esto del euro.
Bueno, en cuanto acabe de comer me voy a mi habitación y seguiré viendo la foto. Me podía quedar aquí, pero allí me concentro mejor y hay más claridad junto a la ventana, que aquí con tanta cortina no se ve casi nada.
Del primero de la fila del centro no me acuerdo, el segundo era pelirrojo y tenía muy mala leche, era muy peleón… ¿cómo se llamaba, joder? Qué más da… El otro no sé quién era, además, apenas se ve ya. El de al lado es Ignacio, su padre era acomodador del Gran Teatro y le daba carteleras de películas en pequeño, el las coleccionaba y nos daba las repetidas a los amigos. Más adelante está Jesús, los padres tenían una pensión cerca de donde yo vivía, es de los últimos que recuerdo haber visto por la calle. Luego está Basilio, éste se metía mucho conmigo, me decía metralleta por que tartamudeaba a veces y yo le decía mono porque recordaba a un chimpancé con sus enormes orejas despegadas.
Don Juan, el profesor, hace mucho que desapareció de la foto. Era un buen hombre y muy paciente con aquella cábila de críos revoltosos y mal educados… Será mejor que la guarde, ya ha vuelto mi hija y si me ve con la foto se liará conmigo otra vez.
—Bueno, ¿Qué ha dicho el médico?
—Que sigas con el tratamiento.
—Y para eso tanto estudiar medicina… Estos médicos del seguro son de lo que no hay, vengan pastillas, vengan medicinas y venga comida blanda y así acaban con uno poco a poco, de hambre y envenenado con tantas píldoras.
—No empieces otra vez con lo mismo que me tienes harta. ¿Qué quieres a tu edad y con lo que tienes?
—¿Y qué es lo que tengo?
En la casa se hizo un silencio denso, intencionado. La hija, en la cocina, se esforzaba por que el padre no se diera cuenta de que estaba llorando, pero era consciente de que aquel esperaba una respuesta en la otra parte de la casa. El médico no le había dicho que siguiera con el tratamiento, sino todo lo contrario, que lo dejara en vista de lo avanzado de la metástasis. Ya sería suficiente con que tomara unos calmantes cuando el dolor apretara, que lo haría, y algún placebo para disimular. Cuando le diagnosticaron el cáncer de hígado, apenas dos meses antes, el médico le dio tres o cuatro meses de vida y advirtió que el final se precipitaría casi de forma desprevenida, así que tenían que estar preparados y los plazos se estaban cumpliendo a la perfección.
—Ya lo sabes: tienes tocado el hígado, posiblemente una hepatitis mal curada y ahora te ha dado la cara, eso dice el médico.
—Yo nunca he tenido hepatitis, eso son cuentos del doctor ese, que le darían el título con los puntos del avecrem… ¡no te jodes! Lo que yo tengo es otra cosa, a ver si te crees que soy tonto, pero me tenéis engañado con tantas pastillitas.
—Papá, por favor, estoy muy cansada. Lo último que me apetece ahora mismo es ponerme a discutir contigo si una vez tuviste hepatitis o no. Descansa un rato y déjame descansar a mí.
—Sí hija, perdona… Será mejor que me vaya a mi habitación.
—Sí, anda, eso, dale otro sobeo a la fotito.
—Pues mira, sí, eso voy a hacer, darle otro sobeo a la fotito, como tu dices. Es lo último que me queda, las gentes que apenas veo ya en ella son las únicas que veo desde hace mucho tiempo. La televisión me aburre con tanto anuncio, tu marido no tiene conversación, tus hijos nunca están aquí y tu… bueno, tu ya tienes bastante.
La hija no contestó, se encerró en su habitación y se desahogó llorando no sólo ante la certeza de que su padre se moría y la impotencia de no poder hacer nada por evitarlo, se le agolpaban los recuerdos de su madre muerta en parecidas condiciones tras una penosa y larga enfermedad. Se le amontonaba el tedio, el aburrimiento, la rutina, la desesperación, el sentirse estafada por la vida y tener que asumir que a fin de cuentas la vida quizás fuera sólo eso: unos cuantos ratos buenos y lo demás sufrir, aguantar, tragar y seguir adelante tirando del carro de la familia, de una familia que se estaba convirtiendo en una fonda de gentes que venían a ducharse, cambiarse de ropa y comer algo, pero todo en el más estricto silencio y secretismo. Todo el mundo parecía querer llevar una vida secreta y oculta, repleta de mensajes crípticos de móviles y correos por Internet, pero no se podía preguntar nada o te convertían en cotilla, curiosa, alcahueta y no se sabe cuántas cosas más.
¿Qué había sido de sus sueños de juventud? ¿Dónde habían ido a parar sus ilusiones? ¿Qué había quedado de sus reinos imaginarios, de su príncipe valiente? Nada, rutina, monotonía, hastío, cansancio, desengaño. Nada.
Me miro en la foto y cada vez me reconozco menos. Estoy sentado, tengo la cabeza ladeada y el pelo me brilla caído sobre la frente, el pelo, mi pelo, cuantos años hace que desapareció. Primero se puso blanco y después se fue cayendo hasta dejarme casi calvo por completo. A mi izquierda está Barroso, recuerdo que coincidimos en el Servicio Militar, el era brigada y me llevó a su compañía, la catorce creo que era, y allí hice todo el periodo de instrucción. Después no lo he visto más ni he sabido más de él, pero es de los que más claros se ven en la foto.
A mi derecha está Gámez, nuestros padres eran amigos. También lo he visto no hace mucho y no ha perdido ese aire pícaro que siempre tuvo de pequeño. A su lado está Blanco, uno de los primeros que se dejó el pelo largo en el colegio y recuerdo que los curas nos tuvieron que reñir porque nos metíamos con él. Blanco no tenía padre y eso le daba un aire de fragilidad maldita; no tener padre a esa edad y en aquellos tiempos era algo muy duro, siempre lo ha sido, pero entonces era mucho más. Luego cayó en la droga pero al final salió vivo, acanallado y duro pero vivo.
Al lado de Blanco esta uno que fue vecino mío durante unos años, apenas se ve ya, recuerdo que trabajaba a turnos, como yo, y a veces coincidíamos a la hora de esperar el autocar. No sé que habrá sido de él pero su cara casi ha desaparecido de la foto.
Después hay otro del que no recuerdo absolutamente nada y a continuación están los que llamábamos Zipi y Zape, menudos eran los dos, el rubio se llamaba León y el moreno Garzón y juntos ideaban todas las diabluras imaginables…
Cada vez veo menos y si fijo la vista me fatigo enseguida. Creo que esto se está acabando y quizás sea lo mejor, acabar de una vez con esta vejez, con estos achaques y tantas medicinas y tanto médico, que yo creo que los médicos a las gentes de mi edad ya no nos hacen ni caso, total… para lo que nos queda en el convento…
Hoy me veo menos que nunca en la foto, la cara se me ha borrado por completo. Será de las gafas, o del azúcar que me está dejando ciego. No me encuentro bien, estoy un poco mareado y se me va la vista. Voy a descansar un rato a ver si me pongo mejor.
La hija volvió como media hora después y, como si hubiera presentido algo, entró corriendo en la salita donde estaba el padre y allí lo encontró, como dormido, con la foto en las manos y la cabeza caída sobre el pecho. Había muerto y ella se sentó a su lado, le tomó las manos y dio rienda suelta al llanto que tantas veces había reprimido en presencia del viejo.
8/11/2008
K,EL "ALANGATE"
Alan Cook, diecinueve años, espera en el locutorio del juzgado la llegada del abogado de oficio que le han asignado para su defensa. Está aturdido, no acaba de entender cómo ha podido llegar hasta allí, hasta esa situación. El locutorio es una habitación pequeña y casi frailuna por su austeridad, una mesa de metacrilato y dos sillas de tijeras conforman todo su mobiliario y en la pared, frente a la puerta, un gran retrato del Presidente del gobierno bajo el cual reza una de sus máximas preferidas: "Ley, Orden, Dinero y Poder". En las otras tres paredes unos cuadritos reproducen consignas y pensamientos del Presidente, pero Alan no alcanza a leerlos desde la silla en que está sentado.
-Me llamo Still, David Still, soy el abogado que el Ministerio de Justicia ha asignado para su defensa.
-Yo soy Alan Cook, supongo que ya sabe todo lo que me ocurre.
Alan había alargado la mano esperando la del abogado para saludarlo, pero éste simuló buscar unos papeles en el portafolios y eludió el saludo.
-Sí, lo sé todo, o casi todo, sobre usted, pero antes que nada y para evitar que se haga ilusiones, tengo que advertirle que es mi primer caso y, por lo que he podido ver, no va a resultar nada fácil. Ha infringido usted demasiados artículos del nuevo código penal y eso es muy grave. Veamos: aquí tengo una reseña de los cargos que se le imputan,... Injurias al Estado en la persona de un funcionario... Intento de apropiación de fondos públicos... Etcétera, etcétera. No está mal el palmarés, no señor. No obstante me gustaría oír su versión de los hechos, saber qué ocurrió y cómo ocurrió, según usted.
-Bien.-Alan tenía la boca seca y hablaba con dificultad, tartamudeando a veces.- No sé si usted conoce la promoción de viviendas para Nuevas Generaciones, bueno, pues yo leí en la prensa que se admitían solicitudes para esas viviendas y entonces fui a la Delegación de Repoblación Demográfica y aquí empezó la pesadilla. Cuando por fin encontré la ventanilla que correspondía a mi distrito, resultó que estaba vacía y tendría que esperar al señor funcionario que se había ausentado un momento. Esperé un buen rato y ya vi aparecer por el pasillo a dos señoras que tiraban de carritos de la compra de los cuales salían hojas de acelgas y barras de pan de esas largas, ya sabe. Venían muy despacio y como contándose algo confidencial y muy divertido. Pasaron por mi lado como si no me hubieran visto y, cual sería mi sorpresa al ver que ambas entraban en el despacho ante el cual yo esperaba hacía casi dos horas.
Una vez dentro del despacho la charla continuó todavía unos minutos más y yo, impaciente, di con los nudillos en la ventanilla. Una de las señoras abrió y yo retrocedí ante la expresión molesta y crispada de su cara. ¿Qué quieres? Me preguntó. Quiero solicitar una vivienda de Nuevas Generaciones, le respondí. Espera un momento, ¿no ves que estoy ocupada? Me respondió y dio un portazo en la ventanilla.
Esperé y, cuando la animada conversación de las señoras acabó, volvió a abrir la ventanilla y entonces tuve que esperar que se retocara el carmín de los labios y la sombra de ojos.
A ver... Me dijo mirándome de reojos mientras pasaba las hojas de una revista del corazón que tenía encima de la mesa. Sí, mire, yo venía por lo de las viviendas de Nuevas Generaciones. ¿Cual es su distrito? Me preguntó. Distrito Norte, sector veintitrés, cota dos, dieciocho treinta y siete barra seis, le respondí.
Bien, ¿Código? Preguntó ella y entonces me subí la manga y le enseñé el código de barras del antebrazo. No sé qué ocurrió entonces, pero aquella señora, después de leer el código con el scáner, me empezó a acariciar el brazo mirándome a los ojos y diciendo cosas como "que pelos más negros y más fuertes, qué músculos, qué fuerza, qué blanco y qué duro". Bueno, retiré el brazo en seguida y me puse un poco nervioso, pero la señora entonces me llamó hacia dentro del despacho. No sé muy bien por qué entré, pero lo hice y tal vez nunca debí haberlo hecho. La señora, de unos cincuenta años, cerró la puerta tras de mí con llave, no sin antes mandar a su compañera de despacho a buscar algo que me sonó más a contraseña, a esfúmate durante un rato, que a algo realmente necesario. Yo estaba de pie, ante un enorme retrato del Presidente del Gobierno, con las manos en los bolsillos del vaquero y sudando a mares. Me estaba temiendo lo peor; yo había escuchado hablar del acoso sexual, pero nunca creí que me ocurriera a mí. La señora se desabrochó la blusa y se quitó el sujetador y después, muy despacio, se dirigió hacia donde estaba yo y me metió mano en la entrepierna.
De un salto me coloqué junto a la puerta y empecé a aporrearla, a llamar a alguien que me salvara de aquella situación tan violenta. Entonces ella, algo más calmada, se me acercó y dijo: Esto te va a costar caro, estúpido, ahora seré yo quien grite y te acusaré de intento de violación. te arrepentirás de haberme despreciado.
A partir de ese momento los acontecimientos se dispararon y escaparon de todo control por mi parte. No sé qué ocurrió a partir de aquí.
-Yo le puedo decir algo de lo que ocurrió a partir de ese momento.-Intervino el abogado.- La señora había leído el código de barras de su antebrazo, como usted bien ha dicho, y el ordenador dio a continuación toda la información que tenía respecto a dicho número, de manera que usted, Alan Cook, de Mainville, está casado-. Los ojos de Alan se abrieron todo cuanto les fue posible y trató de articular una pregunta, pero el abogado le rogó que siguiera en silencio y no le interrumpiera.- Sí, casado y con cuatro hijos, muchos más de los que permite la Ordenación de Repoblación Demográfica y vive usted en una casa del gobierno y disfruta usted de una pensión de votante del Partido de la cual vive, modestamente, pero no necesita trabajar para nadie, al menos no se le reconocen ingresos de otra índole. No obstante, usted fue investigado hace dos años por comprar y vender coches a precios desorbitados y más tarde, por dedicarse a la construcción, usted que no era capaz de poner dos ladrillos de pie, convertido en un magnate de la edificación de casas protegidas y subvencionadas. La investigación fue archivada cuando se supo que usted era fiel votante del partido y que todos esos beneficios habían revertido en las arcas del mismo. Se consideró normal, fruto de sus años de ahorros y sacrificios, que su esposa comprara una espléndida mansión en la montaña, casualmente junto a unas pistas de nieve, que poco después serían declaradas sede de los próximos Juegos Olímpicos de invierno, con lo cual, toda aquella zona se revalorizó sobremanera, obteniendo su esposa unos saneados beneficios.
A pesar de todo esto, usted reclama una vivienda de Nuevas Generaciones y entonces, toda la maquinaria burocrática y legal del Gobierno se pone en marcha contra usted y, por si era poco, el desafortunado incidente con la funcionaria, le pone en el punto de mira de la Justicia del país. Es como si usted, Alan, hubiera tocado algún resorte secreto que hiciera saltar todos los fantasmas contra los que ha luchado el gobierno en los últimos cinco años: la corrupción, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, el desvío de dinero, la violencia sexual y de todo tipo y qué sé yo cuántos más. Toda una hazaña, se lo aseguro.
-¿Entonces qué cree usted que pasará?- Preguntó Alan sintiendo sobre su cabeza todo el peso de la ciega Justicia.- Debe haber una confusión, yo no soy ese Alan del ordenador, sólo tengo diecinueve años y no me casé nunca ni hice ninguna de esas cosas de que se me acusa.
- No me atrevo a aventurar ningún resultado.-Respondió el abogado al tiempo que recogía los informes en el portafolios.- Ya le dije al comenzar nuestra entrevista que no iba a ser fácil, los antecedentes que se conocen de casos parecidos a este se han fallado con duras condenas de escarmiento en centros de readaptación y reciclaje. Sin embargo, le prometo trabajar a fondo en este caso, es el primero y me gustaría ganarlo. Volveré en cuanto tenga algo que comunicarle. El juicio está previsto para el mes que viene, la lenta Justicia se acelera cuando se trata de estos casos.
El abogado salió del locutorio, pero antes de abandonar el mismo, estrecho la mano de Alan y le dijo sólo una palabra, que a los oídos del chico sonó mágica: Animo. La puerta se cerró tras el letrado y Alan fue devuelto a su celda. allí rompió a llorar y lo hizo hasta ser vencido por el sueño.
El tiempo dentro de la cárcel parecía moverse según otros parámetros, lo marcaban las horas de comer y dormir, las clases de readaptación y el visionado de alguna película, debidamente censurada, y documentales de propaganda política. Las visitas familiares sólo se permitían los fines de semana y Alan temía que llegaran, ya que le dejaban sumido en profundas depresiones. Cuando lo visitaba Linda, la chica con la pensaba contraer matrimonio, se limitaban a cogerse de las manos y llorar mirándose a los ojos, temían que zozobraran tantas ilusiones y tantos sueños ahora que lo habían despedido del trabajo y no sabían qué saldría del juicio. Los últimos días estaba algo desconcertado debido a ciertos cambios observados en el trato de los ordenanzas de la cárcel, antes hoscos y desconfiados y ahora amables y tratando de parecer simpáticos y no le gustaban esos cambios, había leído algunas historias de cárceles y temía saber cómo podía acabar aquello.
Una mañana anunciaron a Alan que tendría visita del abogado, debería pasar revista y tener un buen aspecto ya que sería visto por personas del exterior. El reaccionó ante este anuncio con una mezcla de ansiedad y miedo pero no podía olvidar la palabra del abogado al despedirse la última vez que hablaron: Animo. Alan esperaba nervioso, sentado ante la mesa de metacrilato, la llegada del abogado y éste no se hizo esperar.
-Como le prometí, he trabajado duro en su caso y le puedo asegurar que no ha sido en balde. Empezaré por el principio: Era obvio que no era usted aquel Alan corrupto y aprovechado cuyos datos nos suministró el ordenador y sobre este punto inicié mis indagaciones. Lo primero fue conocer a la funcionaria que le acusó de violación. Tengo que reconocer que los medios que empleé tal vez no fueran los más ortodoxos, pero dieron resultado. Me hice el encontradizo con ella y la invité a cenar, no escatimé medios para hacerle creer que me interesaba por ella y rápidamente cayó en la trampa. En el fondo no es más que una pobre mujer solitaria y marchita que reconoció haberse dejado llevar por un impulso emocional. Está dispuesta a cambiar la acusación de intento de violación por abusos deshonestos frustrados, con lo cual se reduce bastante la culpa.
Con respecto a "lo otro", parece ser que el scáner fallaba ese día y nuestra buena señora tuvo que introducir los números de tu código de barras en el ordenador y se equivocó, sí, así de simple, se equivocó y, sin querer, destapó o, mejor dicho, desató una tormenta que está removiendo los ya agrietados cimientos del Gobierno. Te puedo asegurar que he llegado a recibir amenazas de muerte forzándome a abandonar el caso, pero es una tentación demasiado fuerte para renunciar. Conforme iba desenredando la madeja del otro Alan Cook, iba saltando de sorpresa en sorpresa, descubriendo estafa tras estafa y encontrando nombres que da miedo pronunciar. De resultas, nuestro buen Alan es uno de los hombres de paja de una vasta organización dedicada a evasión de capitales, elaboración de facturas falsas, recalificación de terrenos y no sé cuántas lindezas más, una joya como verás.
Aclarado que tú no eras el Alan en cuestión, pasé al contraataque y reclamé una fuerte indemnización para ti. La prensa, sobre todo la no subvencionada, se ha hecho eco de tu caso y lo está aireando a placer poniendo en entredicho todo el sistema informático del estado y a aquellos que lo manejan tapando sus innumerables errores como "fallos del ordenador".
Aunque no lo creas, ni creo que lo sepas, nos hemos convertido el los personajes del año, tú como víctima de un sistema que todo lo quiere codificar e informatizar y no asume sus errores y yo, como el abogado temerario que mete las narices donde no debe y descubre el pastel que se están comiendo unos cuantos, los de siempre, los que pueden, como es natural.
Resumiendo: es posible que se suspenda el juicio contra ti por los supuestos abusos aquellos y se dice que el Gobierno, en desagravio y como tapabocas, te ofrecerá una casa de Nuevas Generaciones, incluso te la quiere regalar. La empresa donde trabajaban te ha vuelto a admitir y yo, que estoy dispuesto a llegar hasta el final de lo que la prensa llama el "Alangate", es posible que sea suspendido por unos años como letrado si no dejo el caso en manos de un gabinete de abogados designado por el Gobierno.
Se habla en algunos medios de elecciones anticipadas ante las dimisiones de los titulares de varios ministerios, así que imagínate la que hemos organizado.
Alan había escuchado con expectación la larga explicación de abogado y al abrirse la puerta del locutorio para salir de aquel, se vieron arrollados por una avalancha de periodistas enarbolando cámaras y micrófonos.
-Señor Cook, por favor ¿violó usted a la funcionaria?
-Señor Cook, señor Cook ¿llegaron al orgasmo juntos?
-Señor Cook ¿es cierto que le han ofrecido posar desnudo para Play Boy?
-Alan ¿qué piensa su novia de su lío con la funcionaria?
-Señor Cook ¿hay algo entre su abogado y usted?
Meses después, estando de viaje de novios, Alan recordó las palabras del abogado al leer los titulares, a toda página, de un importante diario: "¡Explotó la bomba. El Presidente, implicado en el "Alangate" pide asilo político en Paraguay y tres ministros se suicidan. El país a la deriva”.
-Me llamo Still, David Still, soy el abogado que el Ministerio de Justicia ha asignado para su defensa.
-Yo soy Alan Cook, supongo que ya sabe todo lo que me ocurre.
Alan había alargado la mano esperando la del abogado para saludarlo, pero éste simuló buscar unos papeles en el portafolios y eludió el saludo.
-Sí, lo sé todo, o casi todo, sobre usted, pero antes que nada y para evitar que se haga ilusiones, tengo que advertirle que es mi primer caso y, por lo que he podido ver, no va a resultar nada fácil. Ha infringido usted demasiados artículos del nuevo código penal y eso es muy grave. Veamos: aquí tengo una reseña de los cargos que se le imputan,... Injurias al Estado en la persona de un funcionario... Intento de apropiación de fondos públicos... Etcétera, etcétera. No está mal el palmarés, no señor. No obstante me gustaría oír su versión de los hechos, saber qué ocurrió y cómo ocurrió, según usted.
-Bien.-Alan tenía la boca seca y hablaba con dificultad, tartamudeando a veces.- No sé si usted conoce la promoción de viviendas para Nuevas Generaciones, bueno, pues yo leí en la prensa que se admitían solicitudes para esas viviendas y entonces fui a la Delegación de Repoblación Demográfica y aquí empezó la pesadilla. Cuando por fin encontré la ventanilla que correspondía a mi distrito, resultó que estaba vacía y tendría que esperar al señor funcionario que se había ausentado un momento. Esperé un buen rato y ya vi aparecer por el pasillo a dos señoras que tiraban de carritos de la compra de los cuales salían hojas de acelgas y barras de pan de esas largas, ya sabe. Venían muy despacio y como contándose algo confidencial y muy divertido. Pasaron por mi lado como si no me hubieran visto y, cual sería mi sorpresa al ver que ambas entraban en el despacho ante el cual yo esperaba hacía casi dos horas.
Una vez dentro del despacho la charla continuó todavía unos minutos más y yo, impaciente, di con los nudillos en la ventanilla. Una de las señoras abrió y yo retrocedí ante la expresión molesta y crispada de su cara. ¿Qué quieres? Me preguntó. Quiero solicitar una vivienda de Nuevas Generaciones, le respondí. Espera un momento, ¿no ves que estoy ocupada? Me respondió y dio un portazo en la ventanilla.
Esperé y, cuando la animada conversación de las señoras acabó, volvió a abrir la ventanilla y entonces tuve que esperar que se retocara el carmín de los labios y la sombra de ojos.
A ver... Me dijo mirándome de reojos mientras pasaba las hojas de una revista del corazón que tenía encima de la mesa. Sí, mire, yo venía por lo de las viviendas de Nuevas Generaciones. ¿Cual es su distrito? Me preguntó. Distrito Norte, sector veintitrés, cota dos, dieciocho treinta y siete barra seis, le respondí.
Bien, ¿Código? Preguntó ella y entonces me subí la manga y le enseñé el código de barras del antebrazo. No sé qué ocurrió entonces, pero aquella señora, después de leer el código con el scáner, me empezó a acariciar el brazo mirándome a los ojos y diciendo cosas como "que pelos más negros y más fuertes, qué músculos, qué fuerza, qué blanco y qué duro". Bueno, retiré el brazo en seguida y me puse un poco nervioso, pero la señora entonces me llamó hacia dentro del despacho. No sé muy bien por qué entré, pero lo hice y tal vez nunca debí haberlo hecho. La señora, de unos cincuenta años, cerró la puerta tras de mí con llave, no sin antes mandar a su compañera de despacho a buscar algo que me sonó más a contraseña, a esfúmate durante un rato, que a algo realmente necesario. Yo estaba de pie, ante un enorme retrato del Presidente del Gobierno, con las manos en los bolsillos del vaquero y sudando a mares. Me estaba temiendo lo peor; yo había escuchado hablar del acoso sexual, pero nunca creí que me ocurriera a mí. La señora se desabrochó la blusa y se quitó el sujetador y después, muy despacio, se dirigió hacia donde estaba yo y me metió mano en la entrepierna.
De un salto me coloqué junto a la puerta y empecé a aporrearla, a llamar a alguien que me salvara de aquella situación tan violenta. Entonces ella, algo más calmada, se me acercó y dijo: Esto te va a costar caro, estúpido, ahora seré yo quien grite y te acusaré de intento de violación. te arrepentirás de haberme despreciado.
A partir de ese momento los acontecimientos se dispararon y escaparon de todo control por mi parte. No sé qué ocurrió a partir de aquí.
-Yo le puedo decir algo de lo que ocurrió a partir de ese momento.-Intervino el abogado.- La señora había leído el código de barras de su antebrazo, como usted bien ha dicho, y el ordenador dio a continuación toda la información que tenía respecto a dicho número, de manera que usted, Alan Cook, de Mainville, está casado-. Los ojos de Alan se abrieron todo cuanto les fue posible y trató de articular una pregunta, pero el abogado le rogó que siguiera en silencio y no le interrumpiera.- Sí, casado y con cuatro hijos, muchos más de los que permite la Ordenación de Repoblación Demográfica y vive usted en una casa del gobierno y disfruta usted de una pensión de votante del Partido de la cual vive, modestamente, pero no necesita trabajar para nadie, al menos no se le reconocen ingresos de otra índole. No obstante, usted fue investigado hace dos años por comprar y vender coches a precios desorbitados y más tarde, por dedicarse a la construcción, usted que no era capaz de poner dos ladrillos de pie, convertido en un magnate de la edificación de casas protegidas y subvencionadas. La investigación fue archivada cuando se supo que usted era fiel votante del partido y que todos esos beneficios habían revertido en las arcas del mismo. Se consideró normal, fruto de sus años de ahorros y sacrificios, que su esposa comprara una espléndida mansión en la montaña, casualmente junto a unas pistas de nieve, que poco después serían declaradas sede de los próximos Juegos Olímpicos de invierno, con lo cual, toda aquella zona se revalorizó sobremanera, obteniendo su esposa unos saneados beneficios.
A pesar de todo esto, usted reclama una vivienda de Nuevas Generaciones y entonces, toda la maquinaria burocrática y legal del Gobierno se pone en marcha contra usted y, por si era poco, el desafortunado incidente con la funcionaria, le pone en el punto de mira de la Justicia del país. Es como si usted, Alan, hubiera tocado algún resorte secreto que hiciera saltar todos los fantasmas contra los que ha luchado el gobierno en los últimos cinco años: la corrupción, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, el desvío de dinero, la violencia sexual y de todo tipo y qué sé yo cuántos más. Toda una hazaña, se lo aseguro.
-¿Entonces qué cree usted que pasará?- Preguntó Alan sintiendo sobre su cabeza todo el peso de la ciega Justicia.- Debe haber una confusión, yo no soy ese Alan del ordenador, sólo tengo diecinueve años y no me casé nunca ni hice ninguna de esas cosas de que se me acusa.
- No me atrevo a aventurar ningún resultado.-Respondió el abogado al tiempo que recogía los informes en el portafolios.- Ya le dije al comenzar nuestra entrevista que no iba a ser fácil, los antecedentes que se conocen de casos parecidos a este se han fallado con duras condenas de escarmiento en centros de readaptación y reciclaje. Sin embargo, le prometo trabajar a fondo en este caso, es el primero y me gustaría ganarlo. Volveré en cuanto tenga algo que comunicarle. El juicio está previsto para el mes que viene, la lenta Justicia se acelera cuando se trata de estos casos.
El abogado salió del locutorio, pero antes de abandonar el mismo, estrecho la mano de Alan y le dijo sólo una palabra, que a los oídos del chico sonó mágica: Animo. La puerta se cerró tras el letrado y Alan fue devuelto a su celda. allí rompió a llorar y lo hizo hasta ser vencido por el sueño.
El tiempo dentro de la cárcel parecía moverse según otros parámetros, lo marcaban las horas de comer y dormir, las clases de readaptación y el visionado de alguna película, debidamente censurada, y documentales de propaganda política. Las visitas familiares sólo se permitían los fines de semana y Alan temía que llegaran, ya que le dejaban sumido en profundas depresiones. Cuando lo visitaba Linda, la chica con la pensaba contraer matrimonio, se limitaban a cogerse de las manos y llorar mirándose a los ojos, temían que zozobraran tantas ilusiones y tantos sueños ahora que lo habían despedido del trabajo y no sabían qué saldría del juicio. Los últimos días estaba algo desconcertado debido a ciertos cambios observados en el trato de los ordenanzas de la cárcel, antes hoscos y desconfiados y ahora amables y tratando de parecer simpáticos y no le gustaban esos cambios, había leído algunas historias de cárceles y temía saber cómo podía acabar aquello.
Una mañana anunciaron a Alan que tendría visita del abogado, debería pasar revista y tener un buen aspecto ya que sería visto por personas del exterior. El reaccionó ante este anuncio con una mezcla de ansiedad y miedo pero no podía olvidar la palabra del abogado al despedirse la última vez que hablaron: Animo. Alan esperaba nervioso, sentado ante la mesa de metacrilato, la llegada del abogado y éste no se hizo esperar.
-Como le prometí, he trabajado duro en su caso y le puedo asegurar que no ha sido en balde. Empezaré por el principio: Era obvio que no era usted aquel Alan corrupto y aprovechado cuyos datos nos suministró el ordenador y sobre este punto inicié mis indagaciones. Lo primero fue conocer a la funcionaria que le acusó de violación. Tengo que reconocer que los medios que empleé tal vez no fueran los más ortodoxos, pero dieron resultado. Me hice el encontradizo con ella y la invité a cenar, no escatimé medios para hacerle creer que me interesaba por ella y rápidamente cayó en la trampa. En el fondo no es más que una pobre mujer solitaria y marchita que reconoció haberse dejado llevar por un impulso emocional. Está dispuesta a cambiar la acusación de intento de violación por abusos deshonestos frustrados, con lo cual se reduce bastante la culpa.
Con respecto a "lo otro", parece ser que el scáner fallaba ese día y nuestra buena señora tuvo que introducir los números de tu código de barras en el ordenador y se equivocó, sí, así de simple, se equivocó y, sin querer, destapó o, mejor dicho, desató una tormenta que está removiendo los ya agrietados cimientos del Gobierno. Te puedo asegurar que he llegado a recibir amenazas de muerte forzándome a abandonar el caso, pero es una tentación demasiado fuerte para renunciar. Conforme iba desenredando la madeja del otro Alan Cook, iba saltando de sorpresa en sorpresa, descubriendo estafa tras estafa y encontrando nombres que da miedo pronunciar. De resultas, nuestro buen Alan es uno de los hombres de paja de una vasta organización dedicada a evasión de capitales, elaboración de facturas falsas, recalificación de terrenos y no sé cuántas lindezas más, una joya como verás.
Aclarado que tú no eras el Alan en cuestión, pasé al contraataque y reclamé una fuerte indemnización para ti. La prensa, sobre todo la no subvencionada, se ha hecho eco de tu caso y lo está aireando a placer poniendo en entredicho todo el sistema informático del estado y a aquellos que lo manejan tapando sus innumerables errores como "fallos del ordenador".
Aunque no lo creas, ni creo que lo sepas, nos hemos convertido el los personajes del año, tú como víctima de un sistema que todo lo quiere codificar e informatizar y no asume sus errores y yo, como el abogado temerario que mete las narices donde no debe y descubre el pastel que se están comiendo unos cuantos, los de siempre, los que pueden, como es natural.
Resumiendo: es posible que se suspenda el juicio contra ti por los supuestos abusos aquellos y se dice que el Gobierno, en desagravio y como tapabocas, te ofrecerá una casa de Nuevas Generaciones, incluso te la quiere regalar. La empresa donde trabajaban te ha vuelto a admitir y yo, que estoy dispuesto a llegar hasta el final de lo que la prensa llama el "Alangate", es posible que sea suspendido por unos años como letrado si no dejo el caso en manos de un gabinete de abogados designado por el Gobierno.
Se habla en algunos medios de elecciones anticipadas ante las dimisiones de los titulares de varios ministerios, así que imagínate la que hemos organizado.
Alan había escuchado con expectación la larga explicación de abogado y al abrirse la puerta del locutorio para salir de aquel, se vieron arrollados por una avalancha de periodistas enarbolando cámaras y micrófonos.
-Señor Cook, por favor ¿violó usted a la funcionaria?
-Señor Cook, señor Cook ¿llegaron al orgasmo juntos?
-Señor Cook ¿es cierto que le han ofrecido posar desnudo para Play Boy?
-Alan ¿qué piensa su novia de su lío con la funcionaria?
-Señor Cook ¿hay algo entre su abogado y usted?
Meses después, estando de viaje de novios, Alan recordó las palabras del abogado al leer los titulares, a toda página, de un importante diario: "¡Explotó la bomba. El Presidente, implicado en el "Alangate" pide asilo político en Paraguay y tres ministros se suicidan. El país a la deriva”.
7/24/2008
ALFRED
Estaba deseando que pasara la tarde, no veía la hora de acabar con tanto maldito bicho, y no son lo peor los bichos, no, que va, lo peor son los dueños de los bichos, algunos, claro. "Mi Coqui no me come nada, mire usted, nada de nada. ¿Es posible que esté anoréxico?". "Mi Anastasia debe tener bulimia, como la princesa esa tan triste, Diana, porque la sorprendo comiendo a escondidas y luego veo que ha vomitado en un rincón. ¿Es grave, doctor? Sí, me gustaría poder contestar que sí es grave, señoras, lo de ustedes es muy grave, no lo de sus perros, que no son más que unos pobres chuchos desnaturalizados y enviciados a sabe Dios qué, con unos niveles de azúcar y colesterol en sangre capaces de desmentir todos los tratados sobre el tema de los últimos diez años. ¡Señora! con la mitad de lo que gasta usted al mes en ese chucho criaría, alimentaría y educaría a una criatura y la verdad es que hay tantas necesitándolo...
Bueno, bueno, que ya se acabó el trabajo, a desconectar y a ver esta película de mi amigo Alfred, el genio. Ya la he visto varias veces, pero cada vez que vuelvo a hacerlo le descubro algo nuevo, una frase, un guiño, un detalle que antes no había apreciado. Este cine es cómodo, da gusto sentarse en estas butacas con las piernas estiradas y sin que te moleste el de delante. Casi dan ganas de dormirse.
Esta actriz rubia no hizo muchas películas, una pena, porque tenía estilo y, como se decía antes, era muy fina. El no termina de gustar, creo que aquí se equivocó Alfred o, tal vez lo hizo queriendo: poner a un actor gris como fondo para que los colores de los demás resaltaran. La madre, la madre del muchachito es la que tiene miga, recuerda algo al ama de llaves de Rebeca, así, tan posesiva, tan misteriosa, tan mala. Ya está comprando los periquitos y ya se empieza a ver la mano del genio al conseguir que dos pajarillos alegres y llenos de colorido resulten inquietantes y de alguna forma, se les acuse de todo lo que ocurre después. Me está entrando sueño y es que estoy cansado, toda la tarde de Coquis, Anastasias y canarios flautas afónicos, que eso si que estuvo bueno, pues no quería la señora que yo enseñara de nuevo a cantar a su Tweety (como el de los dibujos animados de la tele) Sólo faltaría eso, que me subiera en una caña y tratara de cantar como un canario flauta. No sé si dar una cabezada, es tan rico este sueñecillo de duermevela que casi da pena desperdiciarlo.
Ya va en la barca camino del pueblo y las gaviotas empiezan a hacer de las suyas, ésto se anima. El cine se ha llenado y es que el poder de convocatoria de Alfred sigue siendo enorme. Ahora llega y pregunta por la casa de él, pero lo hace en casa de la maestra, que parece ser la novia de toda la vida que espera pacientemente que él se de cuenta de que lo quiere y desea por encima de todo casarse y convertirse en su mujer, aunque para ello tenga que ganarse el puesto primero con la hierática madre como rival.
Me molesta terriblemente que la gente haga ruído en el cine y al parecer todo el mundo viene dispuesto a comer, a merendar, con sus estrepitosos paquetes de patatas fritas o sus crepitantes cacahuetes, cuando no el sorbeteo de la pajita en el refresco, o el masculleo del chicle o el click-clack de las pipas de girasol. Tal vez sea éste uno de los motivos de que algunos no vengamos más al cine.
Es curioso, la verdad es que no vengo mucho a esta sala, pero no me había fijado en que hay nidos de golondrinas en el techo ¿por dónde entrarán? Mientras no nos caguen... además, ahora no es tiempo de golondrinas, ¿O sí...? porque aquello parece una posada en una lámpara y...no es una, la lámpara está cuajada de golondrinas, de inmóviles y silenciosas golondrinas, es curioso, pero no me parece normal ni higiénico.
Ya se empiezan a juntar los pájaros en los cables y los niños están a punto de salir del colegio, el suspense sube de intensidad y...¡Esto que es! las golondrinas vuelan en bandada por el cine y se empiezan a posar en las gentes y éstas ¡se las comen! ¡qué asco! ¿Que está pasando aquí? Un momento, esto pueden ser efectos especiales, como el sensurround o el cine en tres dimensiones, sí, seguramente será eso, pero creo que se han pasado, la película no lo necesitaba.
Por lo que veo, cada uno ha traído su pan y hasta vino algunos y ahora se limitan a coger las golondrinas que pasan volando cerca y se las comen, con plumas y todo y se relamen y se felicitan unos a otros por lo bien que se lo están pasando. A mi lado hay un señor que permanece quieto y parece serio, le preguntaré.
-Oiga...¿Esto es normal? ¿Usted lo ha visto antes? Oiga...
No contesta. Vaya educación también...Creo que me voy a casa, esto me está levantando el estómago y al final no me están dejando ver la película. El final se acerca, los pájaros están atacando la casa y acabarán con la madre, menos mal. Las golondrinas están más alborotadas, ya no vuelan en bandadas, ahora lo hacen de una forma errática y desordenada y producen un ruido ensordecedor de graznidos enloquecidos, algunas se chocan con las paredes violentamente y mueren en el impacto dejando manchas de sangre en la pintura y las gentes ya no prestan atención a la pantalla, se dedican a coger golondrinas, cuantas más mejor y a engullirlas atropelladamente, con trozos de pan y tragos de vino. Creo que voy a vomitar. Me voy.
-¿Dónde va usted? Cree que puede salir de aquí así, sin más. ¡Qué falta de respeto!
Era el señor de al lado, el que antes no se dignó contestar.
-Yo...me voy, no sé qué está pasando aquí, no entiendo esto y no lo aguanto, lo siento, me tengo que marchar...
-Usted no se mueve de aquí, no se puede mover...inténtelo siquiera y verá como no es capaz de levantarse del asiento.
Estoy paralizado por el pánico, no me atrevo a intentarlo, no soy capaz de apoyar los codos en los apoyabrazos porque ¿y si es verdad? ¿y si no me puedo mover del asiento? ¿y si no puedo salir nunca más de este horrible sitio y acabo comiendo golondrinas con plumas y todo? ¿y si este maldito cine es una especie de puerta del infierno y yo he traspasado el umbral de la locura eterna y estoy condenado a permanecer para siempre encadenado a esta butaca para al final ser devorado por alguna especie de pájaro infernal? ¿seré como un nuevo Prometeo, encadenado a la butaca por haber penetrado en los sueños de los dioses y las golondrinas me devorarán las entrañas día tras día?
La locura de los pájaros de la pantalla se ha contagiado con los del cine y la gente y allí todos gritan, saltan. Cada vez hay más pájaros y ya no sólo golondrinas, hay gaviotas, cuervos, gorriones, periquitos...yo qué sé. La gente está borracha de sangre y pájaros, de vino y gritos. Miro al señor de al lado que permanece impertérrito ante el grotesco espectáculo y al darle en la cara un reflejo de luz de la pantalla, lo primero que distingo es un enorme puro y después, una cara redonda, gorda, blanca y sonriente ¡Es Alfred!
-Sí hijo, sí, soy yo.
-¿Pero usted no...?
-Sí, yo sí...pero aquí estoy, de vez en cuando me doy una vuelta por los cines donde ponen mis cosas y la verdad es que no me esperaba este espectáculo. Como dijo alguien, por descabellada que sea la ficción, será superada por la realidad.
-Alfred...la ceniza del puro, se le puede caer encima.
-Pon la mano.
-¿Cómo? ¡Noooo!
-¿Le ocurre algo, señor? La última sesión terminó hace rato y estamos cerrando el cine. Si se encuentra mal le llamamos un taxi o, si quiere, le acompañamos a un hospital.
-No...no, no es necesario, gracias, me encuentro bien, lo siento. Me quedé dormido y tuve una horrible pesadilla. Ya estoy mejor...gracias.
Empecé a levantarme del sillón muy despacio, ante la mirada atenta de los empleados de la sala y sentí un enorme alivio al ponerme en pie y ver que no existía nada que me lo impidiera. Una cosa me llamó la atención, en el sillón de al lado, en el suelo, había un montoncillo de ceniza blanca y la colilla de un puro que, aunque apagada, no estaba fría del todo.
Andres Miranda Garcia "Oriundo".
Bueno, bueno, que ya se acabó el trabajo, a desconectar y a ver esta película de mi amigo Alfred, el genio. Ya la he visto varias veces, pero cada vez que vuelvo a hacerlo le descubro algo nuevo, una frase, un guiño, un detalle que antes no había apreciado. Este cine es cómodo, da gusto sentarse en estas butacas con las piernas estiradas y sin que te moleste el de delante. Casi dan ganas de dormirse.
Esta actriz rubia no hizo muchas películas, una pena, porque tenía estilo y, como se decía antes, era muy fina. El no termina de gustar, creo que aquí se equivocó Alfred o, tal vez lo hizo queriendo: poner a un actor gris como fondo para que los colores de los demás resaltaran. La madre, la madre del muchachito es la que tiene miga, recuerda algo al ama de llaves de Rebeca, así, tan posesiva, tan misteriosa, tan mala. Ya está comprando los periquitos y ya se empieza a ver la mano del genio al conseguir que dos pajarillos alegres y llenos de colorido resulten inquietantes y de alguna forma, se les acuse de todo lo que ocurre después. Me está entrando sueño y es que estoy cansado, toda la tarde de Coquis, Anastasias y canarios flautas afónicos, que eso si que estuvo bueno, pues no quería la señora que yo enseñara de nuevo a cantar a su Tweety (como el de los dibujos animados de la tele) Sólo faltaría eso, que me subiera en una caña y tratara de cantar como un canario flauta. No sé si dar una cabezada, es tan rico este sueñecillo de duermevela que casi da pena desperdiciarlo.
Ya va en la barca camino del pueblo y las gaviotas empiezan a hacer de las suyas, ésto se anima. El cine se ha llenado y es que el poder de convocatoria de Alfred sigue siendo enorme. Ahora llega y pregunta por la casa de él, pero lo hace en casa de la maestra, que parece ser la novia de toda la vida que espera pacientemente que él se de cuenta de que lo quiere y desea por encima de todo casarse y convertirse en su mujer, aunque para ello tenga que ganarse el puesto primero con la hierática madre como rival.
Me molesta terriblemente que la gente haga ruído en el cine y al parecer todo el mundo viene dispuesto a comer, a merendar, con sus estrepitosos paquetes de patatas fritas o sus crepitantes cacahuetes, cuando no el sorbeteo de la pajita en el refresco, o el masculleo del chicle o el click-clack de las pipas de girasol. Tal vez sea éste uno de los motivos de que algunos no vengamos más al cine.
Es curioso, la verdad es que no vengo mucho a esta sala, pero no me había fijado en que hay nidos de golondrinas en el techo ¿por dónde entrarán? Mientras no nos caguen... además, ahora no es tiempo de golondrinas, ¿O sí...? porque aquello parece una posada en una lámpara y...no es una, la lámpara está cuajada de golondrinas, de inmóviles y silenciosas golondrinas, es curioso, pero no me parece normal ni higiénico.
Ya se empiezan a juntar los pájaros en los cables y los niños están a punto de salir del colegio, el suspense sube de intensidad y...¡Esto que es! las golondrinas vuelan en bandada por el cine y se empiezan a posar en las gentes y éstas ¡se las comen! ¡qué asco! ¿Que está pasando aquí? Un momento, esto pueden ser efectos especiales, como el sensurround o el cine en tres dimensiones, sí, seguramente será eso, pero creo que se han pasado, la película no lo necesitaba.
Por lo que veo, cada uno ha traído su pan y hasta vino algunos y ahora se limitan a coger las golondrinas que pasan volando cerca y se las comen, con plumas y todo y se relamen y se felicitan unos a otros por lo bien que se lo están pasando. A mi lado hay un señor que permanece quieto y parece serio, le preguntaré.
-Oiga...¿Esto es normal? ¿Usted lo ha visto antes? Oiga...
No contesta. Vaya educación también...Creo que me voy a casa, esto me está levantando el estómago y al final no me están dejando ver la película. El final se acerca, los pájaros están atacando la casa y acabarán con la madre, menos mal. Las golondrinas están más alborotadas, ya no vuelan en bandadas, ahora lo hacen de una forma errática y desordenada y producen un ruido ensordecedor de graznidos enloquecidos, algunas se chocan con las paredes violentamente y mueren en el impacto dejando manchas de sangre en la pintura y las gentes ya no prestan atención a la pantalla, se dedican a coger golondrinas, cuantas más mejor y a engullirlas atropelladamente, con trozos de pan y tragos de vino. Creo que voy a vomitar. Me voy.
-¿Dónde va usted? Cree que puede salir de aquí así, sin más. ¡Qué falta de respeto!
Era el señor de al lado, el que antes no se dignó contestar.
-Yo...me voy, no sé qué está pasando aquí, no entiendo esto y no lo aguanto, lo siento, me tengo que marchar...
-Usted no se mueve de aquí, no se puede mover...inténtelo siquiera y verá como no es capaz de levantarse del asiento.
Estoy paralizado por el pánico, no me atrevo a intentarlo, no soy capaz de apoyar los codos en los apoyabrazos porque ¿y si es verdad? ¿y si no me puedo mover del asiento? ¿y si no puedo salir nunca más de este horrible sitio y acabo comiendo golondrinas con plumas y todo? ¿y si este maldito cine es una especie de puerta del infierno y yo he traspasado el umbral de la locura eterna y estoy condenado a permanecer para siempre encadenado a esta butaca para al final ser devorado por alguna especie de pájaro infernal? ¿seré como un nuevo Prometeo, encadenado a la butaca por haber penetrado en los sueños de los dioses y las golondrinas me devorarán las entrañas día tras día?
La locura de los pájaros de la pantalla se ha contagiado con los del cine y la gente y allí todos gritan, saltan. Cada vez hay más pájaros y ya no sólo golondrinas, hay gaviotas, cuervos, gorriones, periquitos...yo qué sé. La gente está borracha de sangre y pájaros, de vino y gritos. Miro al señor de al lado que permanece impertérrito ante el grotesco espectáculo y al darle en la cara un reflejo de luz de la pantalla, lo primero que distingo es un enorme puro y después, una cara redonda, gorda, blanca y sonriente ¡Es Alfred!
-Sí hijo, sí, soy yo.
-¿Pero usted no...?
-Sí, yo sí...pero aquí estoy, de vez en cuando me doy una vuelta por los cines donde ponen mis cosas y la verdad es que no me esperaba este espectáculo. Como dijo alguien, por descabellada que sea la ficción, será superada por la realidad.
-Alfred...la ceniza del puro, se le puede caer encima.
-Pon la mano.
-¿Cómo? ¡Noooo!
-¿Le ocurre algo, señor? La última sesión terminó hace rato y estamos cerrando el cine. Si se encuentra mal le llamamos un taxi o, si quiere, le acompañamos a un hospital.
-No...no, no es necesario, gracias, me encuentro bien, lo siento. Me quedé dormido y tuve una horrible pesadilla. Ya estoy mejor...gracias.
Empecé a levantarme del sillón muy despacio, ante la mirada atenta de los empleados de la sala y sentí un enorme alivio al ponerme en pie y ver que no existía nada que me lo impidiera. Una cosa me llamó la atención, en el sillón de al lado, en el suelo, había un montoncillo de ceniza blanca y la colilla de un puro que, aunque apagada, no estaba fría del todo.
Andres Miranda Garcia "Oriundo".
5/05/2008
SUEÑO CUMPLIDO
-Oye, ¿es verdad que el Rey viene a comer aquí a menudo?
-Sí, pero eso a ti no te importa. Acaba de fregar la cacerola que vamos atrasados.
-¿Por qué no me importa?
-Porque viene de incógnito, joder, que eres tonto. Fíjate como será la cosa, que a veces el restaurante está lleno y no se da nadie cuenta de que el Rey está comiendo tan cerca de ellos. El dueño, cuando sabe con tiempo que va a venir, reserva unas cuantas mesas alrededor con la intención de no tengan gente cerca, que ya se sabe cómo son de curiosos.
-Ah, bueno. Terminé con la cacerola ¿Qué hago ahora?
-Te callas y sigues con los peroles.
-...Con los peroles. ¿Donde se sienta cuando viene?
-En la mesa de las columnas.
-¿Con quién viene?
-¡Me estás tocando los huevos con tantas preguntas! ¿Quieres acabar de una vez, que estás en las nubes con tanta cháchara?
-¿Sabes? si yo fuera el dueño del restaurante y viniera el Rey a comer le prepararía un menú muy especial, sí, muy especial...
-¿Tú? ¿Qué ibas a preparar tú...?
-...Y "Chopín" tocaría algo a propósito para cada plato.
-Deja a "Chopín" tranquilo y no le comas el coco con fantasías, que luego desafina tocando.
-¿Tú sabes que "Chopín" tocó con la Filarmónica de Berlín? Era un virtuoso muy solicitado por las mejores orquestas, pero conoció a aquella mujer y...
-¿Ya te contó la historia? Menudo rollo se trae con el romance de la Condesa y el cornudo del Conde. Tonterías, que la gente cuando está arriba se envicia y se cansa de todo y ya no sabe que probar, eso fue lo que le pasó, que le dio mucho a la coca y a todo lo demás y menos mal que el dueño de esto lo encontró y lo tiene aquí recogido porque es tan bohemio como él que si no...
-"Chopín" es un lujo para este restaurante, lo que pasa es que muy poca gente lo sabe y el dueño es uno de los que sabe. ¿Sabes que le han ofrecido la gestoría de una gran cadena de restaurantes y ha dicho que no?
-Sí, lo sé. También lo lleva claro con lo de que él es feliz haciendo de comer para sus amigos, entre los que se encuentra el Rey.
-Yo lo entiendo. Ya me gustaría conseguir lo que tiene él.
-Tu eres otro colgado. Bueno, al grano que hay que acabar. Aquí te dejo la orden de mañana, hay despedida de soltero a base de mariscada de La Coruña. Los mariscos los traen ellos, menos mal. Nosotros ponemos el servicio y el ambiente y "Chopín" a ver como se las arregla cuando le empiecen a pedir que toque regetón o hip-hop y cosas así.
-No te preocupes, todo estará preparado cuando lleguen.
-"Chopín" toca algo para nosotros ahora que estamos solos. Te pondré un riojita para que se te calienten las manos.
El pequeño restaurante se llenó con las notas tristes de un adagio que "Chopín" parecía arrancar de sus más profundas nostalgias y recuerdos. La calle, mojada, relucía con destellos de neón y la marea de coches se retiraba en el reflujo de la cercana madrugada.
El día siguiente llegó y pasó como lo hace un tifón sobre un pueblo, arrasándolo todo y dejándolo todo maltrecho y sucio. La despedida de soltero, como toda buena despedida que se precie, terminó como el rosario de la aurora, con el striptis del novio y una especie de juramento al estilo de los Tres Mosqueteros: Todos por uno y uno con todos, para siempre.
El marisco se consumió en dosis masivas y una salmonella, o algo peor, se consumió con el mismo dando al traste con la boda y convirtiendo en un marasmo a gran parte de los invitados y, lo que era peor, a casi todo el personal del restaurante.
-De buena nos hemos librado "Chopín" con no comer marisco. Yo porque no me gusta, que si no...Bueno y ahora ¿Qué vamos a hacer tu y yo solos aquí?
-Esto no cierra, es lo menos que podemos hacer por el dueño. Ya nos las arreglaremos. Coge el teléfono a ver quién es.
-Sí...
-Soy el Rey, prepara mesa para dos y algo especial, ya sabes.
-¿Qué Rey?
-El tuyo. ¿No eres el dueño, quién eres entonces?
-...Yo...majestad...no se preocupe, todo estará a su gusto, majestad, no se preocupe.
-Eso espero, es una comida muy especial, no me defraudéis, por favor.
-¡"Chopín"..."Chopín" que viene el Rey a comer y estamos solos tú y yo ¿Qué hacemos?
-Tranquilo chaval, tu encárgate de la comida, la música es cosa mía. Vamos a reservar el resto de las mesas y así evitamos que entre nadie más.
Pasaban las dos de la tarde cuando un coche grande y oscuro paró en la puerta del restaurante, de él bajaron dos figuras, una muy alta que provocó que el corazón de "Chopín" se acelerara: era el Rey, era inconfundible su porte y andares y la otra figura, mas bajita también resultó familiar por el pañuelo en la cabeza, era Arafath. Recordaba haber oído en televisión que estaba de visita privada en Madrid. Menudos comensales y ellos solos allí para atenderlos.
"Chopín" abrió la puerta y saludó con una elegante inclinación a los clientes.
-Majestad, El dueño lamenta enormemente no poder estar para servirle, una repentina enfermedad lo retiene en cama.
-¿Cómo no lo dijisteis por teléfono?
-No se preocupe su Majestad, les atenderemos como se merecen. Tomen asiento, por favor.
"Chopín" se sentó al piano y hacía como si lo estuviera afinando. Nunca había sonado mejor aquel piano que lo hacía hoy, las notas, dispersas y desordenadas se fueron poniendo de acuerdo hasta sonar como el más delicado preludio.
La mesa de los ilustres comensales se fue llenando de platillos que, tras ser contemplados como se haría con una joya en su estuche, eran consumidos con gran deleite. Así pasaron por allí los capullos de salmón al hinojo, las tartaletas de foie al gratén de nata ácida, las florecillas de gambas al curry y una exquisita variedad de entrantes. Tras una pequeña pausa, la música cambió, se hizo más grave al violín que sonaba en las manos de "Chopín". El Adagio para cuerda de Barber acompañó a un gazpacho frío, tan frío, suave y fino como la música que llenaba la confortable estancia. Los comensales cambiaban breves palabras en francés, pero se podía decir que la comida los tenía absorbidos por completo.
El plato principal fue pescado. Chipirones rellenos de tocinillo de jamón de Jabugo en salsa de berdigones que resplandecían como oro viejo junto a una guarnición que imitaba corales y gorgonias marinas.
La música ahora fue una pieza de Albéniz, El Puerto, de la Suite Iberia, que parecía poner el punto salobre, el olor a brea y la brisa del atardecer andaluz en aquel magnífico plato.
Los postres debían ser algo especial, estar a la altura de las circunstancias y la comida y así fue. Un helado de mango flambeado en salsa tibia de grosellas salvajes puso el punto final a la comida y la música que lo acompañó fue Le Cid, de Massenet, nada podía ser mas sugerente y sugestivo que esa melodía que parecía escapar de las manos del transfigurado "Chopín".
La cosa no había ido mal, el Rey parecía contento y Arafath gesticulaba con la cabeza aprobando la comida.
La sobremesa no podía ser otra: un Cohíba para el Rey y un te muy dulce para el ilustre invitado. Como fondo la más delicada y frágil sonata de Scarlatti y aquello estaba a punto de acabar.
El Rey y su acompañante se levantaron y se dirigieron a la puerta, "Chopín" los acompañó y despidió y ya al salir, el Rey dijo:
-Ha sido todo maravilloso, felicita a los cocineros de mi parte y que se mejore el dueño. Ya le llamaré para darle las gracias por todo. No olvidaré fácilmente esta comida, de verdad.
Sentado frente a "Chopín" y mirándose los dos a la cara no pudieron más que reírse con una mezcla de nerviosismo y orgullo. Los dos habían cumplido un sueño muchas veces imaginado.
-Sí, pero eso a ti no te importa. Acaba de fregar la cacerola que vamos atrasados.
-¿Por qué no me importa?
-Porque viene de incógnito, joder, que eres tonto. Fíjate como será la cosa, que a veces el restaurante está lleno y no se da nadie cuenta de que el Rey está comiendo tan cerca de ellos. El dueño, cuando sabe con tiempo que va a venir, reserva unas cuantas mesas alrededor con la intención de no tengan gente cerca, que ya se sabe cómo son de curiosos.
-Ah, bueno. Terminé con la cacerola ¿Qué hago ahora?
-Te callas y sigues con los peroles.
-...Con los peroles. ¿Donde se sienta cuando viene?
-En la mesa de las columnas.
-¿Con quién viene?
-¡Me estás tocando los huevos con tantas preguntas! ¿Quieres acabar de una vez, que estás en las nubes con tanta cháchara?
-¿Sabes? si yo fuera el dueño del restaurante y viniera el Rey a comer le prepararía un menú muy especial, sí, muy especial...
-¿Tú? ¿Qué ibas a preparar tú...?
-...Y "Chopín" tocaría algo a propósito para cada plato.
-Deja a "Chopín" tranquilo y no le comas el coco con fantasías, que luego desafina tocando.
-¿Tú sabes que "Chopín" tocó con la Filarmónica de Berlín? Era un virtuoso muy solicitado por las mejores orquestas, pero conoció a aquella mujer y...
-¿Ya te contó la historia? Menudo rollo se trae con el romance de la Condesa y el cornudo del Conde. Tonterías, que la gente cuando está arriba se envicia y se cansa de todo y ya no sabe que probar, eso fue lo que le pasó, que le dio mucho a la coca y a todo lo demás y menos mal que el dueño de esto lo encontró y lo tiene aquí recogido porque es tan bohemio como él que si no...
-"Chopín" es un lujo para este restaurante, lo que pasa es que muy poca gente lo sabe y el dueño es uno de los que sabe. ¿Sabes que le han ofrecido la gestoría de una gran cadena de restaurantes y ha dicho que no?
-Sí, lo sé. También lo lleva claro con lo de que él es feliz haciendo de comer para sus amigos, entre los que se encuentra el Rey.
-Yo lo entiendo. Ya me gustaría conseguir lo que tiene él.
-Tu eres otro colgado. Bueno, al grano que hay que acabar. Aquí te dejo la orden de mañana, hay despedida de soltero a base de mariscada de La Coruña. Los mariscos los traen ellos, menos mal. Nosotros ponemos el servicio y el ambiente y "Chopín" a ver como se las arregla cuando le empiecen a pedir que toque regetón o hip-hop y cosas así.
-No te preocupes, todo estará preparado cuando lleguen.
-"Chopín" toca algo para nosotros ahora que estamos solos. Te pondré un riojita para que se te calienten las manos.
El pequeño restaurante se llenó con las notas tristes de un adagio que "Chopín" parecía arrancar de sus más profundas nostalgias y recuerdos. La calle, mojada, relucía con destellos de neón y la marea de coches se retiraba en el reflujo de la cercana madrugada.
El día siguiente llegó y pasó como lo hace un tifón sobre un pueblo, arrasándolo todo y dejándolo todo maltrecho y sucio. La despedida de soltero, como toda buena despedida que se precie, terminó como el rosario de la aurora, con el striptis del novio y una especie de juramento al estilo de los Tres Mosqueteros: Todos por uno y uno con todos, para siempre.
El marisco se consumió en dosis masivas y una salmonella, o algo peor, se consumió con el mismo dando al traste con la boda y convirtiendo en un marasmo a gran parte de los invitados y, lo que era peor, a casi todo el personal del restaurante.
-De buena nos hemos librado "Chopín" con no comer marisco. Yo porque no me gusta, que si no...Bueno y ahora ¿Qué vamos a hacer tu y yo solos aquí?
-Esto no cierra, es lo menos que podemos hacer por el dueño. Ya nos las arreglaremos. Coge el teléfono a ver quién es.
-Sí...
-Soy el Rey, prepara mesa para dos y algo especial, ya sabes.
-¿Qué Rey?
-El tuyo. ¿No eres el dueño, quién eres entonces?
-...Yo...majestad...no se preocupe, todo estará a su gusto, majestad, no se preocupe.
-Eso espero, es una comida muy especial, no me defraudéis, por favor.
-¡"Chopín"..."Chopín" que viene el Rey a comer y estamos solos tú y yo ¿Qué hacemos?
-Tranquilo chaval, tu encárgate de la comida, la música es cosa mía. Vamos a reservar el resto de las mesas y así evitamos que entre nadie más.
Pasaban las dos de la tarde cuando un coche grande y oscuro paró en la puerta del restaurante, de él bajaron dos figuras, una muy alta que provocó que el corazón de "Chopín" se acelerara: era el Rey, era inconfundible su porte y andares y la otra figura, mas bajita también resultó familiar por el pañuelo en la cabeza, era Arafath. Recordaba haber oído en televisión que estaba de visita privada en Madrid. Menudos comensales y ellos solos allí para atenderlos.
"Chopín" abrió la puerta y saludó con una elegante inclinación a los clientes.
-Majestad, El dueño lamenta enormemente no poder estar para servirle, una repentina enfermedad lo retiene en cama.
-¿Cómo no lo dijisteis por teléfono?
-No se preocupe su Majestad, les atenderemos como se merecen. Tomen asiento, por favor.
"Chopín" se sentó al piano y hacía como si lo estuviera afinando. Nunca había sonado mejor aquel piano que lo hacía hoy, las notas, dispersas y desordenadas se fueron poniendo de acuerdo hasta sonar como el más delicado preludio.
La mesa de los ilustres comensales se fue llenando de platillos que, tras ser contemplados como se haría con una joya en su estuche, eran consumidos con gran deleite. Así pasaron por allí los capullos de salmón al hinojo, las tartaletas de foie al gratén de nata ácida, las florecillas de gambas al curry y una exquisita variedad de entrantes. Tras una pequeña pausa, la música cambió, se hizo más grave al violín que sonaba en las manos de "Chopín". El Adagio para cuerda de Barber acompañó a un gazpacho frío, tan frío, suave y fino como la música que llenaba la confortable estancia. Los comensales cambiaban breves palabras en francés, pero se podía decir que la comida los tenía absorbidos por completo.
El plato principal fue pescado. Chipirones rellenos de tocinillo de jamón de Jabugo en salsa de berdigones que resplandecían como oro viejo junto a una guarnición que imitaba corales y gorgonias marinas.
La música ahora fue una pieza de Albéniz, El Puerto, de la Suite Iberia, que parecía poner el punto salobre, el olor a brea y la brisa del atardecer andaluz en aquel magnífico plato.
Los postres debían ser algo especial, estar a la altura de las circunstancias y la comida y así fue. Un helado de mango flambeado en salsa tibia de grosellas salvajes puso el punto final a la comida y la música que lo acompañó fue Le Cid, de Massenet, nada podía ser mas sugerente y sugestivo que esa melodía que parecía escapar de las manos del transfigurado "Chopín".
La cosa no había ido mal, el Rey parecía contento y Arafath gesticulaba con la cabeza aprobando la comida.
La sobremesa no podía ser otra: un Cohíba para el Rey y un te muy dulce para el ilustre invitado. Como fondo la más delicada y frágil sonata de Scarlatti y aquello estaba a punto de acabar.
El Rey y su acompañante se levantaron y se dirigieron a la puerta, "Chopín" los acompañó y despidió y ya al salir, el Rey dijo:
-Ha sido todo maravilloso, felicita a los cocineros de mi parte y que se mejore el dueño. Ya le llamaré para darle las gracias por todo. No olvidaré fácilmente esta comida, de verdad.
Sentado frente a "Chopín" y mirándose los dos a la cara no pudieron más que reírse con una mezcla de nerviosismo y orgullo. Los dos habían cumplido un sueño muchas veces imaginado.
3/25/2008
LAS MIGAS DE GARSAN
Mi abuela murió hace mucho y lo hizo casi con un siglo a cuestas. Yo disfruté de ella los últimos años de su dilatada existencia, los primeros de la mía, esos llenos de curiosidad y ansia por saberlo todo y aprenderlo todo y para eso ella era única con su prodigiosa memoria que conservó hasta los últimos días antes de morir.
Recuerdo que me contaba interminables cuentos a la hora de la siesta con la intención de dormirme pero eran tan interesantes, me gustaban tanto que, lejos de dormirme, me despabilaban, excitaban mi imaginación y me sumían en un duermevela en el que cobraban vida todos los personajes de la narración dándoles yo caras de gentes conocidas y adornándolos con todas las virtudes y defectos que a mis cortos años conocía.
Tenía yo mis cuentos favoritos y eran aquellos los que ella repetía con más frecuencia, aunque le daba coraje que le pidiera siempre los mismos no permitiéndole así que recordara otros o, incluso, que se los inventara sobre la marcha, cosa que creo que hacía también pero yo le impedía que a los conocidos les cambiara ni una coma ya que casi me los sabía de memoria.
Dos de mis cuentos favoritos eran el de El tío Roque y La Leyenda de Sakuntala. El primero hablaba, me parece estar oyendo la voz de mi abuela, “de un humilde pescador que salía todos los días a buscar su sustento en una pobre y desvencijada barquita y cuya mujer, insaciable y egoísta, no hacía más que hostigarlo acusándolo de al pobreza y miseria en que vivían. Un día, Roque atrapó en la red un pez de oro que, además, hablaba y al tenerlo sobre la cubierta el pez le dijo: “Si me sueltas te concederé un deseo”. Una barca nueva, fue el deseo que formuló el atribulado Roque y ese día volvió a casa con una flamante y resplandeciente barca en cuyas velas soplaba el viento y en cuyos cabos silbaban los aires de la marea”. El cuento seguía diciendo como la ambiciosa mujer obligaba al pobre Roque una y otra vez a pedirle cosas al pez de oro, hasta que éste se cansó y se lo quitó todo, salvo la barca nueva de Roque.
El otro cuento transcurría en La India y mi abuela le daba con la entonación de voz todo el misterio y encanto del lugar y las leyendas. Recuerdo que empezaba diciendo: “Sakuntala era la princesa más hermosa que los hombres jamás conocieron, su padre, el Rajá de Khapurtala, celoso de la belleza de su hija y temeroso de que aquella le acarreara algún mal a causa de la envidia y la maldad, le construyó un palacio de oro y brillantes, con los techos de aguamarinas y los suelos de rubíes y zafiros y en ese increíble palacio transcurrían los largos y aburridos días de la princesa, cuya tristeza no conseguían paliar ni los más afamados juglares, ni los más osados encantadores de serpientes o las más reconocidas bailarinas. Pero la prodigiosa belleza de la princesa transcendió allende el palacio y encendió la llama de la envidia en una peligrosa bruja de la región…”
La cosa era previsible pero yo no me cansaba de escuchar una y otra vez el cuento que conseguía llevarme a La India, viajar a lomos de enormes elefantes o cazar al temible tigre de Bengala.
También tenía mi abuela su tema favorito y en cuanto encontraba la ocasión lo metía y se explayaba contando y recontando las historias de su abuela, una mujer que murió con más de un siglo de edad y de la cual parecía haber heredado la memoria y el encanto para contar y recordar cosas de mucho tiempo atrás.
De una cosa no le gustaba hablar a mi abuela y era de la guerra, decía que había sufrido una muy mala y las consecuencias de otras dos también horribles y no quería recordarlas, no soportaba hablar de ellas, decía que recordarlas era volver a vivirlas, a sufrirlas, sentir de nuevo el miedo, el hambre, la angustia, al inseguridad… que no, que no quería ella hablar de esas cosas tan tristes y malas. No obstante siempre decía lo mismo “No me gusta recordar las guerras, pero no debemos olvidarlas para que no se repitan”.
La cocina era otro de sus puntos fuertes, decía que ella aprendió a hacer de comer cuando no había apenas nada, así que ahora, que había de todo, era mucho más fácil. Eran famosos sus pestiños en Navidad que llenaban la calle del aroma de la matalahúga y la miel caliente, o sus habas enzapatadas en primavera con ese poleo fresco que trasminaba por toda la casa, por no hablar de los chocos con habas que hacían chuparse los dedos a todos los que los probaban, o los garbanzos con bacalao en vigilia, cuya receta era su secreto mejor guardado debido a que aquello parecía algo mágico pues con unos garbanzos, unas raspas de bacalao, unos clavos y poco más – ese era su secreto- aquello sabía a gloria bendita.
Un día que andaba enfrascada entre peroles y cacerolas, alguien le dijo algo sobre unas migas, sí, que estaba nublado y hacía frío y esos eran los días idóneos para comer migas y entonces ella decidió hacer unas migas, migas a lo Garsan, dijo y yo, que jamás había oído antes ese nombre, me pegué a ella hasta que conseguí que me contara la historia de esas migas de tan extraño nombre.
_ Hace muchos, muchos años, me contó mi abuela la historia de las migas de Garsan, un gabacho que anduvo por el pueblo batallando contra el general Ballesteros._ empezó a narrar mi abuela poniendo la voz que solía en esos casos
_ Abuela ¿qué es un gabacho?_ pregunté yo.
_ Un francés, hijo, un francés.
_ ¿Y qué hacía un francés en el pueblo, abuela?
_ Vamos a ver: los franceses, que siempre han sido muy listos, poco a poco se fueron adueñando de España debido a unos reyes débiles y desdichados que fueron cediendo a sus artimañas y sus intrigas pero un día se cansaron los españoles y se levantaron en armas empezando la guerra de la Independencia. Por la sierra estaba el general Ballesteros que, según mi abuela, pasó un día por el pueblo y daba gusto verlo montado en su caballo con aquel uniforme tan vistoso y las botas tan brillantes. Pues llegaron los franceses y tras combatir contra nuestro general sin lograr vencerlo, sitiaron el pueblo y nos tuvieron diez días aislados y comiendo de lo que cada uno tenía guardado en casa ya que no se podía salir a la calle si no querían los hombres acabar muertos y las mujeres de mala manera.
Mi abuela, como muchas mujeres entonces, hacía el pan para toda la semana y lo metía en unas orzas grandes que tapaban con corchos y así se mantenía el pan casi tierno, asentadito pero no duro. Rebuscando por la casa encontró unas cuantas cabezas de ajos y media cántara de aceite del bueno y poco más, salvo unas botellas de tomates en conserva y un par de melones que colgaban del techo, así que decidió hacer unas migas a pesar de no tener el torrezno para echárselo o unos choricitos frescos que tan buen sabor le daban.
Sacó un par de panes de una de las orzas y empezó a rebanarlo, después los hizo cuadritos y los dejó en una artesa pequeña rociándolos con agua del pozo de vez en cuando. Dejó los ajos a medio pelar y los golpeó con la mano para partirlos un poco, después cubrió el fondo de una perola con aceite de oliva y doró los ajos. Aquello empezó a oler bien y poco a poco mi abuela fue añadiendo el pan a la perola sin dejar de moverla y revolver el pan que fue tomando un color dorado y luminoso.
Decía mi abuela que la cocina le resecaba la boca y para eso tenía siempre un búcaro con tinto fresquito a la mano y en eso andaba cuando sintió ruidos de caballos en la puerta y unas extrañas voces que no reconocía. Se quedó quieta y en silencio y entonces un golpe seco en la puerta la asustó y la hizo correr hacia la misma. Abrió el portillo y se asustó al encontrarse la boca de un caballo a escasos centímetros de su cara.
_ ¡Abra la puerta!_ mi abuela entendió a aquel hombre pero el acento le pareció extraño._ ¡Soy el general Garsan, abra la puerta!
Mi abuela abrió la puerta, le temblaba todo el cuerpo, eran los franceses de los que contaban horrores, sobre todo con las mujeres y ella estaba en la casa con sus padres, ya mayores y que permanecieron en las habitaciones.
_ ¿A qué huele, señora? No tenga miedo, por favor, no le haremos daño alguno, los franceses no somos tan malos como nos pintan. ¿A que huele?
_ Estaba haciendo unas migas y se me van a pegar si no las muevo.
_ ¿Pegar…?
_ Sí… quemar.
_ Ah, pues ande, ande y muévalas que huelen muy bien. ¿Nos invita a comer, señora?
_ Señor… son sólo unas migas, no les he podido echar nada, solo pan y ajos, pero si se quieren quedar a comer…
_ Por supuesto que sí, nuestro cocinero no es lo mejor que tenemos en el batallón, no se puede tener todo…
_ Bueno pues pasen ustedes y siéntense… lávense las manos si quieren, las tendrán sucias de los caballos.
_ Sí gracias, veo que todos los españoles no son iguales de sucios. ¿No tendría usted un poco de vino? Tenemos la boca reseca, por aquí aprieta el calor.
_ Vino… si les gusta este les pongo un vaso
_ Veamos… no es un Burdeos, desde luego… pero no está mal, tiene cierto buqué.
_ Es de pitarra, señor, del pueblo de al lado.
_ Pues no está nada mal… a ver esas migas que huelen que alimentan… ¡Mon dieu, c’est magnifique! ¿Y dice usted que esto es sólo pan aceite y ajos?
_ Sí señor, y paciencia para mover y que no se asienten ni se peguen.
_ Exquisito, señora, no tengo palabras, de verdad… y el tinto le viene a estas migas, ¿así se llaman, no?, de maravillas.
Mi abuela reservó un poco de migas para sus padres porque el gabacho se hubiera comida la perola entera si se la hubiera puesto por delante. El búcaro de vino enseñó el fondo y el francés se palmeaba el estómago satisfecho, entonces mi abuela descolgó uno de los melones y lo partió en tajadas poniéndolas en un plato, el melón, en sazón de olor y sabor, perfumó la cocina con su aroma y cuando el francés lo vio ante si no pudo más que exclamar:
_ Es usted maravillosa, no podía poner otro postre más apetecible después de las migas, algo tan fresco como este melón, digestivo y dulce. Qué pena que tengamos que combatirles porque nos quieren echar ustedes de aquí, sería maravilloso que pudiéramos convivir en paz y que usted nos enseñara sus migas y nosotros nuestras cosas que también hacemos bien de comer, no se crea. Mi padre era cocinero del emperador y se inventaba mil platos para complacerlo porque con la úlcera de estómago que tiene casi nada le sienta bien y apenas come el pobre hombre.
_ Si quieren les puedo hacer un poquito de café, aún me queda algo. Con esto del sitio no podemos comprar nada y se nos están acabando las provisiones.
_ Hace usted que me sienta culpable, señora. Ponga ese café como broche de oro a esta magnífica y sencilla comida. Yo soy militar y la guerra es mi trabajo, cuando me bato en el campo de batalla con un rival soy cruel e implacable, tengo fama de duro y mis hombres cuentas mis victorias por cientos de muertos pero cuando me tengo que enfrentar con personas como usted me doy cuenta de la crueldad de la guerra, del absurdo de la misma y de que la peor parte os la lleváis ustedes, los que después no repartís el botín de la victoria. Señora, nos tenemos que ir, no sé cuánto estaremos aquí pero no la olvidaré fácilmente, ni a sus migas tampoco.
El sitio duró diez días y, aunque los franceses perdieran esa guerra, esa batalla la ganó Garsan haciendo que se retirara Ballesteros y cuando las tropas entraron en el pueblo desmontaron la artillería de los fuertes que tantas bajas les habían causado y arrasaron todo lo que encontraron a su paso, debió salir a relucir el Garsan cruel e implacable de la guerra de manera que las migas y todos sus deseos pacifistas se le olvidaron enseguida pero a mi abuela nunca se le olvidó aquel gabacho que compartió sus migas y le supieron a gloria.
Bueno, pues esa es la historia de las migas de Garsan, que desde entonces se llamaron así y eran festejadas como algo especial y entrañable y yo las sigo haciendo cuando hay días nublados, fríos y húmedos en invierno y cuando eso ocurre, no puedo dejar de pensar en mi querida abuela y entonces me surge una pregunta: ¿heredaré su longevidad y les podré contar a mis nietos la historia de las migas de Garsan o el cibermundo habrá desbancado todas esas cosas y el fast food habrá ganado la batalla y el colesterol y las lorzas se enseñorearán de nuestros torrentes sanguíneos, de nuestros abdómenes y caderas? Esperemos que no.
2/26/2008
DOBLE VIDA
DOBLE VIDA
—Tienes unas ojeras enormes. ¿Te encuentras bien?
—Sí, me encuentro bien, un poco cansado. No duermo bien últimamente, será el calor. El año que viene ponemos el aire acondicionado en nuestra habitación, uno pequeño será suficiente.
—Antes tendrás que arreglar el contrato de la luz, ya salta en cuanto ponemos varias cosas juntas.
—Sí, tendré que hacerlo...
—Se te hace tarde, vas a perder el autobús.
—Sí, ya voy, ya voy.
Aída intentaba no inquietar a Julio y por esa razón no le preguntaba más de cuatro cosas que desde hacía tiempo deseaba saber y ahora, viéndolo en el estado en que se encontraba no sabía hacer otra cosa que callarse y tragarse el miedo y la angustia de pensar que a su marido le estuviera ocurriendo algo, que tuviera algún problema que no era capaz de comentar con ella.
Tampoco llevaban tanto tiempo casados como para que él ya se hubiera cansado de ella, a menos que... hubiera otra mujer. Julio nunca había sido muy efusivo, él se reconocía más bien tranquilo, un tanto pasivo y eso sí, muy metido para sus adentros, con una “vida interior muy rica”. Lo malo es que si la riqueza no se comparte acaba por no servir para nada ni para nadie.
Julio salió del portal camino de la parada del autobús que lo llevaría al trabajo y Aída no lo perdía de vista mientras cruzaba la calle. Parecía más despabilado al contacto con el aire de la calle y eso la tranquilizaba un poco. Ahora compraría el periódico en el quiosco de la esquina y después dejaría de verlo hasta casi diez horas después pero antes de eso él volvería la cara y sacaría la lengua sabedor de que ella lo estaría mirando desde la ventana.
Aída se sentó en la cocina, en un pequeño taburete que se escondía bajo la mesita sobre la cual había un cenicero y una figura de barro que representaba a un cocinero gordo y mofletudo. Encendió un cigarrillo y dejó salir el humo de su boca sin apenas expulsarlo, dejándolo elevarse a su albedrío y observándolo mientras acababa por difuminarse en la cálida y luminosa atmósfera de la estancia.
No sabía que le pasaba a Julio, ni que podría pasarle a ella, pero estaba claro que algo había que hacer. Esta noche, cuando él volviera le tendría preparada una cena especial y después trataría e sonsacarle lo que le estaba ocurriendo al calor de una copa y la intima luz de unas velas. Otra cosa que estaba decidida a hacer era acabar los estudios y buscar trabajo. El Medio Ambiente se había puesto de moda y a ella le quedaba muy poco para acabar la diplomatura, así que merecía la pena esforzarse y acabar. Después buscaría trabajo y si el matrimonio iba al garete se podría valer por si misma.
De antemano sabía que Julio se opondría tajantemente a que ella trabajara fuera de casa, sobre ese tema era muy conservador y estaba decidido a tener hijos y que estos fueran criados en casa, por su madre y no en manos de desconocidas que nunca se sabe lo que hacen con los niños. Si no habían tenido ya algún hijo era debido a que antes querían desahogarse un poco de prestamos e hipotecas, porque eso de que los niños vienen con un pan bajo el brazo sería antes, ahora no son más que una mancha en la ecografía y ya están costando dinero, pero bueno, todo se haría por la perpetuación de la raza humana y por que no se dijera que los españoles no tenían hijos, que cuando a Julio le salía el ramalazo patrio recordaba aquella frase estudiada en Formación del Espíritu Nacional que decía “la familia es la primera y más natural de las sociedades humanas...”.
Posiblemente no fuera para tanto y Julio sólo tuviera un poco de cansancio. A veces se quejaba de verse tan agobiado por las deudas y no poder disfrutar apenas del tiempo libre debido a la falta de dinero, cosa que al principio resultaba romántica, eso del “contigo pan y cebolla”, pero tanto romanticismo cansa también y si al pan y la cebolla se le puede añadir un viajito, algún que otro homenaje gastronómico y alguna ropita en condiciones, pues mejor que mejor. Pero cuando no es el coche, que está pidiendo un relevo urgente, es un extra de la comunidad o una visita al dentista. Total, que todos los meses acababan igual, temiendo que el cajero automático les de el corte de mangas al ir a sacar dinero sabiendo que ya no hay. Menos mal que el banco, en su infinita magnanimidad, les da un respiro, a un interés leonino, pero respiro al fin, hasta que la nómina es ingresada.
El cigarrillo se había consumido y el tiempo de Aída se había consumado, ahora tenía que ponerse en marcha y hacer las cosas de la casa, esa rutina diaria y enloquecedora que nunca acaba y nuca es valorada ni apreciada, pero como decía Julio, ella era una especie en extinción, la de las amas de casa que se pueden quedar en ella y son las reinas del hogar sin nadie que las mande ni las ordene, así que encima debía estar contenta.
Julio ya estaba montado en el autobús y este tiempo que duraba viaje hasta la fábrica, si el volumen de la radio lo permitía, lo aprovechaba él para dejarse llevar por cualquier pensamiento o, simplemente, mirar por la ventana y ver las nubes, los humos o alguna cosa que atrajera su atención. No obstante, hoy tenía Julio un tema para pensar por el camino: ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué no descansaba de noche y se levantaba más cansado que se acostaba? Le venía ocurriendo desde hacía una o dos semanas y no le había prestado demasiada atención al asunto, pero estaba empezando a preocuparle, sobre todo porque le hacía estar todo el día del mal humor, irascible y tenso. Aída también se había dado cuenta y empezaba a hacer preguntas a las que él no sabía responder, cosa que hacía que la inquietud de ella fuera en aumento.
Había escuchado muchas historias y no quería dejarse llevar por un ataque de hipocondría. De sobras sabía él cómo se le disparaba la mente cuando empezaba a unir síntomas que no tenían nada que ver entre ellos, pero al final le llevaban a la conclusión de que tenía la peor de las enfermedades, el más duro de los padecimientos y sin duda le esperaba la más dolorosa de las agonías.
Ahora, relajado como estaba en el autocar, y mientras sonaba una emisora de esas que repiten los mismos discos hasta la saciedad, intentó empezar a poner las ideas en orden, más que ideas eran como flashes que le venían cuando más tranquilo estaba y en ellos se veía a si mismo como en instantáneas de una polaroid.
Hubo un tiempo en que le interesaron muchos los sueños y todo ese mundo onírico, leyó a Freud y todo lo que cayó en sus manos sobre el tema, pero llegó a la conclusión de que no puede existir un catálogo sobre sueños que diga que si alguien sueña con una palangana significa que le va a tocar la lotería. La definición que más le satisfizo, a pesar de su ambigüedad, fue aquella que decía que los sueños son la respuesta de nuestro subconsciente a estímulos, ya interiores ya exteriores a nuestro cuerpo, no obstante, las respuestas no tenían por que ser las mismas para los mismos estímulos en distintas personas, ni para las mismas personas en distintas ocasiones. Como el agua.
Una idea lo asaltó ¿y si apuntaba lo que soñaba recién levantado? Cuando se acababa de despertar recordaba los sueños con toda nitidez, pero minutos más tarde los olvidaba, era como si el viento se los llevara convertidos en polvo y desaparecían de su mente, pero si los apuntaba podría estudiarlos y quizás averiguar algo sobre todo lo que le estaba ocurriendo.
No estaba muy seguro sobre cómo había llegado a esa conclusión, pero pensaba que lo que quiera que fuese le ocurría de noche y no lo dejaba descansar haciendo que se levantara de la cama más cansado que se había a costado. Lo de apuntar los sueños no le parecía mala idea, y, además, tampoco le costaría tanto trabajo.
El autocar había llegado a la fábrica, se bajó, fichó en el torno y se montó en el otro autocar que lo llevaría hasta la zona donde trabajaba. Los comentarios no se hicieron esperar: “Vaya ojeras... ¿a qué te has dedicado esta noche?” o “¡Qué caritas traen algunos!”
Julio hizo oídos sordos y en cuanto pudo se miró al espejo. La imagen que le devolvió el cristal lo desconcertó, era él, sin duda, pero avejentado, machacado, como si hubiera pasado la peor noche de su vida y una resaca le estuviera devorando el cerebro, derritiendo el hígado y comiéndole el estómago. Pensó ir al servicio médico, pero ya sabía lo que ocurriría allí: le tomarían la tensión, lo pesarían, mirarían sus últimas analíticas y a continuación vendría la letanía del no fumes, no bebas, no comas grasas y no se cuantos noes más. ¡Qué coño podría saber aquel médico burocratizado de lo que le podría estar pasando a él!
Tomó el relevo oyendo sin escuchar mientras se sentía escaneado por el compañero saliente. Todo estaba normal, todo era rutina, dichosa y querida rutina, denostada a veces por alienante, pero deseada cuando el cuerpo no está para nada. Poco duraría aquella, alrededor de las once, a punto de darle el primer sorbo al segundo café, los paneles de la sala de control se iluminaron estallando en una cacofonía de alarmas y pitidos. Una bajada de intensidad de la corriente eléctrica había provocado que la mayor parte de la planta quedara parada, ahora había que llevarla a condiciones seguras y enseguida volver a ponerla en marcha. La producción ante todo.
El reloj rondaba las dos de la tarde cuando Julio pudo sentarse unos minutos después de comprobar que todo estaba bajo control y se podía empezar a poner en marcha. Ya el jefe le había pedido que se quedara un rato más para ayudar a los entrantes a llevar todo para arriba en el menor tiempo posible y a continuación llamó a casa para decirle a Aída que no iría a comer recibiendo como respuesta un prolongado silencio y unos síes cargados de intención. Lo único que le faltaba era que su mujer se comiera el coco con historias de celos y mentiras.
Así se podían mantener plantillas reducidas a la mínima expresión, en cuanto había un problema se le pedía a las gentes, muy amablemente, eso sí, que se quedaran un rato y si alguien se negaba se le amenazaba con la carta de emergencia, que debía ser algo como el Espíritu Santo, que nadie lo ha visto nunca pero todo el mundo habla de él y dice que existe.
Pasaban las siete de la tarde cuando Julio se metió en la ducha y dejó que el agua le corriera abundantemente por la espalda, que le calentara la cabeza, que corriera piernas abajo hasta los pies hasta relajarlo y hacerlo sentir mejor, como si el agua de la ducha se llevara el cansancio de tantas horas sin parar de un lado para otro, de tanta tensión bajo las ordenes de unos y otros.
En el taxi, camino de casa, intentó no pensar en nada, solo dejar que las cosas pasaran ante sus ojos sin reparar en ellas, sin identificarlas, pero cuando se quiso dar cuenta estaba dando cabezadas y el taxista le preguntaba por el destino de la carrera.
El viaje no duraba más de quince o veinte minutos, dependiendo del tráfico y de la hora. En taxi duraba menos ya que no había que hacer paradas, así que habrían transcurrido unos diez minutos más o menos, pero estaba seguro de habré soñado y recordaba el sueño con una claridad asombrosa: en el corto espacio de tiempo que había durado el viaje, había vuelto a vivir toda la larga y cansada jornada anterior hasta en los más pequeños detalles y ahora no veía la hora de llegar a casa para acostarse y descansar.
Al llegar a casa, Aída lo esperaba seria, aburrida, contrariada y desconfiada pero lo último que él deseaba era enfrascarse en una conversación/discusión sobre el trabajo y la falta de gentes, ese tema ya estaba muy repetido y era algo que no merecía la pena discutir. Cada vez había más cosas que no merecían la pena discutir. ¿Qué pasaría cuando no hubiera nada que mereciera la pena discutir?
Apenas hablaron, él cruzó una mirada cansada con otra crispada de ella y se acostó buscando el frescor de las sábanas con los pies doloridos y recalentados después de tantas horas metidos en las férreas botas de seguridad. Al cerrar los ojos veía chispitas de colores y eso era síntoma de cansancio. Abrió los brazos, separó las piernas y se figuró que estaba sobre el mar haciendo el cristo, mecido por las olas. No tardó en dormirse. Aunque quizás hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho ya que en el mismo instante en que traspasó el umbral del sueño sonaron las alarmas de la sala de control y empezó el barullo de la parada súbita, las carreras, las voces de los jefes y él a correr de un lado para otro tratando de no olvidar nada, de no pasar nada por alto, de que todo se hiciera lo más rápido posible y dentro de la más estricta seguridad.
Despertó asustado y cansadísimo, le dolían los pies más que cuando se acostó y estaba bañado en sudor. Miró el reloj sobresaltado y tuvo que poner las idas en orden hasta llegar a la conclusión de que descansaba, no tenía que ir a trabajar. Se levantaría, se ducharía y saldrían a almorzar por ahí los dos, así podrían hablar de todo lo que estaba pasando, de todo lo que le estaba pasando a él.
Sentado en la cama recordó súbitamente algo: había tenido un sueño mientras dormía y ese sueño había sido sobre Aída, la había vuelto a ver como cuando llegó a casa, había vuelto a oír sus palabras, había vuelto a ver su mirada. O se estaba volviendo loco o en sueños repetía todo lo que hacía despierto.
— Vamos a comer fuera, arréglate.
— ¿Y eso, te han tocado los cupones?— respondió Aída con sarcasmo.
— No, tenemos que hablar.
Aída estaba limpiado el polvo en el salón de la casa y se quedó paralizada con el plumero en la mano…”tenemos que hablar” ¿Qué le tendría que decir como para salir a almorzar fuera? ¿Al fin confesaría lo que estuviera haciendo? ¿Le diría el nombre de la otra? ¿Sería drogadicto, ludópata, pederasta, alcohólico, querría salir del armario?
— ¿Me pongo el Armani o el Zara?
— ¡Ponte lo que te salga del…!
— “Arregla pero informá” ¿no?
— Sí, eso, pero venga ya.
Julio ocultaba sus enormes ojeras y sus ojos cansados tras unas enromes gafas de sol. Se montaron en el coche en silencio y ninguno de los dos habló hasta pasado un buen rato. Aída no sabía donde la llevaba pero intuía que el horno no estaba para bollos y era mejor dejarse llevar por la corriente y conservar la serenidad, es posible que hubiera cosas muy importantes que decir y escuchar y era mejor estar fría y tranquila para poder razonar y responder.
No era malo el sitio después de todo, un restaurante moderno, coqueto y tranquilo, el servicio parecía discreto y atento. Una pregunta cruzó por la mente de Aída ¿con quién habría estado antes él allí? Hacía mucho que no salían a comer a sitios como ese y ese era el clásico sitio para deslumbrar y alagar a un ligue y prepararlo para lo que pudiera venir después. Mejor sería no pensar demasiado mal, no hacerse mala sangre.
El camarero se había acercado y habían pedido algo de beber mientras leían la carta. Aquel les abrió la botella de vino y Julio probó el caldo dando su conformidad. Eso se había puesto de moda y a él le parecía un snobismo, pero a las gentes les hacía sentirse bien, importantes delante de los demás, como si la mayoría fuera capaz de distinguir un Rioja de un Ribera de Duero o un Priorato, él no, desde luego.
El vino ayudó a romper el silencio y Aída, que jugaba con una migas de pan que había sobre el mantel casi se sobresaltó al escuchar la voz de él de manera imprevista.
— Tengo que decirte algo muy importante y no sé por donde empezar.
— Me estás asustando, Julio.
— No te asustes, mujer, no es para tanto.
— No sé, me lo dices de una forma…
— Me está pasando algo muy extraño de un tiempo a esta parte y eso está afectando nuestra relación. No sé muy bien lo que es pero estoy dispuesto a averiguarlo.
— ¿Y qué es, si se puede saber, lo que te ocurre? Yo te noto ausente, siempre cansado, crispado. Mientras duermes hablas en sueños y no dejas de moverte. Yo estoy pensando cosas muy raras, lo confieso, y ya no sé que pensar así que a ver si me aclaras algo.
— ¿Y que cosas raras has pensado, si se puede saber?
— Nada, tonterías mías, ya sabes como soy.
— Ya sé como eres, por eso quiero saber qué es lo que has pensado.
— Pues mira, lo primero es que hay otra por ahí y a partir de ahí cualquier cosa que te puedas imaginar.
— Está bien la cosa. Yo tengo un problema que no sé cual es, por lo tanto es grave, y tu me sales con una historia de celos y desconfianza.
— ¿Qué quieres que te diga? Lo que me sobra es tiempo para pensar, para comerme el coco, como dicen ahora.
— ¿Y de la confianza qué?
— La confianza no puede con el aburrimiento, con la incomunicación, con la monotonía, con la rutina y, bueno, a todo esto, ¿que es lo que te pasa?
— Pues no sé si lo que me está pasando ahora es más grave que lo que me pasaba hace un rato, no lo sé. Sigamos un orden: hace un rato me pasaba que tenía un problema extraño y quería contártelo, hablar de él, sacarlo al sol a ver si así perdía importancia. Quiero ir a un psicólogo, a un psiquiatra si es necesario, antes de volverme loco o acabar hecho polvo. La cuestión es que mientras duermo sueño, repito, segundo a segundo todo lo que he hecho despierto durante las horas anteriores y eso me agota por completo porque, además, parece que escucho entre palabras, que leo entre líneas, que me entero de más cosas que cuando estoy despierto. Seguro que cuando me acueste esta noche soñaré con esta conversación y la volveré a sostener palabra a palabra y volveré a oír tus respuestas y volveremos a discutir y casi podré leer tus pensamientos, saber lo que estás pensando en estos momentos y cuando las cosas son gratas, vale, pero la mayoría de las veces no lo son y es como vivir dos veces lo malo, cansarse dos veces, sufrir dos vece y vivirlo todo como distorsionado, amplificado…
— Pues la verdad es que no sé que decirte. Creo que es buena idea buscar ayuda en un psicólogo, o en psiquiatra, ellos saben más que nosotros de estas cosas, para eso han estudiado ¿no?
— Sí, tienes razón, para eso han estudiado. Vámonos.
— ¿Qué te pasa, ya te dio la neura?
— Sí, eso será, me ha dado la neura, quiero estar en casa.
— ¿Eso es todo lo que teníamos que hablar?
— Por mi parte sí ¿tú tienes algo más que decir?
— Podría decir muchas cosas pero no sé si es el momento, ni si me entenderías
— Pues, como dicen los curas, habla ahora o calla para siempre.
— Pues, como dicen los curas, amen.
El silencio se erigió en protagonista del dialogo y hasta llegar a casa no hubo más palabras que las imprescindibles. Una vez en aquella, Julio se sirvió un generoso escocés con hielo y Aída se dedicó a recoger las cosas que quedaban por medio de la casa. Al acabar se sentó y se quedó mirando a Julio, éste tenía la mirada empañada y perdida en el infinito.
Algo se había roto esa noche dentro de Julio. Era la primera vez que pedía ayuda ante un problema que lo estaba volviendo loco y le salía con celos, dudas y desconfianzas. ¿Sobre qué estaba cimentada esa relación? ¿Tan débiles eran los cimientos que el menor movimiento hacía que se tambaleara todo sin pruebas ni fundamentos? ¿Tan poca confianza inspiraba él que ante un comportamiento extraño por su parte se disparaban todas las alarmas de celos y sabe dios qué más?
El psicólogo, después de hurgar como sólo ellos saben hacerlo, decidió que debía consultar a un psiquiatra ya que es posible que necesitara medicación y ellos eran los más indicados para prescribirla. De todas formas, le recomendó un vida tranquila, sana, sin excitantes ni estimulantes, practicar algún deporte y dormir como mínimo ocho horas.
Julio salió de aquella consulta con complejo de mister Hyde al no saber en que se convertía él cuando le aconsejaban que evitara los estimulantes, los excitantes y no sé cuantas cosas más, cuando lo más excitante que entraba en su cuerpo era un tinto con gaseosa, un café solo o unos JB´s los fines de semana, o si los nervios se lo requerían.
El psiquiatra lo miraba fijo a los ojos mientras él hablaba, mientras el relataba su monótona, gris y aburrida vida, tal vez intentado descubrir los eternos conflictos entre el yo y el ello, entre el yo y el súper yo, los actos fallidos, los complejos de Edipo y sabe dios que aberraciones por descubrir y por catalogar. Al final, tras un silencio trágico y largo, el galeno habló:
— Lo que tiene usted es algo muy nuevo, estamos empezando a estudiarlo, se llama, de forma provisional, síndrome de conexión continua.
— ¿En cristiano…?
— Que usted no es capaz de desconectar del trabajo una vez que sale de él y en el plano de los sueños repite toda la jornada vivida.
— Eso es, si señor, ni del trabajo ni de nada, eso ya lo sabía yo porque es lo que exactamente me pasa, pero ¿Cómo me curo de eso? Por que es como si viviera todos los días dos veces, y como la mayoría son malos… pues eso.
— ¿Y, por qué son malos?
— Esa es la pregunta del millón, sí señor. Pues son malos porque no son buenos y perdone la perogrullada. No son buenos porque no me producen satisfacción y tengo la sensación de estar quemando días, de estar quemando mi vida para nada. Como dicen en las películas americanas, no me encuentro a mí mismo, no me realizo, vamos, que estoy hasta los huevos de todo y creo que es demasiado pronto para eso, todavía no tengo cuarenta años y ya estoy quemado.
— Está cansado, muy cansado. Lo primero que necesita es dormir larga y profundamente desconectando de todo el mundo exterior e interior tuyo. El sueño es el recreo del cerebro, en él hace lo que le da la gana, se relaja, juega, se regenera, se repone y amanece listo para empezar de nuevo cada día, por eso, cuando no conseguimos dormir bien no estamos para nada.
— Pues si solo es eso, valium del diecinueve y a dormir como un lirón ¿no?
— No es sólo eso, su vida afectiva también es muy importante.
— No tengo vida afectiva, sólo sensitiva.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Pues está claro: que no tengo afecto, sólo siento y no siento afecto.
— ¿No se siente querido por nadie? ¿No quiere a nadie?
— No, me siento utilizado, manipulado, explotado, como decían los Jefferson, no tengo somebody to love… quizás sean pajas mentales.
— De esas pajas sacamos nosotros la mejor información.
— O sea, una especie de pajilleros mentales ¿no?
— Dicho así… a lo bestia, sí. Me gustaría proponerte que hiciéramos algo, si estás dispuesto a ello.
— … ¿Experimentos?
— En parte sí, lo reconozco.
— ¿Los experimentos no se hacían en casa y con gaseosa?
— Vamos a hablar en serio. ¿Te dejarías hipnotizar por mí?
— ¿Para qué, no me pondrá a hacer tonterías después, verdad?
— No, no te preocupes por eso. Se trata de hacer una regresión.
— Yo he visto eso en televisión y las gentes vuelven a su infancia y descubren cosas raras. ¿Eso es lo que quiere hacerme?
— Más o menos, pero no es tu infancia lo que me interesa, quiero saber lo que tu subconsciente conoce y tu ignoras.
— Pues vale. Peor que estoy no me va a dejar ¿verdad?
— No se preocupe por nada, todo está bajo control.
— Ago así dijeron en Pearl Harbour y mire como acabaron…
— Échese en el diván y relájese.
— Lo mío debe ser grave cuando me pone en el diván y todo…
— Quiero que entre en el estado de sueño profundo y me diga lo que ve, lo que oye.
— …Sí, tienes razón, para eso han estudiado. Vámonos.
—….
— Sí, eso será, me ha dado la neura, quiero estar en casa.
— …
— Por mi parte sí ¿tú tienes algo más que decir?
—…
— Pues, como dicen los curas, habla ahora o calla para siempre.
—…
— ¿Con quién estás hablando?
— Con Aída, mi mujer.
— ¿Qué está pensando ella mientras tanto?
— Ella… esta pensando en otro hombre… otro… y yo le conozco… se llama Luís.
— ¿Hay algo entre ellos?
— No sé… puede ser… a veces él aparecía en mis sueños como una interferencia, pero yo no le prestaba atención…
— Ahora despierta.
— Bueno… ¿Qué ha pasado?
— ¿Te suena el nombre de Luís?
— ¿Luís… tengo un vecino que se llama así, por qué?
— ¿Estás seguro de tu mujer?
— ¡Joder con la preguntita! Yo… sí
— ¿Tu… sí?
— Ustedes son la hostia, leen entre líneas, oyen entre palabras… ven los puntos suspensivos. Yo no estoy seguro ya de nada, creo que me estoy volviendo loco.
— Tranquilo, no se está volviendo loco ni muchísimo menos. Hable con su mujer, pregúntele por Luís, aclare la situación y tome una decisión que sólo usted puede tomar, y hablando de tomar, una de estas cada ocho horas. Vuelva dentro de un mes y cuénteme lo que ha ocurrido.
— Cuénteme que ha ocurrido en todo este tiempo ¿Cómo se encuentra?
— Me encuentro mejor, mucho mejor, ya desconecto casi todas las noches y descanso bastante más.
— ¿Qué ocurrió con su mujer?
— Seguí su consejo y le pregunté por el tal Luís. Se echó a llorar y me lo contó todo, que tampoco era tanto ni ocurría nada. Ahora va todo mucho mejor y creo que vamos a buscar un niño antes de que seamos mayores y se nos pase el arroz. ¿Sabe usted? Sacar el tema de Luís fue como abrir una puerta que habíamos cerrado entre los dos. Era como si uno la hubiera cerrado por dentro y otro por fuera, la teníamos que abrir los dos al mismo tiempo o permanecería cerrada para siempre, y la abrimos entonces.
— Pues no sabe usted la alegría que me da. Habré perdido un cliente pero espero haber ganado un amigo
—Tienes unas ojeras enormes. ¿Te encuentras bien?
—Sí, me encuentro bien, un poco cansado. No duermo bien últimamente, será el calor. El año que viene ponemos el aire acondicionado en nuestra habitación, uno pequeño será suficiente.
—Antes tendrás que arreglar el contrato de la luz, ya salta en cuanto ponemos varias cosas juntas.
—Sí, tendré que hacerlo...
—Se te hace tarde, vas a perder el autobús.
—Sí, ya voy, ya voy.
Aída intentaba no inquietar a Julio y por esa razón no le preguntaba más de cuatro cosas que desde hacía tiempo deseaba saber y ahora, viéndolo en el estado en que se encontraba no sabía hacer otra cosa que callarse y tragarse el miedo y la angustia de pensar que a su marido le estuviera ocurriendo algo, que tuviera algún problema que no era capaz de comentar con ella.
Tampoco llevaban tanto tiempo casados como para que él ya se hubiera cansado de ella, a menos que... hubiera otra mujer. Julio nunca había sido muy efusivo, él se reconocía más bien tranquilo, un tanto pasivo y eso sí, muy metido para sus adentros, con una “vida interior muy rica”. Lo malo es que si la riqueza no se comparte acaba por no servir para nada ni para nadie.
Julio salió del portal camino de la parada del autobús que lo llevaría al trabajo y Aída no lo perdía de vista mientras cruzaba la calle. Parecía más despabilado al contacto con el aire de la calle y eso la tranquilizaba un poco. Ahora compraría el periódico en el quiosco de la esquina y después dejaría de verlo hasta casi diez horas después pero antes de eso él volvería la cara y sacaría la lengua sabedor de que ella lo estaría mirando desde la ventana.
Aída se sentó en la cocina, en un pequeño taburete que se escondía bajo la mesita sobre la cual había un cenicero y una figura de barro que representaba a un cocinero gordo y mofletudo. Encendió un cigarrillo y dejó salir el humo de su boca sin apenas expulsarlo, dejándolo elevarse a su albedrío y observándolo mientras acababa por difuminarse en la cálida y luminosa atmósfera de la estancia.
No sabía que le pasaba a Julio, ni que podría pasarle a ella, pero estaba claro que algo había que hacer. Esta noche, cuando él volviera le tendría preparada una cena especial y después trataría e sonsacarle lo que le estaba ocurriendo al calor de una copa y la intima luz de unas velas. Otra cosa que estaba decidida a hacer era acabar los estudios y buscar trabajo. El Medio Ambiente se había puesto de moda y a ella le quedaba muy poco para acabar la diplomatura, así que merecía la pena esforzarse y acabar. Después buscaría trabajo y si el matrimonio iba al garete se podría valer por si misma.
De antemano sabía que Julio se opondría tajantemente a que ella trabajara fuera de casa, sobre ese tema era muy conservador y estaba decidido a tener hijos y que estos fueran criados en casa, por su madre y no en manos de desconocidas que nunca se sabe lo que hacen con los niños. Si no habían tenido ya algún hijo era debido a que antes querían desahogarse un poco de prestamos e hipotecas, porque eso de que los niños vienen con un pan bajo el brazo sería antes, ahora no son más que una mancha en la ecografía y ya están costando dinero, pero bueno, todo se haría por la perpetuación de la raza humana y por que no se dijera que los españoles no tenían hijos, que cuando a Julio le salía el ramalazo patrio recordaba aquella frase estudiada en Formación del Espíritu Nacional que decía “la familia es la primera y más natural de las sociedades humanas...”.
Posiblemente no fuera para tanto y Julio sólo tuviera un poco de cansancio. A veces se quejaba de verse tan agobiado por las deudas y no poder disfrutar apenas del tiempo libre debido a la falta de dinero, cosa que al principio resultaba romántica, eso del “contigo pan y cebolla”, pero tanto romanticismo cansa también y si al pan y la cebolla se le puede añadir un viajito, algún que otro homenaje gastronómico y alguna ropita en condiciones, pues mejor que mejor. Pero cuando no es el coche, que está pidiendo un relevo urgente, es un extra de la comunidad o una visita al dentista. Total, que todos los meses acababan igual, temiendo que el cajero automático les de el corte de mangas al ir a sacar dinero sabiendo que ya no hay. Menos mal que el banco, en su infinita magnanimidad, les da un respiro, a un interés leonino, pero respiro al fin, hasta que la nómina es ingresada.
El cigarrillo se había consumido y el tiempo de Aída se había consumado, ahora tenía que ponerse en marcha y hacer las cosas de la casa, esa rutina diaria y enloquecedora que nunca acaba y nuca es valorada ni apreciada, pero como decía Julio, ella era una especie en extinción, la de las amas de casa que se pueden quedar en ella y son las reinas del hogar sin nadie que las mande ni las ordene, así que encima debía estar contenta.
Julio ya estaba montado en el autobús y este tiempo que duraba viaje hasta la fábrica, si el volumen de la radio lo permitía, lo aprovechaba él para dejarse llevar por cualquier pensamiento o, simplemente, mirar por la ventana y ver las nubes, los humos o alguna cosa que atrajera su atención. No obstante, hoy tenía Julio un tema para pensar por el camino: ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué no descansaba de noche y se levantaba más cansado que se acostaba? Le venía ocurriendo desde hacía una o dos semanas y no le había prestado demasiada atención al asunto, pero estaba empezando a preocuparle, sobre todo porque le hacía estar todo el día del mal humor, irascible y tenso. Aída también se había dado cuenta y empezaba a hacer preguntas a las que él no sabía responder, cosa que hacía que la inquietud de ella fuera en aumento.
Había escuchado muchas historias y no quería dejarse llevar por un ataque de hipocondría. De sobras sabía él cómo se le disparaba la mente cuando empezaba a unir síntomas que no tenían nada que ver entre ellos, pero al final le llevaban a la conclusión de que tenía la peor de las enfermedades, el más duro de los padecimientos y sin duda le esperaba la más dolorosa de las agonías.
Ahora, relajado como estaba en el autocar, y mientras sonaba una emisora de esas que repiten los mismos discos hasta la saciedad, intentó empezar a poner las ideas en orden, más que ideas eran como flashes que le venían cuando más tranquilo estaba y en ellos se veía a si mismo como en instantáneas de una polaroid.
Hubo un tiempo en que le interesaron muchos los sueños y todo ese mundo onírico, leyó a Freud y todo lo que cayó en sus manos sobre el tema, pero llegó a la conclusión de que no puede existir un catálogo sobre sueños que diga que si alguien sueña con una palangana significa que le va a tocar la lotería. La definición que más le satisfizo, a pesar de su ambigüedad, fue aquella que decía que los sueños son la respuesta de nuestro subconsciente a estímulos, ya interiores ya exteriores a nuestro cuerpo, no obstante, las respuestas no tenían por que ser las mismas para los mismos estímulos en distintas personas, ni para las mismas personas en distintas ocasiones. Como el agua.
Una idea lo asaltó ¿y si apuntaba lo que soñaba recién levantado? Cuando se acababa de despertar recordaba los sueños con toda nitidez, pero minutos más tarde los olvidaba, era como si el viento se los llevara convertidos en polvo y desaparecían de su mente, pero si los apuntaba podría estudiarlos y quizás averiguar algo sobre todo lo que le estaba ocurriendo.
No estaba muy seguro sobre cómo había llegado a esa conclusión, pero pensaba que lo que quiera que fuese le ocurría de noche y no lo dejaba descansar haciendo que se levantara de la cama más cansado que se había a costado. Lo de apuntar los sueños no le parecía mala idea, y, además, tampoco le costaría tanto trabajo.
El autocar había llegado a la fábrica, se bajó, fichó en el torno y se montó en el otro autocar que lo llevaría hasta la zona donde trabajaba. Los comentarios no se hicieron esperar: “Vaya ojeras... ¿a qué te has dedicado esta noche?” o “¡Qué caritas traen algunos!”
Julio hizo oídos sordos y en cuanto pudo se miró al espejo. La imagen que le devolvió el cristal lo desconcertó, era él, sin duda, pero avejentado, machacado, como si hubiera pasado la peor noche de su vida y una resaca le estuviera devorando el cerebro, derritiendo el hígado y comiéndole el estómago. Pensó ir al servicio médico, pero ya sabía lo que ocurriría allí: le tomarían la tensión, lo pesarían, mirarían sus últimas analíticas y a continuación vendría la letanía del no fumes, no bebas, no comas grasas y no se cuantos noes más. ¡Qué coño podría saber aquel médico burocratizado de lo que le podría estar pasando a él!
Tomó el relevo oyendo sin escuchar mientras se sentía escaneado por el compañero saliente. Todo estaba normal, todo era rutina, dichosa y querida rutina, denostada a veces por alienante, pero deseada cuando el cuerpo no está para nada. Poco duraría aquella, alrededor de las once, a punto de darle el primer sorbo al segundo café, los paneles de la sala de control se iluminaron estallando en una cacofonía de alarmas y pitidos. Una bajada de intensidad de la corriente eléctrica había provocado que la mayor parte de la planta quedara parada, ahora había que llevarla a condiciones seguras y enseguida volver a ponerla en marcha. La producción ante todo.
El reloj rondaba las dos de la tarde cuando Julio pudo sentarse unos minutos después de comprobar que todo estaba bajo control y se podía empezar a poner en marcha. Ya el jefe le había pedido que se quedara un rato más para ayudar a los entrantes a llevar todo para arriba en el menor tiempo posible y a continuación llamó a casa para decirle a Aída que no iría a comer recibiendo como respuesta un prolongado silencio y unos síes cargados de intención. Lo único que le faltaba era que su mujer se comiera el coco con historias de celos y mentiras.
Así se podían mantener plantillas reducidas a la mínima expresión, en cuanto había un problema se le pedía a las gentes, muy amablemente, eso sí, que se quedaran un rato y si alguien se negaba se le amenazaba con la carta de emergencia, que debía ser algo como el Espíritu Santo, que nadie lo ha visto nunca pero todo el mundo habla de él y dice que existe.
Pasaban las siete de la tarde cuando Julio se metió en la ducha y dejó que el agua le corriera abundantemente por la espalda, que le calentara la cabeza, que corriera piernas abajo hasta los pies hasta relajarlo y hacerlo sentir mejor, como si el agua de la ducha se llevara el cansancio de tantas horas sin parar de un lado para otro, de tanta tensión bajo las ordenes de unos y otros.
En el taxi, camino de casa, intentó no pensar en nada, solo dejar que las cosas pasaran ante sus ojos sin reparar en ellas, sin identificarlas, pero cuando se quiso dar cuenta estaba dando cabezadas y el taxista le preguntaba por el destino de la carrera.
El viaje no duraba más de quince o veinte minutos, dependiendo del tráfico y de la hora. En taxi duraba menos ya que no había que hacer paradas, así que habrían transcurrido unos diez minutos más o menos, pero estaba seguro de habré soñado y recordaba el sueño con una claridad asombrosa: en el corto espacio de tiempo que había durado el viaje, había vuelto a vivir toda la larga y cansada jornada anterior hasta en los más pequeños detalles y ahora no veía la hora de llegar a casa para acostarse y descansar.
Al llegar a casa, Aída lo esperaba seria, aburrida, contrariada y desconfiada pero lo último que él deseaba era enfrascarse en una conversación/discusión sobre el trabajo y la falta de gentes, ese tema ya estaba muy repetido y era algo que no merecía la pena discutir. Cada vez había más cosas que no merecían la pena discutir. ¿Qué pasaría cuando no hubiera nada que mereciera la pena discutir?
Apenas hablaron, él cruzó una mirada cansada con otra crispada de ella y se acostó buscando el frescor de las sábanas con los pies doloridos y recalentados después de tantas horas metidos en las férreas botas de seguridad. Al cerrar los ojos veía chispitas de colores y eso era síntoma de cansancio. Abrió los brazos, separó las piernas y se figuró que estaba sobre el mar haciendo el cristo, mecido por las olas. No tardó en dormirse. Aunque quizás hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho ya que en el mismo instante en que traspasó el umbral del sueño sonaron las alarmas de la sala de control y empezó el barullo de la parada súbita, las carreras, las voces de los jefes y él a correr de un lado para otro tratando de no olvidar nada, de no pasar nada por alto, de que todo se hiciera lo más rápido posible y dentro de la más estricta seguridad.
Despertó asustado y cansadísimo, le dolían los pies más que cuando se acostó y estaba bañado en sudor. Miró el reloj sobresaltado y tuvo que poner las idas en orden hasta llegar a la conclusión de que descansaba, no tenía que ir a trabajar. Se levantaría, se ducharía y saldrían a almorzar por ahí los dos, así podrían hablar de todo lo que estaba pasando, de todo lo que le estaba pasando a él.
Sentado en la cama recordó súbitamente algo: había tenido un sueño mientras dormía y ese sueño había sido sobre Aída, la había vuelto a ver como cuando llegó a casa, había vuelto a oír sus palabras, había vuelto a ver su mirada. O se estaba volviendo loco o en sueños repetía todo lo que hacía despierto.
— Vamos a comer fuera, arréglate.
— ¿Y eso, te han tocado los cupones?— respondió Aída con sarcasmo.
— No, tenemos que hablar.
Aída estaba limpiado el polvo en el salón de la casa y se quedó paralizada con el plumero en la mano…”tenemos que hablar” ¿Qué le tendría que decir como para salir a almorzar fuera? ¿Al fin confesaría lo que estuviera haciendo? ¿Le diría el nombre de la otra? ¿Sería drogadicto, ludópata, pederasta, alcohólico, querría salir del armario?
— ¿Me pongo el Armani o el Zara?
— ¡Ponte lo que te salga del…!
— “Arregla pero informá” ¿no?
— Sí, eso, pero venga ya.
Julio ocultaba sus enormes ojeras y sus ojos cansados tras unas enromes gafas de sol. Se montaron en el coche en silencio y ninguno de los dos habló hasta pasado un buen rato. Aída no sabía donde la llevaba pero intuía que el horno no estaba para bollos y era mejor dejarse llevar por la corriente y conservar la serenidad, es posible que hubiera cosas muy importantes que decir y escuchar y era mejor estar fría y tranquila para poder razonar y responder.
No era malo el sitio después de todo, un restaurante moderno, coqueto y tranquilo, el servicio parecía discreto y atento. Una pregunta cruzó por la mente de Aída ¿con quién habría estado antes él allí? Hacía mucho que no salían a comer a sitios como ese y ese era el clásico sitio para deslumbrar y alagar a un ligue y prepararlo para lo que pudiera venir después. Mejor sería no pensar demasiado mal, no hacerse mala sangre.
El camarero se había acercado y habían pedido algo de beber mientras leían la carta. Aquel les abrió la botella de vino y Julio probó el caldo dando su conformidad. Eso se había puesto de moda y a él le parecía un snobismo, pero a las gentes les hacía sentirse bien, importantes delante de los demás, como si la mayoría fuera capaz de distinguir un Rioja de un Ribera de Duero o un Priorato, él no, desde luego.
El vino ayudó a romper el silencio y Aída, que jugaba con una migas de pan que había sobre el mantel casi se sobresaltó al escuchar la voz de él de manera imprevista.
— Tengo que decirte algo muy importante y no sé por donde empezar.
— Me estás asustando, Julio.
— No te asustes, mujer, no es para tanto.
— No sé, me lo dices de una forma…
— Me está pasando algo muy extraño de un tiempo a esta parte y eso está afectando nuestra relación. No sé muy bien lo que es pero estoy dispuesto a averiguarlo.
— ¿Y qué es, si se puede saber, lo que te ocurre? Yo te noto ausente, siempre cansado, crispado. Mientras duermes hablas en sueños y no dejas de moverte. Yo estoy pensando cosas muy raras, lo confieso, y ya no sé que pensar así que a ver si me aclaras algo.
— ¿Y que cosas raras has pensado, si se puede saber?
— Nada, tonterías mías, ya sabes como soy.
— Ya sé como eres, por eso quiero saber qué es lo que has pensado.
— Pues mira, lo primero es que hay otra por ahí y a partir de ahí cualquier cosa que te puedas imaginar.
— Está bien la cosa. Yo tengo un problema que no sé cual es, por lo tanto es grave, y tu me sales con una historia de celos y desconfianza.
— ¿Qué quieres que te diga? Lo que me sobra es tiempo para pensar, para comerme el coco, como dicen ahora.
— ¿Y de la confianza qué?
— La confianza no puede con el aburrimiento, con la incomunicación, con la monotonía, con la rutina y, bueno, a todo esto, ¿que es lo que te pasa?
— Pues no sé si lo que me está pasando ahora es más grave que lo que me pasaba hace un rato, no lo sé. Sigamos un orden: hace un rato me pasaba que tenía un problema extraño y quería contártelo, hablar de él, sacarlo al sol a ver si así perdía importancia. Quiero ir a un psicólogo, a un psiquiatra si es necesario, antes de volverme loco o acabar hecho polvo. La cuestión es que mientras duermo sueño, repito, segundo a segundo todo lo que he hecho despierto durante las horas anteriores y eso me agota por completo porque, además, parece que escucho entre palabras, que leo entre líneas, que me entero de más cosas que cuando estoy despierto. Seguro que cuando me acueste esta noche soñaré con esta conversación y la volveré a sostener palabra a palabra y volveré a oír tus respuestas y volveremos a discutir y casi podré leer tus pensamientos, saber lo que estás pensando en estos momentos y cuando las cosas son gratas, vale, pero la mayoría de las veces no lo son y es como vivir dos veces lo malo, cansarse dos veces, sufrir dos vece y vivirlo todo como distorsionado, amplificado…
— Pues la verdad es que no sé que decirte. Creo que es buena idea buscar ayuda en un psicólogo, o en psiquiatra, ellos saben más que nosotros de estas cosas, para eso han estudiado ¿no?
— Sí, tienes razón, para eso han estudiado. Vámonos.
— ¿Qué te pasa, ya te dio la neura?
— Sí, eso será, me ha dado la neura, quiero estar en casa.
— ¿Eso es todo lo que teníamos que hablar?
— Por mi parte sí ¿tú tienes algo más que decir?
— Podría decir muchas cosas pero no sé si es el momento, ni si me entenderías
— Pues, como dicen los curas, habla ahora o calla para siempre.
— Pues, como dicen los curas, amen.
El silencio se erigió en protagonista del dialogo y hasta llegar a casa no hubo más palabras que las imprescindibles. Una vez en aquella, Julio se sirvió un generoso escocés con hielo y Aída se dedicó a recoger las cosas que quedaban por medio de la casa. Al acabar se sentó y se quedó mirando a Julio, éste tenía la mirada empañada y perdida en el infinito.
Algo se había roto esa noche dentro de Julio. Era la primera vez que pedía ayuda ante un problema que lo estaba volviendo loco y le salía con celos, dudas y desconfianzas. ¿Sobre qué estaba cimentada esa relación? ¿Tan débiles eran los cimientos que el menor movimiento hacía que se tambaleara todo sin pruebas ni fundamentos? ¿Tan poca confianza inspiraba él que ante un comportamiento extraño por su parte se disparaban todas las alarmas de celos y sabe dios qué más?
El psicólogo, después de hurgar como sólo ellos saben hacerlo, decidió que debía consultar a un psiquiatra ya que es posible que necesitara medicación y ellos eran los más indicados para prescribirla. De todas formas, le recomendó un vida tranquila, sana, sin excitantes ni estimulantes, practicar algún deporte y dormir como mínimo ocho horas.
Julio salió de aquella consulta con complejo de mister Hyde al no saber en que se convertía él cuando le aconsejaban que evitara los estimulantes, los excitantes y no sé cuantas cosas más, cuando lo más excitante que entraba en su cuerpo era un tinto con gaseosa, un café solo o unos JB´s los fines de semana, o si los nervios se lo requerían.
El psiquiatra lo miraba fijo a los ojos mientras él hablaba, mientras el relataba su monótona, gris y aburrida vida, tal vez intentado descubrir los eternos conflictos entre el yo y el ello, entre el yo y el súper yo, los actos fallidos, los complejos de Edipo y sabe dios que aberraciones por descubrir y por catalogar. Al final, tras un silencio trágico y largo, el galeno habló:
— Lo que tiene usted es algo muy nuevo, estamos empezando a estudiarlo, se llama, de forma provisional, síndrome de conexión continua.
— ¿En cristiano…?
— Que usted no es capaz de desconectar del trabajo una vez que sale de él y en el plano de los sueños repite toda la jornada vivida.
— Eso es, si señor, ni del trabajo ni de nada, eso ya lo sabía yo porque es lo que exactamente me pasa, pero ¿Cómo me curo de eso? Por que es como si viviera todos los días dos veces, y como la mayoría son malos… pues eso.
— ¿Y, por qué son malos?
— Esa es la pregunta del millón, sí señor. Pues son malos porque no son buenos y perdone la perogrullada. No son buenos porque no me producen satisfacción y tengo la sensación de estar quemando días, de estar quemando mi vida para nada. Como dicen en las películas americanas, no me encuentro a mí mismo, no me realizo, vamos, que estoy hasta los huevos de todo y creo que es demasiado pronto para eso, todavía no tengo cuarenta años y ya estoy quemado.
— Está cansado, muy cansado. Lo primero que necesita es dormir larga y profundamente desconectando de todo el mundo exterior e interior tuyo. El sueño es el recreo del cerebro, en él hace lo que le da la gana, se relaja, juega, se regenera, se repone y amanece listo para empezar de nuevo cada día, por eso, cuando no conseguimos dormir bien no estamos para nada.
— Pues si solo es eso, valium del diecinueve y a dormir como un lirón ¿no?
— No es sólo eso, su vida afectiva también es muy importante.
— No tengo vida afectiva, sólo sensitiva.
— ¿Qué quiere decir eso?
— Pues está claro: que no tengo afecto, sólo siento y no siento afecto.
— ¿No se siente querido por nadie? ¿No quiere a nadie?
— No, me siento utilizado, manipulado, explotado, como decían los Jefferson, no tengo somebody to love… quizás sean pajas mentales.
— De esas pajas sacamos nosotros la mejor información.
— O sea, una especie de pajilleros mentales ¿no?
— Dicho así… a lo bestia, sí. Me gustaría proponerte que hiciéramos algo, si estás dispuesto a ello.
— … ¿Experimentos?
— En parte sí, lo reconozco.
— ¿Los experimentos no se hacían en casa y con gaseosa?
— Vamos a hablar en serio. ¿Te dejarías hipnotizar por mí?
— ¿Para qué, no me pondrá a hacer tonterías después, verdad?
— No, no te preocupes por eso. Se trata de hacer una regresión.
— Yo he visto eso en televisión y las gentes vuelven a su infancia y descubren cosas raras. ¿Eso es lo que quiere hacerme?
— Más o menos, pero no es tu infancia lo que me interesa, quiero saber lo que tu subconsciente conoce y tu ignoras.
— Pues vale. Peor que estoy no me va a dejar ¿verdad?
— No se preocupe por nada, todo está bajo control.
— Ago así dijeron en Pearl Harbour y mire como acabaron…
— Échese en el diván y relájese.
— Lo mío debe ser grave cuando me pone en el diván y todo…
— Quiero que entre en el estado de sueño profundo y me diga lo que ve, lo que oye.
— …Sí, tienes razón, para eso han estudiado. Vámonos.
—….
— Sí, eso será, me ha dado la neura, quiero estar en casa.
— …
— Por mi parte sí ¿tú tienes algo más que decir?
—…
— Pues, como dicen los curas, habla ahora o calla para siempre.
—…
— ¿Con quién estás hablando?
— Con Aída, mi mujer.
— ¿Qué está pensando ella mientras tanto?
— Ella… esta pensando en otro hombre… otro… y yo le conozco… se llama Luís.
— ¿Hay algo entre ellos?
— No sé… puede ser… a veces él aparecía en mis sueños como una interferencia, pero yo no le prestaba atención…
— Ahora despierta.
— Bueno… ¿Qué ha pasado?
— ¿Te suena el nombre de Luís?
— ¿Luís… tengo un vecino que se llama así, por qué?
— ¿Estás seguro de tu mujer?
— ¡Joder con la preguntita! Yo… sí
— ¿Tu… sí?
— Ustedes son la hostia, leen entre líneas, oyen entre palabras… ven los puntos suspensivos. Yo no estoy seguro ya de nada, creo que me estoy volviendo loco.
— Tranquilo, no se está volviendo loco ni muchísimo menos. Hable con su mujer, pregúntele por Luís, aclare la situación y tome una decisión que sólo usted puede tomar, y hablando de tomar, una de estas cada ocho horas. Vuelva dentro de un mes y cuénteme lo que ha ocurrido.
— Cuénteme que ha ocurrido en todo este tiempo ¿Cómo se encuentra?
— Me encuentro mejor, mucho mejor, ya desconecto casi todas las noches y descanso bastante más.
— ¿Qué ocurrió con su mujer?
— Seguí su consejo y le pregunté por el tal Luís. Se echó a llorar y me lo contó todo, que tampoco era tanto ni ocurría nada. Ahora va todo mucho mejor y creo que vamos a buscar un niño antes de que seamos mayores y se nos pase el arroz. ¿Sabe usted? Sacar el tema de Luís fue como abrir una puerta que habíamos cerrado entre los dos. Era como si uno la hubiera cerrado por dentro y otro por fuera, la teníamos que abrir los dos al mismo tiempo o permanecería cerrada para siempre, y la abrimos entonces.
— Pues no sabe usted la alegría que me da. Habré perdido un cliente pero espero haber ganado un amigo
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