bailando
Victorio se resguardó como pudo pero, no obstante, se empapó bien de ver como Fermín, el guardia civil. La llevaba cogida de la cintura con una mano y con la otra mano entrelazada, daban grandes saltos bailando al son del pandero que tocaba Rodrigo. Macedonia reía, es posible que hubiera tomado una copita de más, o era el calor lo que le encendía las mejillas, pero a Victorio no le gustaron las miradas que ambos se cruzaban, así que tomó a Macedonia del brazo y la llevó a la mesa de los novios, la sentó y ordenó que siguiera la música y se repartiera más vino y más comida, pero aquello había cortado la boda y, lo mismo que cuando se corta la leche ya no tiene remedio, aquello tampoco lo tenía ya y todos sabía que el tío Victorio Tempraneras no dejaba aquello así, lo que no sabía nadie era como podía terminar.
Por más que Rodrigo intentó levantar la boda con canciones de Nochebuena o Carnaval, ya aquello estaba herido de muerte, la gente empezaba a irse con cualquier excusa e incluso sin ella y Macedonia y Victorio pronto se vieron solos en la mesa de los novios y el alcalde y el médico, que habían seguido conversando con él, más que nada para distraerlo, sólo pudieron oírle entre dientes al tiempo de marcharse "Ese hijo de puta me las paga".
Los hijos de Victorio estudiaban en Madrid y allí se dirigieron durante el viaje de novios. Ellos no sabían que se había vuelto a casar el padre, éste no consideró necesario decírselo y, sin más, se presentaron en la residencia de estudiantes. Andrés, el hijo mayor, quería mucho a su madre y sentido mucho su muerte. El pequeño, Justo, era más despegado y le daba todo un poco igual, o al menos eso parecía.
-Andrés, Justo, me casé con la Macedonia.
-¿Y qué?- Contestó Justo por contestar algo.
-Pues eso, que me casé y quiero que lo sepáis ahora ya que no os llamé para el casorio.
-Hiciste bien no llamándonos.-respondió Andrés con los puños apretados, la cara crispada y los ojos a punto de llorar.- Hubiera sido una vergüenza asistir a la boda de nuestro padre cuando todavía no está asentada la sepultura de mi madre. ¿Te ha faltado tiempo para meter a ésta en la cama, no? pues que te aproveche y que no pase nada, Tempraneras.
-Andrés... eres un hombre y como a un hombre te hablo, pero ten cuidado con lo que dices, que lo mismo te pego como hombre si hace falta.
-Padre.- Medió Justo tratando de suavizar la situación.- estamos todos un poco nerviosos, la sorpresa ha sido grande y nos tenemos que acostumbrar a la idea. Tú, Andrés, tranquilízate. Papá se ha quedado muy solo y nosotros estamos aquí, tenemos nuestra vida y nuestras cosas y él esta allí. Creo que ha hecho bien casándose con Macedonia, es una buena muchacha y lo cuidará bien.
-Nos tenemos que ir. Vamos Justo que llegamos tarde.
Ambos salieron de la habitación dando un portazo y se quedaron Victorio y Macedonia, solos los dos y mirándose a los ojos. Macedonia sabía que le esperaban muchas afrentas así, pero estaba preparada, sabía que al final la paciencia tenía su recompensa y los mismos que ahora la despreciaban luego vendrían a ponerse a bien con ella. Todo era cuestión de tiempo y de eso ella tenía mucho por delante.
Victorio sufría la lucha interior de la soberbia y el reconocimiento de sus propias reacciones en la forma de actuar de su hijo. Andrés se parecía más a él y Justo a la madre, todo prudencia, todo capacidad y comprensión, pero Andrés era como él y eso le daba un punto de orgullo dentro de la contrariedad por el mal trato recibido de su hijo. No se podía esperar menos de un auténtico Tempraneras. El otro, de la manta de abajo, salía a la familia de la madre, los Morones, descendientes de un indiano que llegó de Morón, Cuba, que amasó una fortuna con la esclavitud y luego se asentó en pueblo y creían ser los reyes de España. Esto último lo sabía muy poca gente, pero Victorio se lo soltó un día al suegro, antes de morir, en el Casino de la Unión, delante de todos.
Victorio se había dado cuenta de que el suegro escupía cuando él pasaba y se marchaba enseguida cuando coincidían en algún sitio y ese día lo cogió con la leche agria y se paró junto a él, lo hizo levantar de la silla cogiéndolo de las solapas y le gritó:
-Morón, me estás tocando los cojones con tantos escupitajos y tantas espantás. ¿Quién coño te crees que eres? Yo sé quién eres, lo sé mejor que muchos de estos que te babosean y te pelotean, eres un buitre carroñero, tu dinero está asentado sobre muchas penas y mucho dolor, sobre la vida de muchos negros que el primer Morón compró y judiqueó con ellos y tu ahora te crees mejor que yo, mejor que todos nosotros y no eres más que una rata asquerosa. Se me olvidaba, a ver si te corriges la incontinencia de salivas o no podrás escupir más. Sin dientes no se puede escupir, se escapa el aire entre las mellas.
Victorio soltó al suegro y éste cayó como un fardo sobre la silla. Salió del Casino y tardó un rato en oírse el menor murmullo entre los que habían presenciado la escena. el suegro se levantó cuando pudo y se marchó a casa todo temblón. Poco después murió y algunos de cían que era del miedo que había pasado o de la vergüenza de haber sido puesto en evidencia.
Septiembre trajo el fresco de las mañanas y las noches y mediado el mes, empezaron a llegar los de los puestos de turrón y fueron llenando la plaza de palos y banderitas. El paseo se dividió en dos por obra de un vallado de tablas y arreglaron las bombillas del quiosco de la música. En el ensanche estaban montando un circo y las cunitas se encaramaban ya a la fachada de la iglesia. La programación del cine se anunciaba especial, especial de feria, como todas las ferias, vamos, una del oeste, otra de Manolo Escobar y posiblemente una de un torero o de destape y con todo esto el pueblo iba entrando en otro ritmo de vida, el ritmo de la feria.
Victorio Tempraneras pasea por la plaza con sus dos mujeres, una a cada brazo, su mujer y su hija. Se diría que va orgulloso de la compaña, dos jóvenes y hermosas mujeres y ambas le pertenecen. Macedonia se ha puesto el vestido nuevo y una flor en el pelo, parece mayor de lo que es, pero le sienta bien esa seriedad de ropa oscura y pelo recogido. De vez en cuando se abanica y habla algo, en tono de confidencias con la hija de Victorio; ésta no va tan arreglada, pero a sus años tampoco le hace falta, tiene el color y la tersura de la juventud bien alimentada y al resguardo de soles y fríos.
Algunos los saludan al cruzarse con ellos y entre éstos pasa Fermín, que saluda al grupo con una sonrisa simpática. Victorio aprieta el brazo de Macedonia y le recrimina que conteste al saludo, ella baja la cabeza y sigue andando ante la mirada implorante de Cecilia, que por nada del mundo quisiera que su padre descubriera todavía que Fermín la está cortejando y a ella no le desagrada el muchacho. Pero lo que no adivina nadie es que los celos de Victorio por su mujer y el guardia civil van en aumento, aún no ha olvidado el día que los vio bailar juntos en la boda y ahora estos saludos en la plaza, delante de todos. En algunas cosas no podrá competir con el guardia, pero a las malas seguro que no le gana. Sea como sea, tendrá que vigilar más de cerca a su mujer, ese guardia no le gusta nada, los demás tampoco, pero ese menos que los demás.
Sentados los tres en un bar de la plaza, Macedonia no podía evitar que los pies se le movieran al ritmo del pasodoble o la rumba que tocaba el conjunto en el baile y Cecilia veía cómo pasaban sus amigos divirtiéndose, riendo, disfrutando de la feria y de la vida. Victorio, como un patriarca, parece controlarlo todo desde su silla, lo mira todo y a todos y parece estar contento de que todo esté dentro de un orden, del orden que él desearía para el mundo.
Las mañanas siguieron refrescando y el sol cada día tardaba más en despuntar. El otoño se adueñaban de todo y una melancolía gris y polvorienta invadía el aire de la tarde. El pueblo se había quedado ya solo con los que eran perennes, los veraneantes se habían ido ya dejando casas y casi calles vacías.
Una mañana, Victorio tomaba su té viendo cómo las nubes corrían del agua, grises, preñadas del líquido que tanta falta estaba haciendo ya en el campo cuando un tañido de la campana de la iglesia llenó el aire nuevo de conjeturas. No es la hora. Hay que esperar. No tardaron en obtener una respuesta, otro tañido confirmó las sospechas, eran a muerto, ahora había que contarlas para saber si eran a muerto o a muerta y estas eran doce, de muerto, pero ¿de quién?
Feliciana entró con la leche, venía nerviosa y no reparó en que estaba allí Victorio.
-¿Quién ha muerto Feliciana?
-El tío Mo...-Feliciana había descubierto a Victorio y enmudeció.
-¿Quién se ha muerto mujer, dilo de una vez?- Preguntó Victorio impaciente.
-El boticario, hijo, el boticario.- Feliciana cogió su dinero del mostrador y se marchó más aprisa que de costumbre.
-Ya cayó el tío Morón. Uno menos.
Victorio pagó el té y se marchó a casa. Iba a hacer algo con lo que había soñado muchas veces, algo que había imaginado en muchas ocasiones y ahora se hacía realidad: se prepararía para ir al entierro de su peor enemigo, algo que no se perdería por nada del mundo.
Macedonia estaba preparando la comida del día cuando llego Victorio y la hizo sacar el traje de las grandes ocasiones, el de frisa negra. Puso agua a calentar para lavarse y afeitarse y sacó una camisa blanca del arca y los botines acharolados. La mujer seguía extrañada toda esa ceremonia sin atreverse a decir nada sin preguntar nada, simplemente obedecía o se quedaba quieta en un rincón.
Victorio se afeitó y se lavó de medio cuerpo para arriba, se puso la camisa nueva y se cambió los pantalones, después se puso los botines que tuvo que abrochar Macedonia y por último se peinó y se puso la mascota verde billar, la chaqueta se la puso sobre los hombros ya que hacía calor para llevarla puesta. Cuando terminó se quedó mirando a Macedonia y le dijo:
-Arréglate que te vienes.
-¿A dónde?
-Conmigo. Vamos que es tarde.
Macedonia se puso el traje que había estrenado en la feria y por consejo de Victorio, cogió un velo y se lo puso sobre la cabeza. Ella se cogió del brazo del marido y parecían no caber los dos por la calle, Victorio saludando eufórico a todo el mundo y Macedonia sin saber aún qué pasaba ni a dónde iba.
Ante la puerta de la iglesia se pararon y él esperó a que todos los estuvieran mirando. Por si alguien no se había dado cuenta, carraspeó varias veces fuertemente hasta que todos volvieron la cara hacia la puerta, entonces se ajustó los pantalones y se puso bien la americana y, como si fuera haciendo el paseillo, se adentró en la iglesia pasillo adelante hasta llegar a los bancos reservados a la familia.
La iglesia hervía con el murmullo de las gentes comentando la osadía, según unos, el poco respeto según otros e incluso alguno le veía su parte cómica al asunto y se reía entre dientes. el cura, nervioso, no sabía cómo atajar ese desmadre y se dirigió a Victorio pensando que así lo intimidaría y lo obligaría a sentarse o marcharse de la iglesia.
-Victorio, me alegro de verte por aquí, no es fácil verte aparecer por la casa de Dios, lástima que sea en estas circunstancias.
Victorio estaba dándole el pésame a la mujer del boticario, su antigua suegra y muy cerca del oído le dio un beso y le dijo:
-Señora Engracia, su marido era un hijo de puta, pero usted es una santa. Que Dios le haya perdonado y a usted le ayude a sobrellevar la soledad.
La señora Engracia le apretó las manos y siguió llorando mansamente y en silencio y sabía que Victorio tenía razón, ella había sido otra mártir y ahora le esperaba acabar el camino sola, rodeada de los recuerdos de las buenas épocas, de su infancia y adolescencia y los fantasmas de las malas rachas del pasado, de tanta soledad y olvido en un matrimonio de conveniencias en el que, desde el primer día sabía que estaba de más, sólo servía para cubrir las apariencias sociales, ponerse debajo en la cama y parir hijos que siguieran la dinastía de los Morones. Victorio contestó al cura una vez que hubo terminado con la viuda.
-Pues le quedan pocas circunstancias de estas, ya vamos quedando pocos de mis años que enterrar. De todas formas, si tiene interés en verme, vaya a mi casa, también le puedo poner chocolate y la copita de anís que le ponía el Morón y si es por las limosnas, yo también se las puedo dar, pero le veo entrar poco en las casas de los pobres. ¿Qué Le pasa, no le ponen chocolate o teme coger piojos? pues los pobres también le necesitan, señor cura.
Victorio cogió a Macedonia del brazo y salieron de la iglesia entre un silencio denso y sobrecogido. Se dirigieron a casa y el sacó un botella de la bodega y la descorchó, la olió y se puso un poco de vino en una copa, lo cató y lo saboreó haciendo restallar la lengua de gusto. Macedonia se sentó con otra copa delante de Victorio y le preguntó:
-¿Por qué has hecho eso?
-Lo tenía prometido y además, ¿a ti que te importa?
-¿Que te pasa con el tío Morón?- Preguntó Macedonia sabiendo que se jugaba una contestación a modo por parte de su marido.
-¿Quieres saberlo? pues te lo contaré. Nunca lo he hecho con nadie, pero si quieres saberlo te lo contaré. Siéntate.
Victorio llenó dos vasos de vino, dio un trago largo al suyo y se limpió la boca con la manga de la camisa.
-Fue en los primeros días de la guerra, yo era de la FAI, de la CNT, tu no sabes qué era eso. Entonces se empezó a escuchar que las columnas de los nacionales avanzaban hacia aquí y que venían a hacer tabla rasa con todos los rojos que encontraran y qué sé cuantas barbaridades más. Temiendo que escasearan los alimentos, fui a Cumbres a por unos jamones o lo que encontrara para ir pasando hasta ver como quedaba todo esto. Si te has fijado alguna vez, en la fachada de los Mártires, cuando llueve, se trasluce un dibujo de una horca con unos jamones colgando. Eso lo pusieron delante de la casa de mi madre, para recordarle constantemente lo que habían hecho con su hijo y matarla de sufrimientos, que al año murió de pena la desgraciada.
A los pocos días llegó la columna y me denunció el tío Morón, no por los jamones, sino por rojo y anarquista y dijo que yo era el jefe de una célula con base en el pueblo encargada de hacer atentados y cosas así, y de pasó se vengó de lo que le hicimos a la hija. Me encarcelaron y me hicieron un consejo de guerra del que salí condenado a muerte, pero en esos días los nacionales tenían las cosas feas en el frente de Madrid y decidieron mandarme allí, a que me mataran y estuve en Majadahonda y Las Rozas y no se cuantos sitios más y, como puedes ver, no me mataron y, no sólo eso, sino que cuando acabó la guerra me casé con la hija del Morón, con la que habíamos pelado y paseado y eso fue lo que peor le pudo sentar al padre. Ya está todo de más, ya está arriba o abajo. Quién sabe dónde estará ese cabrón.
La botella de vino estaba vacía y Victorio se estaba quedando dormido encima de la mesa. Macedonia fue por una toca y se la puso por los hombros dejándolo que descansara un rato.
Llegó el invierno y sumió al pueblo en el letargo de la niebla y las heladas, fue el más frío de los últimos años y dicen, los que lo vieron, que el chorro del pilar llegó a helarse.
Arturo, como siempre, hiciera calor o nevara, al amanecer estaba preparando el café de los que salían al campo y el té de Victorio Tempraneras. Dentro del bar, con la puerta cerrada, se disfrutaba una atmósfera cálida con el aroma del café y el olor dulzón de los licores. Las mesas del salón tenían un aspecto de lo más impúdico con las enaguas recogidas y las patas al aire, había que ventilar y preparar los braseros para el día, que se anunciaba de tanto o más frío que el anterior.
Victorio llegó frotándose las manos, embutido en un capote y tocado con la mascota de las cacerías.
-A la paz de Dios.
-¿Cómo va la cosa?
-A pegar unos tiros que vamos.- Victorio hablaba en plural a pesar de ir solo.
-Pues el día va estar duro de pelar.
-Mejor, los conejos tienen hambre y saldrán a comer y entonces ¡pam! ¡pam!.- Simuló disparar echándose la escopeta enfundada a la acara.-Si se dan bien te traeré una liebre.
-Bueno hombre, a lo dicho, que haya suerte.
Victorio tomó el paseo de abajo y se dirigió por la calle del Pozo hasta la salida del pueblo. El viento silbaba en la esquina de la torre y tempraneras dejaba tras de si un rastro de vaho y humo del cigarro.El sol debía haber salido ya, pero era tal la espesura de las nubes que sólo se vislumbraba una especie de fulgor fosforescente donde debía estar alumbrando el astro rey. El viento venía del agua y el olor del aire anunciaba la tormenta inminente, los pájaros que aún no se habían resguardado volaban a esconderse donde mejor pudieran aguantar la que se venía encima y el cielo se abrió en una grieta blanca, azulada y luminosa. Los montes retumbaron bajo el fragor del trueno y una lluvia de aguanieve empezó a caer, mansamente al principio para ir ganando intensidad poco a poco y terminar en una tromba de nieve y agua helada.
CONTINUARA
No se quien es oriundo pero te animo a seguir escribiendo.
ResponderEliminarF.J.
Oriundo a medida que me voy introduciendo en tu historia, siento impaciencia por el proximo capitulo, no lo dejes.
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