ni nadie trató de averiguarlo, pero su madre, pasado mucho tiempo, le contó que esa noche habían ido a buscarlo dos hombres para hablar con él y yo no volvió a verlo nunca más vivo. Nuca le dijo su madre el nombre de aquellos hombres y ahora se lo agradecía.
Su madre murió durante la guerra, de los sufrimientos. Todavía la recordaba mirando por la ventana de la cárcel cuando dijeron que lo iban a fusilar, todas las mañanas iba a llevarle comida o un poco de leche y se quedaba allí mirando un rato, llorando en silencio, agarrada a los barrotes de la ventana. Poco después murió. Un día se quejó del pecho, decía que le dolía el brazo y cuando estaba sacando agua del pozo, se llevó la mano al corazón y así se quedó.
La tía Eudosia parecía una figurita del nacimiento tirando de la burrita en la entrada del pueblo. El sol había avanzado en el cielo y empezaba a calentar el día. Victorio volvió a beber y se encaminó de vuelta al pueblo, los recuerdos le habían revuelto el cuerpo y le habían dejado mal sabor de boca. No era muy dado él a hacer balances, pero ahora lo estaba haciendo y no le gustaba el saldo resultante: se sentía solo, víctima de su propia fama y de sus propias aventuras. Se sentía viejo y añoraba una vejez apacible rodeado de los suyos, y por el contrario se veía solo, sus hijos no estaban junto a él, se había casado con quién podía ser su nieta y ahora esperaba un hijo que no sabía si vería crecer. Tenía una hija, pero las mujeres ya se sabe, sólo son para la casa y poco más y además le estaba amargando con ese guardia civil, que no se le escapaba a él aunque diera esa impresión.
personalmente no tenía nada contra Fermín, de hecho apenas le conocía y, salvo cuando el accidente de caza, habían cruzado cuatro palabras por casualidad, pero era guardia y eso no lo tragaba él tan fácilmente. Después de la guerra pasaron muchos años en durante los cuáles se sintió vigilado y controlado por los civiles, y sabía que periódicamente pedían informes de él, de sus actividades, de sus aficiones y su forma de pensar a loa más allegados y todo eso no había hecho más que ayudar a crear ese carácter de fiera acosada y siempre a la defensiva, al mismo tiempo que lo había hecho solitario y desconfiado, silencioso y precavido, enigmático.
Victorio soltó la pelliza y cambió los pantalones de frisa por los de pana, el cuarenta de Mayo había llegado y además, hacía calor, así que había que estar más fresco. El patio de Arturo era una explosión de colores y aromas, frente a la puerta de la entrada a aquel, estaba la que daba acceso a una antigua cuadra, que aunque hacía años no se usa como tal, se seguía llamando de la misma manera. Sobre la puerta de la cuadra, una buganvilla color fucsia formaba un arco frondoso y florido. a lo largo de la pared del patio, en pequeños arriates, se alternaban arbolitos y arbustos y las parras que se entrelazaban sobre el patio creando una sombra verde y refrescante y ofreciendo, cuando era el tiempo, sus racimos de gorda y rojiza uva. Entre los arriates macetas de aspidistras y begonias daban el toque de verde oscuro y el rosa suave de las flores. La pared de la derecha estaba casi ocupada por un pitosporo y un enorme jazmín amarillo y por el suelo, más aspidistras y algunas clivias de alargadas y elegantes hojas. Después del rincón, feudo de la tortuga vieja y rugosa, la puerta del retrete recordaba que no todo eran flores en la tierra, pero una enorme lantana cuajada de ramilletes tricolores compensaba con su belleza.
A la izquierda de la puerta del patio estaba el escenario donde antaño se subían las orquestinas a tocar en los bailes y ahora estaba ocupado por una fila de macetas de geranios que ponían el contraste multicolor de sus flores sobre el blanco de las innumerables capas de cal que cada temporada la familia de Arturo iba acumulando sobre la pared. entre las macetas de geranios, los gatos se estiraban mirando el tejado donde los pajarillos hacían de las suyas.
Victorio se tomaba el té mirando todo este pequeño universo de colores y sensaciones y parecía que lo estaba descubriendo, que lo veía por primera vez, aunque no podía evitar el pensamiento fugaz y pesimista de que tal vez fuera la última que lo hacía. Debía ser cosa de la primavera, pero llevaba unos días pensando con frecuencia en la muerte, pero no en la muerte de antes, la del sufrimiento y el terror en la guerra o la de la angustia al dejar mucho por hacer aquí, no, ahora era una muerte serena que lo cogía dormido y se lo llevaba sin más, sin sufrimientos ni agonías a donde debían estar todos los suyos, al cielo o al infierno o donde quiera que estuvieran, con su mujer, a la que tal vez nunca entendió ni supo hacer feliz, con su madre que murió de pena. Con su padre, al que tanto había odiado y, por qué no, con su suegro, el Morón, a ver si aún seguía escupiendo al verle o se marchaba cuando lo viera llegar. A veces llegaba a la conclusión de que en la balanza de la vida, le pesaba más el pasado que lo que estuviera por venir y eso lo entristecía más aún, lo hacía sentirse más viejo y más solo todavía.
El embarazo de Macedonia seguía adelante y le estaba sentando muy bien, estaba más rellenita y más guapa y ahora, con los calores, empezaban a vérseles unos brazos robustos y torneados, fuertes y jóvenes. Las piernas, aunque por las tardes se el hinchaban un poco y le habían salido algunas varices, también se le habían redondeado en estos meses. El pelo, oscuro y largo, lo llevaba recogido en una coleta suelta y le caía por al espalda, como si fuera agua por una pared de pizarra, sinuoso y suave. Victorio no era ajeno a estos cambios, sino que más bien estaban despertando en él unas ganas de vivir y recuperar tantos años perdidos en sequías amorosas.
La hora de la siesta era la peor por el calor. Macedonia ponía toda la casa oscura y fresca, echaba la cortina del corral y ponía los platos con el líquido para las moscas. Pasaba un agua fresca por el suelo y después se acostaba a descansar las piernas un rato. Victorio se echaba a su lado y la miraba sobre la ropa blanca y fresca de la cama, veía como los rayos de luz que se colaban por las rendijas de la ventana, oblicuos y habitados por inquietas partículas de polvo, recorrían su cuerpo bañándola en una luz dorada y cálida. A veces le ponía la mano sobre el vientre y sentía el rebullir de ese nuevo hijo que esperaban, se imaginaba cómo sería, qué pensaría, que estaría viendo o haciendo allí dentro.
Victorio entraba lentamente en un estado de sopor que lo conducía directamente al sueño de la siesta y cuando despertaba de éste, Macedonia nunca estaba en la cama. Se quedaba en un estado de duermevela en el que los sueños y los recuerdos adquirían una gran calidad y le gustaba recrearse en ellos, se veía a si mismo cuando era pequeño, correteando por las calles de un extraño pueblo, o jugando a cosas olvidadas por los chicos de hoy, o cogiendo mariposas en el huerto de sus padres, donde las flores alternaban con las hortalizas y la blanca mariposa de la col ponía el copo de nieve en la radiante mañana de primavera. El perseguía mariposas o gatos o perros hasta que el ruido de la calle se sobreponía a sus sueños y era devuelto al mundo real.
Un día, empezó a sentir una curiosidad que rápidamente se vio salpicada del tinte amarillo de los celos: ¿Dónde va Macedonia a medio día, cuando el se duerme en la siesta? Tenía que averiguarlo cuanto antes, esa era una hora muy propicia para citas indiscretas arropadas por la falta de testigos al calor del mediodía. TENÍA que permanecer despierto para vigilarla y saber lo que hacía, pero al merodear por la casa a esas horas hizo un descubrimiento de la máxima importancia: Sintió unos pasos sordos por la calle, estos se pararon ante su puerta. Quien quiera que fuese debía ser esperado ya que no llamó. entró y fue muy bien recibido, demasiado bien, por una mujer y él era Fermín, en su casa y con una mujer, con una de sus mujeres. Victorio quedó paralizado, el primer pensamiento que le cruzó la cabeza fue coger la escopeta, cargarla y descerrajar dos tiros a los dos, sin mirar quienes eran ni lo que hacían, le bastaba saber que era Fermín y estaba en su casa y ella podía ser...bueno, mejor no pensarlo siquiera. En ese caso los dos tiros eran demasiado rápidos y limpios para acabar con ellos, había otras formas más dolorosas y largas.
Victorio volvió a la cama y se tendió boca arriba, las sienes le palpitaban fuertemente y sentía un calor que lo ahogaba. Decidió tranquilizarse y planear una venganza más a modo, primero caería él y luego disfrutaría viendo sufrir a ella, la haría consumirse y maldecir el día que nació. No sabían con quién se la estaban jugando.
También podía ser su hija la que estuviera con Fermín y en ese caso no era igual, pero no por eso le gustaba la idea. Cecilia también era suya y no le parecía ni medio bien que ese niñato viniera a llevársela o a burlarse o a aprovecharse. No estaba dispuesto a consentirlo.
Durante unos días no salió de casa y cuando lo hizo no se alejó demasiado con la sólo idea de presentarse de improviso, en cualquier momento y pillarlo ingfraganti, para que no tuvieran excusas. también trató de seguirle los pasos a Fermín y vio que su ruta era de lo más normal para un guardia civil, pero él lo había visto en su casa a la hora de la siesta y de hoy no pasaba que se aclarara ese punto.
Se acostó después de comer y esperó que Macedonia hiciera lo mismo después de cerrarlo todo y dejar la casa en penumbras. Se hizo el dormido y simuló roncar, entonces ella se levantó y salió de la habitación con mucho cuidado. El la siguió con sigilo y se extrañó al ver que se encaminaba al doblado. esperó un poco antes de seguirla y luego fue tras ella. Subió las escaleras del doblado con sumo cuidado, tratando de no hacer ruido que lo delatara y cuando llegó arriba quedó deslumbrado ante la visión.
Macedonia estaba desnuda, tenía los pies metidos en un baño de cinc y se lavaba con el agua tibia calentada por el calor del sol en el doblado. Tenía el pelo suelto, caído por un lado de la cara y los rayos de sol que se colaban por los portillos del doblado parecían incendiársele de caobas y dorados y el perfil de su cuerpo mojado brillaba a contraluz. El vientre abultado era acariciado con la manopla húmeda y el agua le caía suavemente por el monte de venus hasta resbalar por las piernas y caer al baño de nuevo.
El hacía mucho que no veía a una mujer desnuda, desde la mili en África, por lo menos, que entraron unos cuantos en una jaima a ver a una mora bailar desnuda y, desde luego, como Macedonia a ninguna. Se quedó quieto y, aunque el cuerpo reaccionó ante la visión de aquella mujer joven desnuda, no fue capa de moverse, aquello le parecía una visión de esas que dicen tener algunos, se pellizcó incluso y comprobó que estaba despierto, que la visión era real y ella seguía lavándose, refrescándose con la manopla y el agua tibia corriéndole por todo el cuerpo. Después se sentó en un cajón y cruzando las piernas se lavó los pies, el agua le caía del cuerpo y, contra los rayos del sol, las gotas brillaban. Cuando hubo acabado, se secó el pelo y se pasó una toalla por el cuerpo muy suavemente, como para terminar de secarse al aire. Se peinó y se recogió el pelo en un moño alto, se puso una bata de tela fina y bajó con mucho cuidado, par ano hacer ruido.
Victorio, mientras, había corrido a la cama y se había acostado de nuevo, ahora tenía que averiguar si era eso lo que hacía todos los días o algunos cambiaba la costumbre y se veía con Fermín.
Dos moscas habían eludido la tentación del plato con el líquido venenoso y se habían colado en la habitación. Victorio las miraba como volaban siguiéndose una a la otra haciendo mil piruetas y filigranas en el aire caliente de la alcoba en la siesta, lo mismo se posaban en el cuadro de las Animas de la cabecera que en la lámpara de cuentas de vidrio que colgaba del techo y algunas veces, incluso osaban posarse en la húmeda frente de Victorio que perezosamente las ahuyentaba de un manotazo.
En la calle empezaba a haber ruido, la vida volvía al pueblo y había que levantarse. Don Urbano los había citado para reconocer a Macedonia esa tarde y no querían hacerse esperar, Cecilia los acompañaría y así entraría con ella en la consulta. Salieron los tres y se encaminaron a la casa del médico. Por las calles, las sombras empezaban a ser oblicuas y frescas y la campana de la torre dio las seis de la tarde.
Victorio llamó con los nudillos a la puerta de don Urbano y no tardaron en escuchar unos pasos sigilosos y rápidos. era Angélica, la criada de la casa la que quitó la aldaba y murmurando algo entre dientes, les dijo que esperaran allí, antes de la primera cancela. La casa del médico se abría tras la puerta de la calle y parecía trasponer a otro mundo, un mundo más antiguo, de azulejos moriscos y columnas griegas, de techos ojivales pintados con flores y faunas mitológicas, un mundo que parecía estar al margen del tiempo y de las cosas que ocurrían tras la puerta. Olía allí de una forma especial, era un olor frío y antiguo, olía a pasado, a vidas transcurridas con dichas y penas, como las de cualquiera, pero aquellas habían dejado allí su impronta.
Don Urbano apareció por la puerta de su despacho, a la derecha de la puerta de la calle e hizo pasar a Macedonia y Cecilia. A Victorio lo acompañó y le rogó que aguardara allí al frescor del limonero. Camino del patio pasaron ante un enorme buitre disecado que causó admiración a Victorio y, ya en el patio, junto a la fuente de cerámica de chorrito juguetón y presumido, se extasió ante la grandiosa visión de la Peña y el Fuerte de San Felipe. Siempre los había visto, pero nunca como ahora, que parecían estar allí para él sólo, para que él solo los viera. Se sentó en un banco con azulejos en los que figuraban escenas de Quijote y se entretuvo mirando un enjambre de avispas que merodeaba por el tejado.
El médico reconoció a la embarazada, la pesó y la midió, le recomendó una dieta y al final le dijo que todo iba muy bien, que siguiera así y todo saldría como tenía que ser, Para final de Septiembre nacería la criatura y hasta ahora todo iba dentro de lo normal. pero había algo que se salía de lo normal, de lo aceptado como normal dentro de las parejas establecidas. de momento era sólo una duda, una terrible sospecha. Nadie lo sabía pero Cecilia lo sentía dentro de si, estaba embarazada de Fermín y sabía que de conocerse aquello le podía cortar la vida a alguien y estaba dispuesta a que fuera la suya la que pagara si con eso se resolvía el problema.
Tenía que hablar con Macedonia, sabía que en ella podía confiar y necesitaba hablar con alguien. A Fermín no le quería decir nada, de momento, hasta no estar bien segura y no quería que su padre lo supiera, aunque más tarde o más temprano no lo podría ocultar y entonces no quería ni pensar lo que ocurriría. También podía pasar que Fermín no quisiera saber nada de casamiento y entonces tendría que oírse del pueblo y buscarse la vida. tal ves sus hermanos en Madrid la ayudaran. De momento no tenía que saberlo nadie hasta no estar muy segura de ello y después ya irían saliendo las cosas.
El verano apretaba y el pueblo se iba llenando poco a poco de veraneantes que lo iban poblando de ruidos y coches grandes. Victorio salía temprano, como siempre, y se recogía antes de que el sol empezara a derretir la cal de las paredes.
Un día recibió una visita inesperada, estaba sentado en la mecedora, en la puerta del corral, con la mirad perdida en los montes brumosos al calor del casi mediodía.
-Papá, Fermín quiere hablar contigo.- Era Cecilia muy nerviosa.
-¿Quién?
-Fermín
-¿Y qué tiene ése que hablar conmigo?
-Tengo que hablar...-Fermín había entrado y se había colocado tras la mecedora.
-Conmigo nada, así que traspón la puerta y vete por donde has venido.-Cortó Victorio.
-Pero...
-Pero ¿qué? esta es mi casa y aquí entra quien yo quiero y habla quien yo quiero ¿te enteras? pues venga, que para luego es tarde.
Cecilia se había quitado de en medio y en esos momentos hubiera dado cualquier cosa por desaparecer para siempre, incluso cruzó por su mente la idea del pozo. No sería la primera ni la última que lo hiciera, y posiblemente fuera la única salida que le quedara. Fermín salió dando un portazo y durante unos día sano se le vio por el pueblo. Victorio siguió mirando a los montes de la lejanía y dio una cabezada en la mecedora antes de almorzar.
Como era costumbre en él, se quedó rumiando lo que había sucedido, se sentía satisfecho por haber tratado así a un guardia civil, no se merecía menos, peor tal vez hubiera debido dejarlo hablar, a ver que tenía que decir. El sabía que estaba tonteando con Cecilia y más de una vez había pensado también que le estuviera tirando los tejos a su mujer, pero sólo le faltaba tenerlo en casa, ponerle la presa fácil, la alcance de la mano y que se la pegara delante de sus narices. No estaba dispuesto a eso. Lo sentía un poco por su hija, que tal no tuviera muchas oportunidades más, pero era joven todavía, no tenía prisa ninguna.
Pasaban los días y el vientre de Macedonia se abultaba considerablemente, muchas mujeres le preguntaban para cuando y ella contaba los días que le quedaban para el parto. Tenía miedo y no le gustaría parir en el pueblo, pero estaba segura que Victorio no aceptaría otra cosa. No obstante, había otro vientre que también empezaba a abultarse y por más esfuerzos que hacían cada vez era más difícil disimularlo, era el de Cecilia, que en las últimas semanas había perdido unos cuantos kilos y estaba pálida y ojerosa, apenas comía entre las fatigas propias de los primeros meses y el miedo que tenía a que su padre se enterara. Algunas vecinas, que debían intuir lo que ocurría, le preguntaban, no sin cierta malicia, cómo se encontraba y ella, rehuyendo la miradas, decía que bien, que un poco resfriada y sin apetito, nada más.El verano se dejó caer con todo el peso del calor al mediodía, afortunadamente, las noches y las mañanas eran algo más frescas, pero el resto del día el pueblo caía aplastado por un calor de plomo bajo el que casi costaba trabajo
Hola oriundo te vuelvo a escrivir porque estoy buscando los relatos de trampera he leido hasta el capitulo v pero ya no encuentro mas.Ya te escrivi antes dijendo que tus relatos gustan mucho pero el de trampera detras del v ya no hay nada.he leido la historia de Encinasola en via muerta todo lo que escribes me gustaria saber mas de trampera. un saludo SABINO
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