12/02/2006

LA HISTORIA DE ENCINASOLA NOVELADA autor(Oriundo)

IV
La Bética ya estaba pacificada y, más o menos, podíamos vivir tranquilos, las costumbres romanas se imponían, sus dioses tomaban posesión de nuestros altares y su lengua tomaba carta de naturaleza. Los cochinos se criaban muy bien y ya, abandonadas las minas, Marco también se dedicó a las labores de las matanzas y las salazones de las carnes de los puercos, para lo que nuestro clima, seco y frío, resultaba de lo más beneficioso. Por estos tiempos, las rutas romanas habían empequeñecido el mundo conocido y no dejaban de abrir caminos al que quedaba por conocer, que cada vez era menos; así, nos llegaban salazones de pescados de Onuba y vinos de la campiña para comerciar con nuestras chacinas y quesos curados. Nuestros tejidos también eran objeto de cambio, sobre todo los de lana, que nuestras mujeres elaboraban desde el esquilo de las ovejas hasta el tejido en los telares, pasando por el cardado, el hilado y el teñido en vivos y resistentes colores. Famosas eran nuestras mantas y nuestras alforjas, así como los adornos para caballerías y bordados de todas clases.
Pero como dice el refrán, la tranquilidad del pobre dura poco: la guerra contra los lusos, lejos de acabar, arreciaba y amenazaba con implicarnos debido a la proximidad de los campos de batalla y no era difícil ver en los montes las columnas de humo de los poblados incendiados, o las polvaredas producidas por las refriegas en campo abierto.
Roma, poseedora del mejor ejército del mundo, del mejor entrenado, del primero profesional de la historia, había encontrado un obstáculo que le estaba causando grandes pérdidas y quebrantos. Su ejercito era invencible en campo abierto, donde sus tácticas implacables acababan con la resistencia del enemigo más preparado, donde sus arcos alcanzaban lo más inaccesible de la espesura y su infantería avanzaba inexorable. Si a pesar de todo el enemigo se resistía, sitiaban la ciudad y la hacían caer por hambre y sed, pero aquí se estaban encontrando con que no había un ejercito al que contraatacar, no había un enemigo al que asediar ni combatir empleando táctica alguna. Este enemigo no daba la cara en campo abierto, no se dejaba ver a la luz de día, sino que de noche salía insospechadamente de algún sitio y arrasaba los poblados, incendiaba todo lo que encontraba y pasaba a cuchillo a los sorprendidos romanos. O los esperaba emboscado en un paso entre montes y caía sobre ellos haciendo estragos entre las asustadas tropas que, presas de la superstición, llegaban a pensar en seres salidos del averno, enviados por las más maléficas deidades en castigo a sus faltas.
Un nombre empezaba a sonar por la comarca, Viriato, un antiguo pastor que había cambiado el cayado por la espada y defendía a su pueblo y su tierra del yugo del invasor romano. Como suele ocurrir, Viriato no tardó en tener el don de la ubicuidad y ser nombrado autor de hazañas sobrehumanas, pero la verdad era que, sin tener dones sobrenaturales, traía en danza al ejército romano que no tardó en reaccionar congregando gran número de tropas entre Salvatierra y Mons Auriorum.
Los cronistas de la época dirían que corrió la sangre entre ambos pueblos, y fue verdad, aunque la batalla la ganó Viriato para desesperación de los romanos. En esta batalla resultó herido Marco, y no creo que sea necesario rememorar hechos tan tristes para mí como los que condujeron a su muerte.
Los hijos de Marco habían crecido lo suficiente como para hacerse cargo de los asuntos que teníamos; la mina, cerrada como estaba daba poco trabajo, así que sólo tendrían que centrarse en el ganado y las salazones. Ellos no entendían mi necesidad de salir de allí, de cambiar de aires, de conocer más gentes y ampliar mi mundo, que sentía que se me estaba quedando pequeño dentro de todo aquel que estaba abriendo Roma, así que preparé un hatillo con cuatro cosas, las cuatro que realmente necesitaba para sobrevivir, y emprendí el camino. Ya no hacía falta ir cargado de alimentos ni ropas, bastaba con llevar unas monedas y comprar lo que fuera siendo necesario en los pueblos que encontraras por el camino.
Había que reconocer que Roma estaba haciendo grandes cosas, algunas quizás pasarían desapercibidas para muchos, pero el futuro les daría la importancia justa, como el lenguaje, gracias al cual empezábamos a entendernos todos ya fuéramos de unas tribus o de otras y procediéramos del norte o del sur, todos aprendíamos a hablar el latín, la lengua de los soldados romanos más o menos adaptada a cada región, pero siempre conservando la raíz de Roma. La moneda también era importante, ya se había establecido un patrón y también se podía pagar en casi todos lados con las mismas monedas, lo que estabilizaba el comercio y facilitaba mucho las operaciones.
Con todo, lo más importante para mí fue la proliferación de vías romanas, algo que permitía moverse de un lado a otro con gran comodidad y seguridad, ya que las estancias las jalonaban haciendo posible el hospedaje y el descanso.

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