12/30/2006

LA HISTORIA DE ENCINASOLA NOVELADA autor(Oriundo)

VI

La mancha de aceite no paró de extenderse y acabó llegando a la Bética. Los que lo hicieron se llamaban Vándalos y, bajo el mando de Walia, dieron nombre a un comportamiento que no se caracterizó precisamente por la delicadeza de sus costumbres ni el respeto por la cultura de los pueblos a los que iban llegando, pero tras los llamados bárbaros, llegaron los visigodos, de la misma procedencia que los anteriores pero algo más pulidos y expulsaron a los primeros, mientras, Roma recuperó la Lusitania aprovechando el desconcierto.
El jefe de los visigodos, Leovigildo, provocó la rebelión de su hijo, Hermenegildo, al hacerlo consorte junto con Recaredo, ambos hijos de Goswinta. Aquí empezó un lío de familia, ya que Hermengildo se casó con Ingunda, hija de Sigebuto y Brunegilde, que a su vez, era hija de Atanagildo y Goswinta. Este lío familiar me cogió por medio, ya que entonces había conocido yo a una joven visigoda que era familia lejana de Atanagildo, y después de mucho tiempo, cansado de los enredos de familia y asqueado un poco de todo, empecé a plantearme volver al pueblo.
Por si era poco, la religión entró en danza, y los visigodos, que practicaban el arrianismo, se hicieron católicos, agravando aún más la, crisis entre las familias y los poderes políticos. A todo esto, Hermenegildo había huido a Sevilla, entonces, Leovigildo compró a los Bizantinos, que era lo que había quedado de la Roma de otros tiempos; con ellos reconquistó Mérida, pero no conforme con ello, reconstruyó las murallas de Itálica y se hizo fuerte en ella, lo que provocó la huida de Hermengildo a Córdoba; durante mucho tiempo no se supo nada de él, ni estaba bien visto interesarse por su paradero o el de su familia.
Meses después, supimos que lo habían ejecutado en Tarraco y su mujer y su hijo habían huido a Oriente, donde ella murió y él desapareció.
Mientras las familias acababan de ponerse de acuerdo en unos casos, o extinguirse unas a otras en otros, otra guerra civil había empezado , la peor clase de guerra que ha inventado el hombre, esa en que pueden llegar a luchar hermano contra hermano y matarse cegados por intereses casi siempre ajenos a los dos, pero así ha sido siempre y seguirá siendo.
Pero esta vez, uno de los contendientes, Vitiza, se alió contra Rodrigo con los musulmanes, que desde el norte de África esperaban la ocasión de saltar a la península y satisfacer así sus ansias expansionistas, que esta vez venían teñidas de fanatismo religioso lleno de promesas de paraísos y guerras santas, como si pudiera haber algún tipo de guerra digna de ese apelativo.
Otra vez, un pretendiente a la corona no había dudado en aliarse con fuerzas extrañas para hacerse más fuerte y conseguir sus fines, pero esta vez pagaría caro el pacto, porque los nuevos aliados venían para quedarse, y bien que costó echarlos.
Ya dije antes que los últimos acontecimientos me habían amargado la vida y empecé a plantearme seriamente volver a mi pueblo. Habían pasado mucho tiempo y muchas cosas, posiblemente no lo reconocería, pero necesitaba estar allí y pensar en todas las cosas que habían ocurrido desde que salí camino de Itálica siglos atrás.
Mi concepción del tiempo no podía ser igual que las de los demás, y mi apreciación de los hechos y las cosas tampoco lo era, pero últimamente, habían ocurrido demasiadas cosas y demasiado rápido para mí, que acostumbrado a la velocidad de los días en otras épocas, me sentía desbordado por la sucesión de los hechos en ésta, y algo me decía que no pararían de acelerarse y debía acostumbrarme a ello.
Nunca olvidé mis días en Lacimurga, después Mons Auriorum, ni a Marco y su familia, pero ellos ya estaban muy lejos en el tiempo de los mortales, por más que en el mío pareciera que acababa de verlos por última vez. Lo cierto fue que la idea de volver al pueblo llegó a obsesionarme y no dejaba de pensar en cómo estaría todo aquello después de tanto tiempo y llegué a la conclusión de que lo mejor era comprobarlo por mí mismo.

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