2/18/2007

LA HISTORIA DE ENCINASOLA NOVELADA autor(Oriundo)

IX

Y ya estaba otra vez solo, para que pudiera cumplirse mi destino de eterno solitario y errante por la vida, que más de una vez estuve tentado de tomar el hatillo y seguir esos caminos de dios sin saber adonde ir ni parar, simplemente caminar, conocer el mundo y seguir siempre adelante; pero había algo que me lo impedía, algo extraño e incongruente, como ya he dicho, con mi condición: el apego al terruño, ese constante y latente deseo de volver al pueblo, saber de él, pisar sus calles, hablar con sus gentes... Pero de momento no podía irme de Hinojales, había muchas cosas que me retenían allí.
A Gunilda la enterramos junto a Basilia, como si con ello hubiéramos querido paliar en el otro mundo la soledad que sufrió en este; durante mucho tiempo iba todas las tardes y me sentaba al lado de la tumba, como si hablara con ella, y le contaba como estaba el ganado, las cochinas que habían parido, los corderos que habían nacido, cómo se había dado la matanza y los precios que alcanzaban los productos en el mercado y todas esas cosas que nos habían ocupado mientras estuvimos juntos. Después me quedaba en silencio hasta que el sol se ocultaba tras los montes, como si esperara alguna respuesta por parte de ella, alguna señal de que me estaba escuchando donde quiera que estuviera, pero nunca ocurrió eso, así que volvía al pueblo con la cabeza gacha, aburrido y cansado de esperar y buscar, pero el día siguiente amanecía repleto de trabajo y ocupaciones y apenas tenía tiempo de pensar en nada hasta por la tarde, que de nuevo volvía a hablar con Gunilda.
Por muy tranquilo que yo hubiera estado en todo este tiempo, por más perdido que hubiera querido estar, el mundo había seguido su curso, dando vueltas, y la vida había seguido para todos los demás, y con ella las guerras, los fracasos, las ilusiones, los triunfos y todo lo demás que conforma eso que llamamos vivencias.
Mientras yo estaba con Gunilda y mis animales, el rey Rodrigo había estado combatiendo a los vascones en el norte y, tal vez aprovechándose de ello, Tariq desembarcó por Cádiz, por si era poco, el rey fue traicionado por sus tropas, y fue vencido y muerto en la batalla del Guadalete.
La campaña de Tariq, que por cierto era liberto de Musa, fue rápida, sin preocuparse de afianzar los terrenos conquistados ni tratar de ocuparlos, sino solamente seguir adelante con la conquista, que en muchos casos encontraba el apoyo del pueblo cansado de guerras civiles y miserias, pero no solo contó a veces con el apoyo del pueblo, sino que contó con la inestimable ayuda del obispo Opas, hermano de Vitiza, rival de Rodrigo, y del señor de Ceuta, que al parecer prestó los barcos para la invasión.
En el 712 llegó Musa con más tropas y conquistó toda la Bética, tomó Sevilla y poco después Mérida. Es posible que la velocidad de la conquista se debiera en parte a que gobernaban los terrenos conquistados pactando con las gentes a las que permitían conservar sus propiedades y su religión y sobre todo, a la poca resistencia que encontraron en un pueblo cansado de luchas internas, de ser víctimas de herencias y particiones y de pagar cada vez más impuestos.
Abdelaziz, hijo de Musa, completó la conquista y se casó con la viuda de Rodrigo. Cuando supe esa noticia, no pude dejar de pensar en el interés que debe tener para una viuda casarse con el enemigo de su marido, y en muchos casos, el que lo ha matado o hecho matar. Tal vez el interés esté en el otro miembro de la pareja, que al casarse con la viuda del difunto, toma así posesión de su más preciado bien, de su más cara propiedad, sin contar con los beneficios económicos, o de otra índole, que ello le puede reportar, ya que casi siempre se dan estos casos con viudas ricas o de alta posición social.
Los invasores, una vez tranquilizados y calmadas sus ansias de conquistas, empezaron a mostrarse tal como eran, y, aparte de su extraña lengua, y sus no menos extrañas costumbres, no variaban mucho de lo que ya había conocido antes: al parecer habían venido dos clases de invasores, unos eran los beréberes, procedentes del norte de África y que venían dispuestos a quedarse en las tierras recién conquistadas y disfrutar de la dulzura del clima y la fertilidad de la tierra.
Los otros eran los árabes, que eran como más orgullosos y querían volver a sus tierras de Siria y Arabia, y por ahí empezaron a surgir tensiones y diferencias entre ellos.
Algo que me llamó la atención tanto en unos como en otros, fue lo religiosos que eran, al menos en el sentido de estar todo el día nombrando a dios, agradeciéndoselo todo a dios y achacándoselo todo a dios; parecía que su dios regía sus vidas hasta en los más insignificantes detalles y desde luego era algo que me causaba admiración, posiblemente debida a mi ya mencionada tibieza en estas cuestiones. También era verdad que mataban en nombre de dios, conquistaban en nombre de dios y oprimían en nombre de dios, pero a dios siempre lo ha puesto el vencedor de su parte, sea el que sea.
De todas formas, allá por el 713, quizás llevados por una afán de poner un poco de orden en los reinos conquistados, llevaron a cabo el reajuste, y de él citaré algunos puntos muy interesantes de la rendición de Teodomiro, que hablan de tolerancia y comprensión por parte del vencedor:
_”No serán cautivos ni separados de su mujer e hijos”
_”No serán muertos”
_”No se quemarán sus iglesias ni serán despojadas de sus objetos de culto”
_”No se les obligará a renunciar a su religión”
_”No dará asilo a siervo fugitivo ni albergará al enemigo”
_”Todo hombre libre pagará al año: 1 dinar de oro, cuatro almudes de trigo, cuatro de cebada, cuatro quist de vinagre, uno de miel y uno de aceite”.
_”A todo siervo le incumbe la mitad del pago de esas cantidades”.
En la capitulación de Mérida se puntualizaba algo más: “Se tomarán los bienes de los muertos en la toma, los de los huidos a Galicia y los de la Iglesia”.
Ya estaban cambiando las cosas, ya no era todo tolerancia y convivencia, sino que la avaricia y la codicia estaban haciendo acto de presencia, cosa por otra parte normal en una guerra, o como consecuencia de ella. No obstante, la convivencia no fue difícil por haber quedado pocas gentes en los pueblos y haber huido muchos de los esclavos aprovechando el río revuelto de la guerra, por lo tanto había tierras y trabajo para todos, ahora sólo faltaba que la tranquilidad volviera y nos dejara asentarnos de nuevo para volver a nuestras labores del campo y nuestro ganado, que ambos estaban bastante abandonados en los últimos tiempos.
Entonces se dio un fenómeno curioso: la crisis provocada por la invasión de un lado, y las nuevas ideas de los invasores dieron como fruto una vuelta a muchas de las costumbres prerromanas que, como en estado larvario, se había seguido conservando y ahora podían volver a resurgir y dar sus frutos.
Muchas minas abandonadas por los romanos fueron abiertas de nuevo y se volvió a su explotación. El campo, un tanto dejado de la mano, se cultivó de nuevo y la tierra, siempre agradecida, dio sus feraces frutos. El ganado no fue a la zaga, si bien el cerdo, por cuestiones religiosas, en algunos sitios pasó a segundo término dando el primero al ganado lanar, lo que sirvió de revulsivo a los trabajos de telares y demás textiles.
Otra orden salida en esos tiempos trataba de encajar aún más la situación: “Las tierras conquistadas por fuerza de las armas, se dejarán en manos de sus moradores, quedando estos como arrendatarios de los musulmanes e imponiéndose el quinto”. De forma que nos habíamos convertido en arrendatarios de los invasores y quedábamos obligados a pagar como impuesto la quinta parte de lo que sacáramos con nuestro trabajo.
Muchos años después, tras haber ocurrido tantas cosas, volvía a mis viejos tiempos de esclavo, más suave esta vez, pero esclavo al fin, que he llegado a pensar algunas veces que esclavo es todo aquel que trabaja para otro sin estar debidamente remunerado, lo malo es quién fija lo correcto de la remuneración, porque el amo siempre pensará que paga mucho y el que trabaja, por el contrario, que le están pagando poco, pero este es un problema que creo que tardará mucho en resolverse y será fuente de no pocas tensiones en el futuro.
Solía luchar contra ese sentimiento, pero a veces no podía evitarlo, me refiero a la melancolía, una especie de tristeza que, unida a la nostalgia me sumía en un estado depresivo que me llevaba sin remisión a refugiarme en mis abultados recuerdos, en un pasado que casi siempre era más placentero y feliz que el presente. Había pasado mucho tiempo desde la muerte de Gunilda, y no es que la hubiera olvidado, no, pero ya iba quedando relegada a esa segunda fila de los recuerdos desplazada por tantas cosas del día a día tan turbulento y cambiante que me estaba tocando vivir.
En el fondo de esa nostalgia siempre había lo mismo, el mismo paisaje, las mismas caras, los mismos momentos: los años pasados en Mons Auriorum, la familia de Marco y tantos momentos agradables con todos ellos. También la muerte de aquel se me venía a la memoria y me llenaba de dolor, pero lo malo hay que desecharlo y seguir para delante.
Sólo un pensamiento se me revelaba como solución a mis problemas: volver a Mons Auriorum. No sabía por qué, ni qué podría encontrar allí, pero sentía que debía volver, que algo me llamaba poderosamente desde allá y tenía que volver.
De Itálica salimos Gunilda y yo con lo puesto, pero ahora no ocurriría igual ya que, a pesar de los quintos y las cargas impuestas por los musulmanes, y gracias a haber trabajado mucho, tenía unos ahorros que me servirían para empezar de nuevo en Mons Auriorum.
De todas formas, antes tenía que liquidarlo todo en Hinojales, no podía irme de allí de aquella manera después de tantos años juntos y habiéndose portado tan bien conmigo como lo hicieron entonces, sin tener más que el cielo para mirar y la tierra para recorrerla, ellos nos dieron cobijo, trabajo y, sobre todo, cariño y compañía. Lo más difícil sería explicarles el por qué de mi ida a Mons Auriorum, así que me inventé unos antepasados de Gunilda y unas tierras de las que debía tomar posesión y ellos, gente sencilla y noble, se lo creyeron todo desde el primer momento.
Por si no teníamos bastantes guerras contra los musulmanes que nos invadían, entre los musulmanes de una y otra condición, reconquistando las tierras invadidas y a cuenta de intereses y herencias entre los cristianos, ahora, las ordenes militares se disputaban territorios luchando entre ellos y, la mayoría de las veces en nombre de Dios y de la Iglesia, cuando el verdadero motor eran los intereses económicos y el ansia de poder; así, las pobres gentes veían pasar unas tras otras las tormentas de conquistas y batallas que no hacían más que esquilmarlos cada vez más, arruinar los campos, diezmar a la juventud y acabar con las esperanzas de futuro de la mayoría.
No era la primera vez que lo hacía y ya debía estar acostumbrado, pero tenía que volver a cambiar de nombre y nunca me resultaba fácil hacerlo. Hacía mucho que me llamaba Idorico, pero ese nombre ya no me servía, me señalaba y me distanciaba de toda esa nueva sociedad que estaba emergiendo al hacerme aparecer como un visigodo viejo, y si lo segundo no podía ser más cierto, lo primero no podía ser más falso, porque, en el fondo, ¿qué era yo? Sinceramente nunca supe contestarme a esa pregunta, o quizás es que en el fondo no quise hacerlo por temor a encontrarme una respuesta que escapara a mis entendederas y me dejara con la desoladora convicción de que no era más que un accidente genético, o algo parecido, condenado a errar eternamente.
Estábamos viviendo tiempos de mestizaje, de beréberes y árabes, de godos e iberos, de judíos conversos, de mozárabes y renegados de todas clases, así que decidí llamarme Joseph, de esa manera pensé que podría pasar desapercibido más fácilmente entre tantas gentes de ida y vuelta.
En esos momentos me vinieron a la mente otros en parecidas circunstancias a punto de dejar Itálica, entonces, fue el joven Trajano quien acudió a mi recuerdo poblando los mejores de mi estancia allí, pero ahora, salvo los días vividos con Gunilda y a pesar de su tristeza, apenas tenía otros mejores que rememorar, y eso me preocupó, no porque estuviera perdiendo la memoria, sino porque eso significaba que en tanto tiempo no había ocurrido nada especial y eso era bueno, era síntoma de haber “sobrevivido” a todo, que no era poco en los tiempos que estábamos atravesando.
Es cierto que se pueden echar de menos grandes acontecimientos a veces, grandes alegrías, golpes de suerte y rachas de fortuna, pero con el tiempo aprendí que es mejor disfrutar de una estabilidad sin grandes altibajos, sin grandes novedades ni sorpresas, que en los tiempos que me tocaron por esa época casi siempre eran malas.

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