3/19/2007

La historia de Encinasola novelada, Autor (ORIUNDO)

XI

La vida y la historia del hombre se podrían contar hablando de sus guerras, de sus sufrimientos y penalidades, porque parece que en tiempos de paz no ocurre nada digno de mención, como si nacer, amar, sufrir y morirse no fueran cosas importantes.

Nuestras vidas, que poco a poco se iban asentando en la monotonía de la vida tranquila y placentera, siempre sujeta al clima y a las cosechas, cuando no a las enfermedades de los animales, se vieron sacudidas de nuevo por la violencia de la guerra, Portugal invadió y conquistó, entre otros sitios, Aracena y Aroche.

Si bien es verdad que las fronteras nunca estuvieron muy seguras por esta parte, esta vez empezaría algo que duraría siglos a causa de las mil y una componendas que la política y los intereses aplican a veces a los problemas, que si encima no tienen fácil solución, gracias a ellas se vuelven irresolubles.

Tampoco he creído nunca demasiado en las fronteras, sobre todo cuando las trazan los hombres sobre el papel de un mapa, sin conocer a las gentes y las tierras que están dividiendo, o juntando, al albur de los más extraños intereses. La experiencia me demuestra que las más de las veces se equivocan y esas fronteras que fijan tratando de acabar una guerra, son el germen de la siguiente.

Pero no durarían mucho los portugueses por allí, los moros volverían a echarlos en ese eterno ir y venir de una guerra que se dio en llamar de reconquista por los vencedores, que normalmente son los que ponen nombres a las guerras que ganan olvidándose de las que pierden.

Ahora teníamos los cristianos un rey llamado Fernando, y parecía que estaba poniendo a los moros en orden conquistándoles todas las ciudades importantes, incluso Sevilla, con lo que el reino de Niebla, todavía en poder de los musulmanes, quedó aislado entre el río Odiel y el Aljarafe sevillano. Pero el rey cristiano había conquistado también algunos territorios portugueses a los moros, lo que motivó que los lusos los reclamaran como suyos.

Entonces empezó una ardua discusión conocida como la “cuestión del Algarbe”, que, en resumidas cuentas se basaba en que si Portugal reclamaba los territorios conquistados por Castilla, los castellanos decían que se los habían cedido por conquista. Fernando III pactó con Alfonso III y éste último acabó reconociendo la soberanía castellana sobre los territorios. Pero el portugués no debió quedar muy contento con el pacto y aprovechando la muerte de Fernando III puso otra vez en marcha el litigio por las tierras fronterizas haciendo esta vez que interviniera hasta el Papa.

Alfonso X, al que llamaban el sabio, no demostró esta vez haber estado asistido por las musas de la sabiduría al ceder como dote a su hija los territorios en disputa con motivo de su boda con el rey portugués, ya que ello llevó a los dos reinos a creerse dueños de los territorios. Entonces, el rey castellano, entregó al concejo de Sevilla como parte de su termino las villas de Aroche, Aracena, Serpa y Moura. Por su parte, Alfonso III otorga fueros a Aroche y más tarde, Alfonso X concede a la Orden del Hospital de San Juan las villas de Serpa y Moura.

Después, mediante un tratado, el rey de Portugal renunció a Aracena y Aroche. Parecía que la frontera empezaba a estar clara después de tanto tiempo y tantos forcejeos, pero los portugueses no estaban conformes aún y aprovechándose de las circunstancias, el rey portugués reclama como derecho de conquista Aracena, Aroche, Serpa y Moura, pero esta vez no pudo con el concejo de Sevilla, que controlaba Aracena y Aroche desde que se las cedió Alfonso X.

Una cosa parecía haber quedado clara ya: Castilla retenía definitivamente Aracena y Aroche mediante un tratado que parecía resolver la línea fronteriza en el tramo sur, de forma que el río Chanza era el límite de la villa de Serpa, pero la zona entre el río Ardila y Rosal, tierra de contienda, seguiría siendo disputada bastante tiempo después.

Los moros cada vez lo tenían peor, apenas les quedaban territorios y los que no aceptaban las condiciones de los reyes cristianos tenían que volver a África; eso de un lado, de otro, que después de siglos de guerras y quebrantos, de tener que abandonarlo todo ante la llegada de uno u otro bando y tener los campos yermos y abandonados y el ganado casi inexistente, el rey Alfonso X decidió repoblar muchas zonas andaluzas, entre ellas toda la Sierra de Huelva y para ello trajo a gentes de Castilla, León y Asturias, principalmente, y solían ser gentes de procedencia humilde que los señores hacían venir y entre ellos repartían las “suertes” según el Fuero de Sevilla.

Casi toda la gente que vino a la sierra por aquellos años, partiendo de cero y teniendo que crearlo casi todo de nuevo, dependían solo de unos cuantos señores y de las Ordenes de Santiago y el Temple, que aparte de ser bastante poderosas, eran las más activas y repobladoras.

En esta época, los repobladores leoneses introdujeron a la Virgen de Rocamador, devoción que se ha mantenido con mayor o menor fuerza a través del tiempo. Tenía esta virgen una historia muy bonita que decía que unos cruzados, a la vuelta de pelear en Tierra Santa, pasaron por una cueva en la que, bajo unas rocas, vivía un ermitaño llamado Amador, que los puso bajo la protección de la imagen aquella, y después fue llevada a Encinasola, donde aún se le rinde culto.

Pero no sólo se trajeron una imagen y una advocación de la Virgen, sino que conformaron todo un conjunto de lenguaje, costumbres y cultura que siempre ha marcado a Encinasola diferenciándola del resto de la provincia.

Otra consecuencia del repoblamiento fue el inicio de los latifundios en Andalucía, basados en los donadíos y heredamientos, que motivaron que unos pocos señores se hicieran con grandes extensiones de terreno dando lugar a veces a un escaso rendimiento de las tierras por la mala labranza que se hacía de las mismas. Consecuencia de todo esto fue el auge de la aristocracia y su aumento de poder, dándose casos de autentico despilfarro mientras algunos colonos tenían que malvender la suerte que les había tocado y volverse a sus tierras de origen.

Pero no todo eran latifundios, también se daba el polo opuesto, la fragmentación del terreno a causa del auge demográfico que trastocaba la relación entre recursos y población. La importancia de la agricultura creciente demandaba más ganado de tiro y estiércol para el campo y de ambas cosas era deficitaria la comarca.

El auge demográfico no duró demasiado y luego ocurrió lo contrario, debido en parte a las costumbres que se fueron desarrollando, por ejemplo: los hombres no se casaban hasta que podían mantener una familia, entonces tenían que esperar que el dueño de una tierra muriera o se fuera de ella, también podían heredarla o casarse con la heredera.

Por si no teníamos bastante, una terrible peste asoló la sierra en esos tiempos, pero afortunadamente se detuvo en La Nava, que tuvo que ser deshabitada ante la imposibilidad de vencer tan terrible enfermedad. Otra tanda de guerras entre los reyes de Castilla acabó asolando la sierra, teniendo como consecuencia que algunos pueblos fueran abandonados y finalmente desaparecieran.

La peste no era nueva, pero antes siempre había sido una mal localizado en ciertas poblaciones y sitios muy concretos, casi siempre en costas y puertos de mar de condiciones insalubres, pero la movilidad de las gentes en los últimos tiempos, el tráfico de mercancías en los puertos y el trasiego de personal de todo tipo, dieron a la terrible epidemia un vehículo cómodo y rápido para desplazarse rauda y a placer.

Esta vez parece ser que vino de Oriente y recaló en la costa de levante, desde allí se extendió a gran velocidad a parte del mediterráneo y al resto de la península.

La enfermedad, caracterizada por la aparición de bubones, altísimas fiebres y grandes dolencias hasta llegar a la muerte, asoló durante siglos gran parte de Europa y contra ella sólo cabían los rezos y la suerte de no contraerla. El oscurantismo de la época la achacaba a origen divino como castigo a las maldades humanas, pero hasta mucho tiempo después no se sabría que la contagiaba la pulga de las ratas, y la favorecía la falta de higiene y la promiscuidad de la forma de vida en aquellos tiempos de miseria, superstición y escasez.

Convencido como estaba entonces de que nada me afectaría, fui a La Nava con la intención de ayudar en lo que pudiera, pero apenas llegué a tiempo de dar sepultura a los últimos que habían fallecido y consolar a los que lo estaban haciendo uno tras otro. Después no me quedó más que quemarlo todo y abandonar un pueblo fantasma y desolado que tardaría mucho en volver a recuperar el halito de la vida en sus calles y sus gentes.

Se podría decir que por aquellos días la vida se atrincheró temerosa de tantos ataques por todos lados. La emigración cesó con lo que se frenó esa corriente de sangre fresca y gentes jóvenes con ganas de vivir y trabajar que había estado alimentando nuestros campos y nuestros pueblos.

El sentimiento de autoprotección ante tanta adversidad se hizo extensivo a las instituciones, y durante mucho tiempo no se construyó más que para defenderse de lo que fuera, de los moros, de la peste, de los herederos de un rey, o de los partidarios de otro, pero sufrimos un retroceso profundo en todos los sentidos.

Dice el refrán que después de la tempestad viene la calma, y en este caso acabó cumpliéndose también. Los campos, una vez más, estaban abandonados; el ganado erraba en muchos casos sin dueño siendo víctima del lobo y las alimañas, y los pueblos subsistían a duras penas gracias al espíritu de sacrificio de sus habitantes, entonces tuvo lugar una nueva repoblación con gentes de Sevilla que supuso una inyección de vida para toda la sierra.

Se roturaron nuevas tierras y se reanudó el cultivo de las viejas, se intentó el cultivo de frutales y se aprovechó el terreno favorable para la siembra de cereales. El ganado volvió a tener protagonismo, principalmente el cerdo una vez superados prejuicios religiosos, pero el ovino no fue ajeno al fenómeno, lo que dio nuevos impulsos a la elaboración de quesos y, principalmente, la lana y todos sus derivados.

El comercio, inexistente en los últimos tiempos, también tuvo su momento de auge, sobre todo con el intercambio de especies en manos de los judíos, éstos habían vivido siempre por aquí, llevando una vida humilde y que pasaba desapercibida, pero de pronto las gentes descubrió que se habían hecho demasiado ricos y poderosos, y entonces sintieron miedo de ellos y los atacaron incendiándoles sus aljamas y echándolos de sus propiedades. Los que huían de estos ataques acababan refugiándose en aldeas aisladas y al final favorecían el comercio dentro de las mismas al disponer de dinero e instinto para los negocios.

Una salida que les ofrecían a los judíos era la de convertirse al cristianismo, y para ello debían aportar grandes sumas de dinero que empleaban las diócesis en construir iglesias y de paso aplacar las iras de los cristianos viejos. Todo esto me hizo pensar más de una vez en lo acomodaticio de las religiones y en la fuerza que tiene el dinero hasta para las cosas del otro mundo. Posiblemente de esta forma se reconstruyó la parroquia de Encinasola.

Otra cosa mala que tuvimos que sufrir por aquellos tiempos, fueron las consecuencias de las guerras entre los partidarios de Isabel la Católica y Juana la Beltraneja, y gracias a ellas, sin comerlo ni beberlo, padecimos la casi destrucción del pueblo, al igual que ocurrió en Cumbres y La Nava; lo dicho, que no nos dejaban levantar cabeza, y por si era poco, el Duque de Medina Sidonia, que ocupó la plaza de Aroche allá por entre los años de 1472 y 1477, autorizó a los vecinos del citado pueblo a impedir la entrada de los ganados de Encinasola en la Contienda. Los de Encinasola acudieron a la Justicia Real alegando indefensión, inexistencia de pastos y la posesión de este espacio desde hacía más de 100 años.

En el campo se empezaron a plantar castaños, quizás por haber acabado prácticamente con los robles para surtir de madera a la atarazanas de Sevilla.

El siglo estaba acabando, pero antes de irse nos dejaría cosas y fechas para recordar durante mucho tiempo.

Con la conquista de Granada se dio fin a la reconquista, que más que guerra fue un interminable tira y afloja entre moros y cristianos, Castilla, León y Aragón, y todas las secuelas de tanta lucha de intereses, herencias y demás muestras de la condición humana.

Con la zona de Granada y Málaga ocurrió entonces como antes con la Sierra de Huelva, que había quedado todo despoblado y abandonado al irse muchos moros de los que vivían allí, y los Reyes Católicos mandaron a gentes de Encinasola para repoblar y colonizar aquellas tierras, entre ellas el pueblo de Álora, a unas cuatro leguas de Málaga.

Después de la toma del pueblo, se celebró una misa en los reales del campamento y en aquel mismo sitio ordenaron los reyes se levantara una iglesia y en ella se dio cobijo a una imagen de María Santísima enviada por la reina desde Sevilla. A aquella virgen la llamaron de Flores, y la juraron patrona del pueblo.

Desde entonces, ambos pueblos han mantenido una relación de hermandad cruzándose visitas frecuentes.

A punto estuve de salir con los que fueron a tomar Álora, pero imprevistos de última hora hicieron que al final me quedara en Encinasola. Puede parecer absurdo, pero las ovejas tuvieron la culpa de que no fuera, las ovejas y los corderos que estaban naciendo y la mayoría lo hacían muertos por dificultades en el parto, así que decidieron que me quedara para ayudar a parir a las hembras y evitar así la ruina de muchas gentes del pueblo.

El invierno había sido muy seco y frío, siguiendo la tendencia de los últimos años y el ganado, buscando pastos para comer, habían encontrado yerbas que de otra forma jamás hubieran comido, pero el hambre es mala cuando aprieta y aquellos pastos les habían producido una retención de liquido en la placenta, lo que a la hora de parir se lo hacía casi imposible sin ayuda.

La verdad es que durante unos días casi no daba abasto, primero preparando a las que iban a parir con unos cocimientos, y después masajeando y ayudando a dilatar a las que ya estaba pariendo. Valió la pena ya que se salvaron muchos corderos y casi todas las ovejas, porque cuando la cosa venía muy fea, morían los dos, con el consiguiente quebranto para la economía del dueño.

1 comentario:

  1. Hola Oriundo,

    Estoy interesado en la documentación existente en referencia al siguiente párrafo de tu escrito:

    "Otra cosa mala que tuvimos que sufrir por aquellos tiempos, fueron las consecuencias de las guerras entre los partidarios de Isabel la Católica y Juana la Beltraneja, y gracias a ellas, sin comerlo ni beberlo, padecimos la casi destrucción del pueblo, al igual que ocurrió en Cumbres y La Nava; lo dicho, que no nos dejaban levantar cabeza, y por si era poco, el Duque de Medina Sidonia, que ocupó la plaza de Aroche allá por entre los años de 1472 y 1477, autorizó a los vecinos del citado pueblo a impedir la entrada de los ganados de Encinasola en la Contienda. Los de Encinasola acudieron a la Justicia Real alegando indefensión, inexistencia de pastos y la posesión de este espacio desde hacía más de 100 años."

    Conozco una carta de comisión a Sebastian de Lobatón que hace referencia a la adjudicacion de las tierras de la Contienda a Aroche, pero ¿Se conoce el documento del duque de Medina Sidonia?

    Gracias

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