XIV
Apenas empezado el siglo dieron inicio los enfrentamientos en la frontera portuguesa y siguieron en años sucesivos; la guerra con Portugal dejó un sendero de muerte y destrucción, los daños producidos sobre las cosechas y el robo de ganado dejó sin recursos económicos para sobrevivir a sus habitantes, que sufrieron la penuria y el hambre en sus propias carnes, de forma que algunos se vieron obligados a comer raíces y frutos silvestres para subsistir. A esto hay que añadir la destrucción de los silos y el decaimiento del comercio. Todo lo anterior provocó tal pánico y terror en las gentes, que se vieron obligados a emigrar hacia otros lugares.
Encinasola, dado su carácter fronterizo no tardó en sufrir el ataque de las tropas portuguesas, que esta vez quemaron los archivos municipales y volvieron a amedrentar a todo el pueblo, que una vez más encontró refugio en los fuertes.
Debido a la toma de partido por el futuro Felipe V, cuando éste llegó al poder otorgó al pueblo su escudo de armas que consistía en una encina con campo blanco y cuatro lunas.
En cuanto a penurias y carencias, el siglo que empezaba no era sino una continuidad del que había acabado con escasez de cereales llegando a constar en las actas del cabildo la falta de pan debida a la carencia de trigo provocada por la escasa cosecha y en algunos pueblos se disparó la mortalidad debido a las hambrunas de finales de siglo. Ante estas situaciones, los ayuntamientos acordaron sacar trigo de los pósitos y hacer pan para venderlo en los sitios donde escaseara.
En todo este contexto de lucha por la supervivencia no era extraño que proliferaran epidemias y enfermedades de todas clases, además de la peste, como calenturas, pulmonías, viruelas, tisis y disentería. Tampoco faltó una epidemia de tabardillas que causó gran número de muertes en todo el reino de Sevilla; los efectos de esta enfermedad fueron más dramáticos debido a la coyuntura de hambrunas por las que atravesaba la comarca, debida, entre otras cosas, a los enfrentamientos bélicos que tuvieron lugar con los portugueses durante la guerra de sucesión y empujaron a muchas gentes a sobrevivir de mala manera.
Si la tierra no nos había castigado bastante con sus males exteriores y visibles, ahora decidió hacerlo también con los invisibles e interiores, y un tremendo terremoto asoló toda la comarca la mañana del día de Todos los Santos. Se le conoció como el terremoto de Lisboa, pero su epicentro estaba en el mar, y por ello, la costa, además de sufrir el terremoto, padeció el consiguiente maremoto que arrasó poblaciones enteras.
No por estar lejos Encinasola escapó a las consecuencias del seísmo, y aparte del susto a todos los habitantes, el campanario de la torre vino a dar con sus ladrillos en el suelo. La iglesia principal del pueblo, que había sido restaurada doscientos años antes, y en sus paredes guardaba vestigios de varias culturas y constructores a través de los tiempos, ahora se veía mutilada sin su campanario, el que tantas veces había sido torre vigía del pueblo y desde el cual sus campanas, con sonidos de rancios bronces, convocaban al pueblo a la oración y tocaban a muertos o a rebato, cuando la ocasión lo requería.
Por fin parecía que habíamos salido del túnel de la miseria y las penurias y se construían en el pueblo más molinos de trigo y se instalaban más colmenas. Las encinas y alcornoques se destinaban a la cría del cerdo en montanera y se controlaba la recolección de corcho, y leña para carbón.
También empezamos por esta época a exportar a Portugal, principalmente cereales, patatas y otros artículos de los que eran deficitarios, y traíamos de allá cera, cobre, cueros y algunos artículos más de los que escaseábamos.
La frontera por esta época estaba firmemente establecida, tanto que a mediados de siglo ya contábamos con una aduana que controlaba el tráfico a través de aquella.
También teníamos ya por entonces, además de nuestra iglesia mayor, otra llamada de los Santos Mártires, de bella factura y luminosa construcción. También teníamos las dos ermitas dedicadas a nuestras dos vírgenes, la de Nuestra Señora de Flores y la de Rocamador, y la ermita de San Juan, que quedaba casi a las afueras del pueblo. El Espíritu Santo también tenía su ermita, pero hoy está convertida en escuela, y al lado de
Una cosa quisiera reflejar y no sin tristeza, por esos días abatieron el arco de Trajano que hasta entonces había estado en el Palomar, los vecinos decidieron que los mármoles eran buenos para umbrales y columnas y no tuvieron en cuenta el peso de la historia, así son las cosas cuando la necesidad puede más que la cultura y la escasez de medios más que la educación.
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